¿Te has sentido alguna vez atrapado por tus propias decisiones pasadas? Quizá fue un pequeño hábito que se convirtió en adicción, o una serie de mentiras piadosas que se convirtieron en una red de engaños demasiado enmarañada para desenredarla. ¿En qué momento nuestras elecciones dejan de serlo para convertirse en cadenas? Esta vieja cuestión del libre albedrío y la responsabilidad moral se pone de manifiesto en uno de los relatos más desconcertantes de la Biblia: El endurecimiento del corazón del Faraón por parte de Dios durante el Éxodo de Egipto.
El texto bíblico subraya repetidamente esta tensión. A veces leemos que «el corazón de Faraón se endureció» (Éxodo 7:13), o que «endureció su corazón» (Éxodo 8:11), sugiriendo su propia obstinada elección. Pero Dios ya lo había declarado:
De hecho, a medida que avanza el relato, el texto atribuye repetidamente a Dios el endurecimiento del corazón de Faraón.
Esta progresión plantea profundas preguntas: ¿Cómo pudo Dios ordenar al Faraón que liberara a los israelitas mientras endurecía activamente su corazón en contra de hacerlo? ¿Merecía realmente el Faraón el castigo si Dios le impedía tomar la decisión correcta? La aparente contradicción pone a prueba nuestra comprensión del libre albedrío, la justicia divina y las consecuencias de nuestras elecciones morales.
El rabino Moisés Maimónides (1138-1204), uno de los filósofos y juristas más influyentes del judaísmo, aborda esta paradoja de frente. Explica que las decisiones iniciales del Faraón de oprimir a los israelitas y rechazar la autoridad divina fueron totalmente fruto de su libre albedrío. El endurecimiento de su corazón se produjo como castigo divino por estas acciones libremente elegidas. Según Maimónides, cuando alguien comete transgresiones graves, una forma de justicia divina consiste en retirarle la oportunidad de arrepentirse. Este castigo garantiza que el pecador se enfrente a todas las consecuencias de sus elecciones anteriores. En el caso del Faraón, su anterior crueldad y desafío a Dios condujeron a este severo decreto.
El rabino Abdías Sforno (1475-1550), el gran comentarista bíblico italiano, añade otra dimensión crucial a nuestra comprensión. Sostiene que la intervención de Dios sirvió en realidad a un propósito más profundo. En lugar de forzar la mano del Faraón, el «endurecimiento» le impidió realizar un falso arrepentimiento por mero pragmatismo. Al fortalecer la determinación del faraón de resistir las plagas, Dios se aseguró de que cualquier cambio de opinión procediera de un auténtico reconocimiento moral y no de la mera búsqueda de alivio del castigo. Esta interpretación sugiere que, en realidad, la intervención divina preservaba la autenticidad de las elecciones morales del faraón, en lugar de negarlas.
El rabino Jonathan Sacks (1948-2020), antiguo Gran Rabino del Reino Unido y destacado filósofo judío, reúne estas ideas con una poderosa observación sobre la naturaleza de la propia libertad. Sugiere que la verdadera libertad no es un estado estático, sino un proceso dinámico que cultivamos o disminuimos mediante nuestras elecciones. La historia del faraón demuestra cómo la repetida elección de esclavizar a otros acabó por esclavizarle a sus propios valores corruptos, creando una prisión de su propia hechura. Cada elección de ignorar la verdad moral hacía más difícil reconocer esa verdad en el futuro.
La lección para nosotros hoy es a la vez aleccionadora y fortalecedora: Aunque siempre conservamos la capacidad fundamental de elegir, cada decisión moral que tomamos refuerza o debilita nuestra capacidad de tomar decisiones similares en el futuro. Del mismo modo que las decisiones de entrenamiento de un atleta hoy afectan a su capacidad de rendimiento mañana, nuestras elecciones morales conforman nuestra capacidad futura de tomar decisiones éticas. La verdadera libertad no es sólo la ausencia de restricciones externas, sino la capacidad positiva de elegir lo que es correcto, una capacidad que, como cualquier habilidad, debe desarrollarse mediante la práctica constante.
Al final, el corazón endurecido del Faraón sirve como poderoso recordatorio de que, aunque la puerta del cambio siempre está abierta, atravesarla se hace cada vez más difícil cuanto más esperamos. El momento de ejercer nuestra libertad moral es siempre ahora, antes de que nuestros corazones se endurezcan por la costumbre y nuestras elecciones se vean limitadas por el impulso de nuestras decisiones pasadas.
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