Esta declaración introductoria subraya dos cuestiones. En primer lugar, los mandamientos sobre la alimentación restringida se dan únicamente a los Hijos de Israel. En segundo lugar, hay una selección: Dios menciona a todos los animales de la tierra, en sentido positivo. En efecto, son todas sus creaciones. Pero distingue los animales «de entre todos los animales que hay en la tierra» que están permitidos a los Hijos de Israel.
El último mandamiento se refiere a las criaturas reptiles, que están totalmente prohibidas, y el lenguaje aquí es bastante extremo. «No os haréis detestables con ningún enjambre que pulule, ni os contaminaréis con ellos, quedando impuros por su causa» (versículo 43). Sólo la imagen de los enjambres, combinada con palabras como detestable e impuro, bastan para transmitir el firme mensaje de que estas criaturas no deben comerse bajo ninguna circunstancia.
A continuación de este versículo hay más mandatos contra el consumo de reptiles, junto con el mandato de ser santos y santificados: «Porque yo soy santo… Porque yo soy el Señor que os hizo subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios. Seréis, pues, santos, porque Yo soy santo» (Versículos 44-45). Y, por último, los versículos resumen de este capítulo: «Esta es la ley sobre las bestias y las aves y sobre todo ser viviente que se mueve por las aguas y sobre todo ser viviente que pulula por el suelo, para hacer distinción entre lo inmundo y lo limpio y entre el ser viviente que se puede comer y el ser viviente que no se puede comer» (Versículos 46-47).
Toda la cuestión de la alimentación kosher, por tanto, es una cuestión que implica santidad y pureza y que consiste en distinguir. Dios establece un claro paralelismo entre obedecer las leyes kosher y mantener un estatus de santidad, de ser santos como Dios es santo o, en otras palabras, de acercarnos lo más posible a Dios. Este tema de ser santos porque Dios es santo, o la necesidad de «imitar a Dios», se repite a lo largo de la Escritura, sobre todo en Levítico 19, versículo 2:
Por tanto, la alimentación pura es parte integrante de la pureza de espíritu. Es la manifestación física del aspecto espiritual de vivir una vida santa. Dios asigna una característica detestable a los reptiles, así como a otros animales impuros, como forma de separarlos de otros animales considerados puros. Pero todos ellos son criaturas de Dios. Las criaturas en sí no son «malas» y no hay ninguna «maldad» última asociada a ellas. Simplemente son impuras para nosotros, para el pueblo judío: «No comerás nada de su carne… son impuras para ti» (11:8). Son impuros para los Hijos de Israel, no inherentemente impuros.
Creo que la clave para comprender esta cuestión es el último aspecto de la alimentación kosher que se refleja en este capítulo: el acto de distinguir. Los Hijos de Israel se ven obligados a distinguir entre los animales que son kosher y los que no lo son. Quizá todo el sentido de estas leyes sea el acto de distinguir en sí. Dios nos exige que distingamos entre las cosas que comemos y las que no. Nos exige que distingamos entre lo puro y lo impuro. Y, al imponer estos requisitos sólo a los Hijos de Israel, nos está exigiendo que nos distingamos de las demás naciones.
Hay una frase famosa en la película clásica «El violinista en el tejado» en la que Tevye le dice a Dios algo así como: «Sé que nos has elegido a nosotros, pero quizá a veces puedas elegir a otro…». En el caso de Tevye, se está quejando de la desgracia más reciente que le ha ocurrido, y la película ofrece un excelente retrato del antisemitismo al que se enfrentaban los judíos de Rusia durante los primeros años del siglo XX. Pero esto no es sólo una escena de una película: es una descripción exacta de la condición del pueblo judío a lo largo de la historia. Sí, hemos sido elegidos por Dios, por mandamientos adicionales, por responsabilidades adicionales. Pero esa «elección» también nos ha apartado de las demás naciones y a menudo se ha convertido en fuente de antisemitismo y persecución.
Lejos de mí empezar a comprender por qué Dios nos eligió. Pero nos eligió. Y esa elección conlleva la enorme responsabilidad de vivir una vida santa, lo mejor que podamos, de seguir los mandamientos de Dios y de acercarnos tanto como podamos a la santidad que representa a Dios.