Cuando mi precioso hijo pequeño tenía diez años, vino a verme llorando. Acababa de aprender la sección de la Torá sobre el hijo rebelde(Deuteronomio 21:18-21).
«Te quieroAbba (padre)», dijo. «Pero a veces te falto al respeto. No quiero que me lleves ante los jueces y hagas que me maten. ¿Cómo podría un Abba hacer tal cosa?«.
Para ser sincera, casi lloro de lo dulce que era mi pequeño.
«No tienes por qué preocuparte», le aseguré, aprovechando para ponerlo en mi regazo. «El Talmud dice que eso nunca ocurrió. Nunca hubo un hijo rebelde que fuera llevado para ser juzgado y nunca lo habrá».
Me miró con desconfianza. «Entonces, ¿por qué escribes sobre ello?», preguntó.
>»Para que los chiquillos como tú se lo pregunten a sus Abbas «, dije. «Hay mucho que aprender de la historia de la Torá».
Estoy casi seguro de que el episodio terminó con chocolate caliente y galletas, como muchas de nuestras lecciones de la Torá.
Pensaba que había actuado con la debida diligencia como padre, pero esta semana tuve una charla con mi hijo de 16 años, ahora adolescente, y me quedé estupefacto. Me dijo que esta sección de la Torá todavía le molesta.
Repitió la misma pregunta, esta vez con una voz más grave, casi de hombre, pero exactamente con las mismas palabras.
«Si el hijo rebelde nunca existió, ¿por qué escribió la Torá sobre él?».
Cuando Dios me envía un mensaje tan poderoso a través de una persona a la que quiero tanto, me imagino que merece una reflexión profunda.
El Talmud(Sanedrín 71a) se explaya sobre esta mitzvah, pero luego señala que tal caso nunca ocurrió:
Nunca ha habido un hijo testarudo y rebelde y nunca lo habrá en el futuro, pues es imposible cumplir todos los requisitos que deben cumplirse para aplicar esta halakha. ¿Y por qué, entonces, se escribió en la Torá el pasaje relativo a un hijo testarudo y rebelde? Para que pueda exponer nuevas comprensiones de la Torá y recibir recompensa por su aprendizaje, siendo éste un aspecto de la Torá que sólo tiene valor teórico.
Esta conclusión del Talmud dio lugar a una disputa entre el rabino Shlomo Ephraim Luntschitz (Praga, siglo XVI), conocido como el Kli Yakar, y el rabino Shmuel Eidels (Polonia, siglo XVI), conocido como el Maharsha. El Kli Yakar comentó que la sección sobre el hijo rebelde pretendía ser una lección para los niños. Como mi hijo pequeño, leerían la Parsha y aprenderían a actuar con más respeto hacia sus padres. El Maharsha enseñó que la Parsha pretendía ser una lección para los padres, enseñándoles la enorme responsabilidad de criar a los hijos. Si los padres no tenían cuidado, sus hijos podían crecer y convertirse en una amenaza para el mundo.
En la línea del Maharsha, el rabino Ephraim Mirvis, Gran Rabino del Reino Unido, enfoca una lección específica para los padres recogida de la terminología utilizada en la Torá. La Torá escribe que los padres se quejan del hijo rebelde: «no nos hace caso»(Deuteronomio 21:20). Para ser más precisos, el versículo hebreo dice «אֵינֶנּוּ שֹׁמֵעַ בְּקֹלֵנוּ» (einenu shome’a b’kolenu), que literalmente significa «no oye nuestra voz (singular)».
El rabino Mirvis explica que si los padres hubieran dicho: «No escucha nuestras voces (en plural)», el hijo no podría calificarse de rebelde porque los padres no estaban unificados en su forma de relacionarse con su hijo. Los padres le daban mensajes contradictorios en casa y, por tanto, no fue una sorpresa que el niño se comportara como lo hizo. Los padres tienen, al menos en parte, la culpa de su rebeldía.
Pero si los padres estaban unidos y el hijo fue, no obstante, rebelde, la culpa es enteramente suya.
No basta con que un progenitor críe a su hijo de la forma que considera correcta. La paternidad es una asociación, y ambos progenitores deben estar unidos en las lecciones y valores que transmiten a sus hijos. Esto no significa que cada progenitor tenga que ser idéntico, Dios no lo quiera. Cada progenitor tiene una relación única con cada hijo y ninguno de los dos tiene la última palabra.
Pero cuando se trata de disciplina, valores y fe, los padres deben estar alineados y transmitir un mensaje claro a sus hijos. Cuando hay claridad y expectativas claras en el hogar, los padres pueden criar hijos que serán motivo de orgullo y alegría.