Los versos que quedaron sin leer: La justicia de la reina Ester

Por: Akiva Ben Canaan
marzo 2, 2025
Sunrise over the Sea of Galilee (Shutterstock.com)
Sunrise over the Sea of Galilee (Shutterstock.com)

Conozco a mucha gente a la que le encanta el Libro de Ester, y no es difícil entender por qué. La heroica historia de Mardoqueo y Ester y la increíble inversión de la fortuna de los judíos son edificantes. Pero muchas de estas mismas personas prefieren no leer los últimos capítulos del libro, cuando Ester y Mardoqueo toman medidas claras para destruir a los enemigos de Israel, en particular a la familia de Amán el Agageo, descendientes de los amalecitas bíblicos.

Amán y sus hijos eran descendientes del rey Agag, rey de los amalecitas, los eternos enemigos de Israel. La Biblia describe a estos enemigos y el mandato de Dios respecto a ellos:

El duro trato de Ester a los hijos de Amán tiene ahora sentido: estaba cumpliendo el mandato divino de destruir a Amalec. Pero el propio mandamiento es profundamente inquietante. Se nos dice que destruyamos por completo a los que intentan destruir a Israel, pero ¿a todos? ¿Incluso a mujeres y niños? ¿Cómo pudo Dios ordenar esto?

Para comprender este inquietante mandato divino de matanza al por mayor, el rabino Avigdor Nevenzal nos señala dos figuras bíblicas que lo enfocaron de forma diferente: El rey Saúl y el profeta Samuel. Sus respuestas opuestas revelan una lección crucial sobre cómo afrontar el mal en nuestro tiempo.

En la tradición judía, las mitzvot (mandamientos) se dividen en dos categorías: los mishpatim («leyes» o «sentencias») lógicos y los chukkim («decretos») supra-racionales. Los mishpatim son mandamientos cuyas razones son claras para el entendimiento humano, como dar caridad o la prohibición del robo. Los chukkim son decretos divinos que aceptamos a pesar de su incomprensibilidad.

Dios ordenó a Saúl que destruyera a los amalecitas, y éste se esforzó por cumplirlo. Pero, como explica el rabino Nevenzal, Saúl nunca comprendió plenamente la maldad de Amalec. Nunca los habría atacado por su cuenta; sólo lo hizo porque Dios se lo ordenó, sin hacer preguntas. Saúl trató la orden de destruir a Amalec como un chok: «No lo entiendo, pero lo haré». Como lo consideraba simplemente un decreto incomprensible, su ejecución fue poco entusiasta e incompleta.

Samuel, sin embargo, era diferente. Cuando Saúl fracasó al dejar vivo al rey Agag, Samuel tomó medidas decisivas:

Samuel comprendió plenamente la maldad de Amalec y se llenó de justa furia contra esta tribu que trajo tanta destrucción al mundo. Para Samuel, la orden de destruir a Amalec era un mishpat, una orden completamente lógica. El mal debe ser destruido, o nos destruirá a nosotros. Como Samuel «lo entendió», su actitud hacia Agag fue inflexible. No tuvo miedo de mirar al mal a la cara, denunciarlo y hacer lo que fuera necesario.

Esto nos lleva de nuevo a la reina Ester. Su orden de ahorcar públicamente a los hijos muertos de Amán no fue un acto de crueldad, sino un elemento disuasorio necesario: un mensaje claro a los futuros antisemitas sobre el precio de intentar destruir al pueblo judío.

No digo que hoy podamos o debamos aniquilar naciones enteras. Esto requiere un claro decreto divino como el que recibió Saúl. Pero la lección debe ser clara: no debemos entrar en guerra contra nuestros adversarios sin una comprensión clara de sus motivos y objetivos y de lo que hay que hacer para derrotarlos. El mandato bíblico de destruir incluso a las mujeres y los niños de Amalec nos enseña una cruda verdad: cuando una sociedad se corrompe tan profundamente por el mal, cualquier remanente permitirá que ese mal rebote y vuelva a amenazarnos de nuevo.

El brutal asesinato y descuartizamiento de Agag por Samuel es estremecedor. Era un profeta de Dios y un hombre de amor y bondad. Pero hizo lo que era absolutamente necesario. Anunció a Agag y al mundo entero: has cometido crímenes de guerra, y esto es lo que haremos a cualquiera que cometa estos crímenes en el futuro.

El juicio erróneo de Israel sobre la maldad absoluta de Hamás condujo a los numerosos errores de cálculo que permitieron el horror del 7 de octubre. Debemos decir claramente cuáles son las intenciones de nuestros enemigos y lo que han hecho, y luego hacer lo que sea necesario para ganar.

Imagina que Israel hubiera respondido como Samuel y Ester después del 7 de octubre, habiendo interiorizado plenamente lo que Hamás había hecho y lo que era necesario para impedir que lo hiciera en el futuro. La guerra habría terminado y nuestros rehenes estarían en casa. Pero aún no hemos interiorizado la lección del fracaso de Saúl y las enseñanzas de Samuel y Ester.

Demasiados líderes judíos siguen el camino de Saúl, y no pueden o se niegan a comprender los peligros a los que nos enfrentamos. Este momento exige un nuevo liderazgo alineado con los valores bíblicos. Acción Israel365, nuestro partido en las próximas elecciones al Congreso Sionista Mundial, representa un retorno a estos principios bíblicos. Estamos construyendo un movimiento de líderes orgullosos y con fundamentos bíblicos que entienden que enfrentarse al mal no sólo está permitido, sino que es un imperativo divino.

Las elecciones al Congreso Sionista Mundial ofrecen una oportunidad histórica para transformar el liderazgo institucional judío. Tu voto puede ayudar a que surjan líderes que comprendan la clara enseñanza de la Biblia: ¡el mal debe ser destruido! El momento de actuar es ahora. Inscríbete para votar hoy y ayúdanos a restaurar la sabiduría bíblica en el liderazgo de nuestra comunidad.

Akiva Ben Canaan

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