Hay una historia jasídica sobre un hombre que iba por la comunidad contando mentiras maliciosas sobre el rabino. Más tarde, se dio cuenta del mal que había hecho y empezó a sentir remordimientos. Fue a ver al rabino y le pidió perdón, diciéndole que haría todo lo posible para enmendarlo. El rabino dijo al hombre: «Coge una almohada de plumas, ábrela y esparce las plumas a los vientos». El hombre pensó que se trataba de una petición extraña, pero era una tarea bastante sencilla, y la hizo de buena gana. Cuando volvió para contarle al rabino que lo había hecho, éste le dijo: «Ahora ve y recoge las plumas. Porque no puedes reparar el daño que han hecho tus palabras como no puedes recoger las plumas».
El Salmo 52, escrito por el rey David, es un poderoso recordatorio de las consecuencias destructivas de las malas palabras. El salmo comienza con la palabra hebrea maskil, que implica que fue compuesto con la intención de impartir sabiduría o instrucción. En este caso, David nos está instruyendo sobre las consecuencias del chismorreo y la calumnia. El pecado de hablar mal está muy extendido y es tentador, por lo que requiere gran sabiduría cumplir las enseñanzas de la Torá y abstenerse de lo que en hebreo llamamos lashon hara.
La historia que hay detrás de este salmo es el trágico incidente que tuvo lugar en la ciudad de Nob. David, obligado a huir de su suegro Saúl, llegó al Tabernáculo de Nob y pidió al sacerdote, Ajimelec, pan y una espada. Suponiendo que tenía una misión del rey Saúl, Ahimelec proporcionó a David, hambriento y desarmado, la comida y el arma que pedía. Doeg el edomita, consejero del rey Saúl, también estaba en el Tabernáculo en aquel momento, e informó del incidente a Saúl de forma que daba a entender que Ajimelec era un conspirador contra el rey. Esta calumnia hizo que Saúl condenara a muerte a toda la ciudad de Nob, sentencia ejecutada por el propio Doeg el edomita (I Samuel 21-22).
La tragedia de la masacre de Nob pone de relieve la importancia de abstenerse de hablar lashon hara, o discurso malvado. Las leyes del lashon h ara pretenden proteger a las personas de los efectos nocivos de las palabras negativas, subrayan la importancia de evitar las palabras negativas, aunque sean ciertas, y de juzgar siempre favorablemente a los demás. Las leyes son numerosas y el libro Chafetz Chaim, escrito por el rabino Israel Meir Hakohen de Radin, es una guía exhaustiva de las leyes del lashon hara.
Según el Midrash Shocher Tov 7:8, el pecado de calumnia es tan grave que los ejércitos del rey Saúl perdieron sus batallas contra los filisteos como consecuencia de las calumnias proferidas contra el rey David, mientras que los ejércitos del notorio rey Ajab, que eran idólatras, tuvieron éxito en sus batallas porque no pecaron de la misma manera.
En el Salmo 52, David se pronuncia contra la maldad de Doeg y de los que tienen un comportamiento similar:
David pasa a describir las consecuencias de este tipo de discurso:
Estos versículos ponen de relieve el hecho de que, aunque las palabras calumniosas consigan el efecto deseado a corto plazo, a la larga quedarán al descubierto por lo que son y avergonzarán a quien las pronuncie. David también dice
Esto pone de relieve la importancia de confiar en Dios y centrarse en la rectitud, en lugar de dedicarse a hablar de forma negativa y destructiva.
El mensaje del Salmo 52 sigue siendo tan relevante hoy como lo era en tiempos de David, pues el pecado de la calumnia sigue siendo un problema muy extendido en la sociedad. Este salmo es un recordatorio para que todos seamos conscientes de nuestras palabras y las utilicemos sólo de forma positiva y constructiva. La historia de David, Ajimelec y Doeg sirve de advertencia sobre las consecuencias destructivas de las malas palabras y la importancia de tener cuidado con lo que decimos y cómo lo decimos. Las enseñanzas del Salmo 52 y las leyes del lashon hara nos proporcionan una hoja de ruta para una comunicación ética y responsable, y nos recuerdan el poder de nuestras palabras para construir o destruir.