En la tradición judía existe una profunda comprensión de que las palabras llevan en sí mismas las semillas de la propia creación. Cuando Dios creó el mundo, concedió a la humanidad una chispa de este poder creador divino mediante el don del habla. Quizá sea este origen divino lo que hace que nuestras palabras sean tan potentes, capaces de construir mundos o, por el contrario, de derribarlos. Como escribió el rey Salomón en su sabiduría intemporal del libro de los Proverbios:
Uno de los usos más sagrados de la palabra es dar bendiciones. Más que buenos deseos o proclamaciones huecas, las bendiciones tienen el potencial de dar forma a la propia realidad. Lo vemos demostrado de forma espectacular en la historia bíblica de la bendición de Isaac a sus hijos(Génesis 27), en la que las palabras pronunciadas una vez no podían deshacerse, aunque se hubieran obtenido mediante engaño. La bendición robada a Jacob siguió siendo poderosa e irrevocable, transformando no sólo su propio destino, sino el futuro de todo un pueblo.
Del mismo modo que las bendiciones eran significativas en tiempos bíblicos, seguimos siendo testigos del poder transformador de las palabras bendecidas en nuestra propia época. A veces, las bendiciones más profundas vienen envueltas en conversaciones aparentemente casuales.
Tal es la extraordinaria historia de Aluma Ha’itan. El 7 de octubre de 2023, cuando la oscuridad descendía sobre Israel, el hermano de Aluma, Amichai Vanino, cayó defendiendo el kibutz Kfar Aza. Durante el tradicional periodo de luto de siete días, en el que la familia se vio envuelta en el dolor, un intercambio aparentemente ordinario entre dos madres llevó las semillas de la alegría futura. Este momento resultaría ser un punto de inflexión de bendición inesperada.
Cuando una amiga de la familia se disponía a marcharse tras dar el pésame, expresó el deseo habitual de «reunirse en ocasiones más felices». La madre de Aluma, sacando de un manantial de esperanza incluso en su hora más oscura, respondió con palabras concretas que resultarían proféticas: el deseo de reunirse en las bodas de sus hijos, Aluma y Meir.
Lo que hace que esta historia sea especialmente notable es que la madre de Aluma no tenía intención de sugerir un emparejamiento entre su hija y Meir. Simplemente expresaba su esperanza de que ambos jóvenes encontraran a sus respectivos cónyuges. Sin embargo, en ese momento ocurrió algo profundo: la mera articulación de sus nombres plantó una semilla en la mente de la madre de Meir, que interpretó la bendición como una insinuación divina sobre su posible emparejamiento. Es un poderoso recordatorio de cómo las bendiciones pueden actuar de forma misteriosa, a menudo superando las intenciones de quienes las pronuncian.
Lo que empezó como la esperanzada bendición de una madre se transformó en realidad gracias a una serie de suaves empujones de la providencia. El momento era delicado: Aluma aún estaba procesando su profunda pérdida. Sin embargo, había una conexión conmovedora: Meir había conocido a Amichai, creando un puente entre el pasado y el futuro, entre el dolor y la esperanza. Esta bendición llevaría a Aluma del luto a la alegría.
En un giro poético de los acontecimientos que habla de la naturaleza circular de la vida, Meir le propuso matrimonio a Aluma en un punto de observación establecido en memoria de Amichai. Este lugar se convirtió no sólo en un monumento a un héroe caído, sino en un punto de partida para una nueva vida y un nuevo amor. Sirvió como poderoso recordatorio de que, incluso en nuestros momentos más oscuros, el potencial de alegría y renovación sigue presente.
La propia Aluma, al compartir su historia, hizo hincapié en el poder transformador de las bendiciones y los buenos deseos. Comprendió que su propio viaje del dolor a la alegría era un testimonio de cómo las palabras pronunciadas con esperanza y fe pueden manifestarse de formas que nunca habríamos imaginado. Su experiencia la llevó a convertirse en defensora de la práctica de ofrecer bendiciones sinceras, reconociendo que todo buen deseo lleva en sí el potencial de un cambio real en la vida de las personas.
En un mundo que a menudo se siente fragmentado por el dolor, esta historia es un testimonio del poder duradero de la fe, la esperanza y el simple acto de bendecirse unos a otros. Al igual que las antiguas palabras de bendición que han resonado a través de las generaciones desde los tiempos bíblicos, nuestras propias palabras encierran un potencial divino. Debemos elegirlas con cuidado y pronunciarlas con intención, pues nunca sabemos qué bendición casual podría convertirse en la semilla de una alegría futura. Al hacerlo, participamos en el continuo acto divino de la creación, utilizando nuestras palabras para traer luz, amor y curación al mundo, incluso en sus momentos más oscuros.
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