Imagina que estás junto a tu ventana, viendo a tu vecino cargar su coche con cajas a altas horas de la noche. Tu mente se acelera: «¿Se están escapando sin pagar el alquiler? ¿Trasladando bienes robados?». Al día siguiente, te enteras de que estaban entregando suministros de emergencia a un refugio local. ¿Con qué frecuencia nuestros juicios precipitados nos llevan por mal camino?
Muchos de nosotros asumimos inconscientemente el papel de jueces en nuestra vida cotidiana. Evaluamos a nuestros amigos, familiares, colegas -e incluso a nosotros mismos- con una intensidad que a menudo oscurece la comprensión. Sin embargo, apartarse de este papel, lo que el productor de vídeo israelí Ezri Tubi describe como convertirse en un «juez jubilado», abre la puerta a una vida de menos tensión, más compasión y conexiones más profundas.
El Juicio en la Tradición Judía: Un delicado equilibrio
El juicio tiene un papel esencial en la sociedad. La Biblia hebrea lo reconoce, exigiendo sistemas judiciales formales para garantizar la justicia.
El consejo de Jetro de nombrar jueces ilustra la necesidad del juicio para mantener el orden y la equidad. Del mismo modo, Deuteronomio 16:18 ordena:
Pero mientras que el juicio social es crítico, el juicio personal se aborda con cautela. Los sabios enseñan en la Ética de los Padres: «No juzgues a tu prójimo hasta que hayas llegado a su lugar». Esta profunda intuición pone de relieve las complejidades del comportamiento humano y los límites de nuestra comprensión.
La distinción entre juicio formal y personal refleja un punto de vista sofisticado: los jueces formales están obligados por las leyes y sirven al bien público, mientras que el juicio personal suele derivarse de una comprensión incompleta. No podemos conocer realmente las luchas, la historia o las batallas internas de otra persona.
Un ejemplo bíblico: Ana y Elí
Considera la historia de Ana en el libro de Samuel(1 Samuel 1:12-17). Cuando reza fervientemente por un hijo en el Tabernáculo de Silo, el sacerdote Elí observa que mueve los labios en silencio y supone que está borracha:
Sin comprender su dolor ni su intención, la juzga precipitadamente. Sólo después de que ella explique su angustia, Elí reconoce su devoción y le ofrece una bendición.
La historia de Ana ilustra el peligro del juicio personal basado en una observación superficial. La reacción inicial de Elí pone de relieve cómo incluso una figura recta puede juzgar erróneamente sin un contexto completo, mientras que su cambio de opinión demuestra el poder de la humildad y la voluntad de reevaluar las propias suposiciones.
¿Por qué suspender el juicio?
Los juicios instantáneos suelen ser erróneos porque se basan en una lente distorsionada formada por nuestras experiencias, prejuicios e inseguridades. El colega que parece perezoso podría estar luchando contra una depresión. El amigo que parece egoísta podría estar abrumado por cargas ocultas. Cuando juzgamos prematuramente, corremos el riesgo de alejar a los demás y de perder oportunidades de comprensión más profunda.
Suspender el juicio no significa abandonar el discernimiento. Podemos y debemos hacerlo:
- Evaluar situaciones para tomar decisiones con conocimiento de causa.
- Protegernos del daño.
- Navega por las relaciones con cuidado.
- Respetar las normas profesionales en nuestro trabajo.
Sin embargo, estas valoraciones necesarias difieren de los juicios morales severos. Estos últimos suelen inflar nuestro ego y erosionar la compasión, mientras que los primeros nos ayudan a navegar por la vida de forma responsable.
La sabiduría de la compasión
Los sabios nos animan a juzgar favorablemente a todas las personas, interpretando sus actos bajo la luz más caritativa. Esta práctica fomenta la paciencia y la bondad. Como nos recuerda el Salmista
Si Dios se acerca a la humanidad con gracia, ¿no deberíamos esforzarnos por hacer lo mismo?
Retirarse del juicio no significa ignorar los errores o comprometer los principios. Significa liberarse de la compulsión de categorizar a los demás -o a nosotros mismos- como buenos o malos, correctos o incorrectos. Nos llama a la humildad, a escuchar profundamente y a aceptar las complejidades de la naturaleza humana.
Vivir como juez jubilado
Cuando suspendemos el juicio a los demás, nos liberamos también de la carga del autojuicio. Reconocer que todo el mundo -incluidos nosotros mismos- es complejo y merecedor de compasión nos invita a extender la gracia tanto hacia dentro como hacia fuera. Este cambio abre la puerta a conexiones más profundas, a una mayor sabiduría y a una vida enriquecida por la bondad.
En un mundo que a menudo parece duro y crítico, elegir vivir como un «juez jubilado» es un acto radical de bondad. Construye puentes en lugar de muros, fomentando relaciones arraigadas en la comprensión y el amor. Al igual que la eventual bendición de Elí a Ana, apartarse del juicio invita a la reconciliación, la curación y la posibilidad de ver a los demás -y a nosotros mismos- con ojos nuevos, con amor y comprensión.
Quizá la mayor bendición de todas sea que renunciar a juzgar nos libera. Nos liberamos de la pesada carga de decidir quién es digno o indigno y, en su lugar, abrimos nuestros corazones a las complejidades de la vida. Al abrazar a los demás -y a nosotros mismos- con gracia, creamos espacio para el crecimiento, la curación y la belleza que se encuentra en la imperfección humana.
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