Imagina que estás en la base de una montaña imponente, su cima envuelta en nubes. La cima parece imposiblemente lejana, la subida traicionera. Acabas de descender de otra montaña, un descenso doloroso y rápido. Ahora, debes ascender de nuevo. Sin embargo, una voz te susurra, reconfortándote: «No temas, la ascensión, por difícil que sea, conduce a un lugar de consuelo, de renovación». ¿Es más dura la subida que la bajada?».
Esta pregunta no es meramente retórica, ni se limita al montañismo. Resuena profundamente en el viaje espiritual judío, sobre todo entre el 9 de Av, día de luto por la destrucción del Templo, y Rosh Hashana, el Año Nuevo judío. Se trata de un periodo que pasa del intenso luto de las tres semanas entre el 17 de Tamuz y el 9 de Av, a una fase de consuelo y esperanza renovada. Este periodo comienza con el Shabat Najamú, el Sabbat de la consolación, e inicia siete semanas de consuelo expresado en las siete lecturas proféticas(haftarot) de consolación que se leen en cada uno de los Sabbats durante ese tiempo.
Tomando su nombre de las primeras palabras de la lectura de los profetas que se lee en este día(Isaías 40:1-26), «Najamú, Najamú ami«, que se traduce como «consuela, consuela a mi pueblo», el Shabat Najamú nos invita a levantarnos de las cenizas de la destrucción recordada durante las tres semanas anteriores y a mirar hacia adelante, hacia días más luminosos. Pero, ¿por qué el periodo de luto dura sólo tres semanas, mientras que el periodo de consuelo, de siete semanas, dura más del doble?
El rabino Berel Wein explica perspicazmente que el viaje de la redención es más difícil y requiere más tiempo que el descenso a la desesperación, pero en ello reside su belleza y fuerza únicas. «La destrucción requiere mucho menos tiempo y esfuerzo para alcanzar su triste y nefasto objetivo. Cuando llega el final, lo hace con inevitabilidad y rapidez». Por otra parte, la reconstrucción, la renovación y el viaje hacia el consuelo es un proceso plagado de obstáculos. El camino hacia la redención no es lineal. Hay contratiempos, decepciones y frustraciones. Sin embargo, cada tropiezo y cada retraso sólo atestiguan la magnitud y la valía de lo que nos esforzamos por construir. Esto explica por qué el profeta Isaías utiliza la palabra «consuelo» dos veces en el versículo inicial de esta profecía.
Esta idea es tan relevante hoy como lo fue en los tiempos bíblicos, especialmente cuando reflexionamos sobre el retorno de los judíos a su patria histórica. El pueblo judío, que estuvo a punto de ser destruido en el siglo pasado, se encuentra ahora en una fase de reconstrucción. Este proceso dista mucho de haberse completado y tiene su parte justa de desafíos. Sin embargo, cada paso dado en el suelo de nuestros antepasados es un paso hacia el consuelo, un paso hacia el cumplimiento de las profecías.
Animémonos sabiendo que, aunque el camino que tenemos por delante puede estar lleno de baches, el proceso de reconstrucción ha comenzado. Estamos en la época del consuelo, de la esperanza y de la renovación. Puede que no sea instantáneo, y puede que no sea fácil. Pero cada Shabat Najamú es un recordatorio de que el viaje está en marcha, y Dios, en Su infinita sabiduría, nos reconforta, por partida doble.
Así que, mientras estamos en la base de esta montaña, tenemos que recordarnos a nosotros mismos: la subida puede ser dura, pero la cumbre merece la pena. La cuestión, pues, no estriba en lo dura que sea la subida, sino en lo comprometidos que estemos a emprenderla. Al fin y al cabo, ¿no se amplifica la dulzura de alcanzar la cima con las dificultades superadas en el ascenso?