Hace poco, mi hijo de cuatro años fue con su clase de guardería a lo que parecía ser una típica excursión escolar. Pero al estudiar las fotos de WhatsApp que envió su profesora me di cuenta de que no era nada corriente. En lugar de una visita rutinaria a un parque local, se aventuraron a ir a la casa de al lado para cumplir un mandamiento especial. El mes hebreo de Nisán ofrece la oportunidad única de recitar la Bendición de los Árboles, una tradición que se celebra una vez al año y en la que se alaba a Dios por la belleza y la plenitud de Su creación.
«Bendito eres Tú, Señor Dios nuestro, Rey del universo, que no dejaste que faltara nada en Su mundo, y creaste en él criaturas buenas y árboles buenos con los que da placer a los hombres».
Esta bendición, conocida en hebreo como Birkat Ha’ilanot (la Bendición de los Árboles) se recita al ver los árboles frutales en flor en el mes de Nisán. Celebra la renovación de la naturaleza y el alimento que estos árboles prometen. En esta bendición se esconde una metáfora del potencial humano, que recuerda la interpretación homilética de Deuteronomio 20:19, que sugiere que el hombre es semejante a un árbol en el campo.
Sin embargo, ¿cómo podemos conciliar la visión ideal de un mundo en el que no falte de nada, descrita en esta bendición, con el sufrimiento palpable que nos rodea: pérdidas trágicas, enfermedades graves y conflictos mundiales? ¿Qué hay de las personas que viven en la pobreza y de las que, en el momento de escribir estas líneas, siguen cautivas de Hamás? ¿Podemos decir sinceramente que no hay carencias en el mundo?
Chana Weisberg, autora y conferenciante residente en Toronto, encontró una respuesta a esta pregunta al observar a su hijo pequeño, que había florecido significativamente durante el último año.
Weisberg compara el potencial oculto en cada uno de nosotros con los discretos brotes de los árboles frutales, que encierran la promesa de un futuro alimento. Aunque parezcan simples e insignificantes, estos brotes contienen la esencia de la vida: un potencial imperceptible para el ojo inexperto, pero crucial para la supervivencia. En pocas semanas, esos brotes verdes se convertirán en frutos jugosos y exuberantes.
«¿Es el hombre como un árbol en el campo?» Weisberg sugiere que, al igual que los capullos de las flores de un árbol poseen el potencial de futuros frutos, cada ser humano alberga la capacidad de fomentar un mundo lleno de paz, unidad y perfección. Nuestras acciones y percepciones tienen el poder de cultivar un mundo al que realmente «no le falte de nada», una visión de la que se hacen eco las palabras de la bendición.
Por tanto, a pesar de los retos y las aparentes deficiencias a los que nos enfrentamos, estamos llamados a alimentar el potencial que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Mediante esfuerzos colectivos, podemos desvelar la plenitud inherente a la creación de Dios. En palabras de Weisberg, «Cada uno de nosotros tiene las llaves y las perspectivas para hacer florecer nuestro mundo estéril y convertirlo en un mundo redentor. Sólo necesitamos tener los ojos para ver y discernir lo que hay debajo del diminuto brote de cada una de nuestras acciones positivas, y tener el valor de crear un mundo al que no le falte de nada.»
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