Hace unas semanas falleció mi amigo Tom Schiffour, músico y compositor de gran talento. Desde su muerte, no dejo de pensar en las palabras de su canción«Fortalece tus manos«:
Ha sido una larga noche oscura seguimos esperando al sol
Es difícil descansar en un mundo que huye
Cuando crees que has terminado, no has hecho más que empezar
Aún queda trabajo por hacer.
Pensé en las poderosas palabras de Tom mientras leía sobre los últimos momentos de otro gran judío.
Observa el extraño cambio en el versículo: Jacob se refiere a sí mismo primero como «Jacob» y luego como «Israel».
¿Por qué Jacob cambió de nombre a mitad del verso, dirigiéndose primero a sus hijos como «hijos de Jacob» y hablando después como «Israel, vuestro padre»? Para entenderlo, primero debemos comprender la diferencia esencial entre estos dos nombres: Jacob e Israel.
El nombre Jacob, derivado de la palabra hebrea ekev, que significa «talón», recuerda cómo Jacob salió del vientre materno sujetando el talón de su hermano Esaú. Como un talón que se pisa, este nombre marcó a Jacob como alguien que se dejaba dominar por los demás, un hombre destinado a huir de los conflictos en vez de enfrentarse a sus enemigos. Cuando se enfrentaba a situaciones peligrosas, el primer instinto de Jacob era huir. Huyó de Esaú a casa de Labán, y años después huyó de Labán. Era un ish tam yoshev ohalim, «un hombre inocente, que habitaba en tiendas» (Génesis 25:27), una figura pasiva que permitía que otros se aprovecharan de él.
Pero todo cambió aquella fatídica noche en que Jacob luchó con un ángel misterioso.
Por primera vez, Jacob no huyó. Luchó durante toda la noche, incluso después de que el ángel le dislocase la cadera. Cuando llegó la mañana, el ángel le dio un nuevo nombre:
El acto mismo de luchar -de negarse a huir- era en sí mismo la victoria. Éste es el significado del nombre Israel, que definiría no sólo la transformación personal de Jacob, sino el destino de sus descendientes. Los hijos de Israel no serían una nación de asustados habitantes de tiendas, sino un pueblo dispuesto a luchar por su tierra, negándose a acobardarse ante los enemigos que buscaban su destrucción.
Sin embargo, Dios no eliminó por completo el nombre original de Jacob. A diferencia de Abraham, cuyo cambio de nombre de Abram fue permanente, Jacob siguió siendo llamado por ambos nombres. Esta doble identidad caracterizaría a sus descendientes a lo largo de la historia. En tiempos de exilio y persecución, los judíos a menudo volvían a ser «hijos de Jacob»: pasivos, temerosos, más preocupados por sobrevivir que por cumplir su misión divina.
Los Sabios enseñan místicamente: «Nuestro antepasado Jacob nunca murió» (Talmud Taanit 5b). Aunque esto suele interpretarse positivamente -que el espíritu de Iaakov vive eternamente en el pueblo judío-, hay otra forma más desafiante de entender estas palabras. La inclinación de los judíos a ser como Jacob -internamente débiles, temerosos, huyendo de los enemigos, permaneciendo demasiado tiempo en el exilio- ¡esta peligrosa tendencia nunca muere! Vive en cada generación, una maldición espiritual contra la que debemos luchar constantemente.
Lo vemos al concluir el Seder de Pascua y el Yom Kippur (Día de la Expiación), cuando los judíos cantan«L’shana haba b’Yerushalayim» – «¡El año que viene en Jerusalén!». Aunque esta oración ha dado fuerza a los judíos a lo largo de milenios de exilio, también conlleva un trasfondo triste. Año tras año, decimos «El año que viene en Jerusalén», pero no ahora, no hoy. Es el Jacob eterno que llevamos dentro el que habla, la voz que nos mantendría en el exilio en lugar de cumplir nuestro destino como Israel.
Ésta era la preocupación de Jacob en su lecho de muerte. Aunque sus hijos eran hombres justos, ¿tendrían el valor de ser verdaderamente Israel? ¿Cumplirían su destino como pueblo elegido de Dios, o se conformarían con ser «Jacob», modelándose a imagen y semejanza de su anterior y más pequeño yo?
Los Sabios enseñan que los hijos de Jacob respondieron con palabras que se convertirían en la oración central del judaísmo: «Shema YisraelEscucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, el Señor es Uno». Aunque este versículo aparece más adelante en el Deuteronomio, los Sabios explican que fue pronunciado por primera vez en este momento crucial. Fíjate en que los hijos no dijeron «Oye, Jacob», sino que se dirigieron específicamente a su padre como Israel. Al hacerlo, declararon ¡Aceptamos tu desafío! Elegimos ser los hijos de Israel, no sólo los hijos de Jacob. Lucharemos como tú luchaste con el ángel: hasta que llegue la victoria, hasta que amanezca.
Hoy, mientras Hamás, Irán y sus aliados trabajan incansablemente para destruir el Estado judío y los dirigentes occidentales presionan a Israel para que ceda a las exigencias de Hamás, resuena de nuevo la antigua pregunta de Jacob. ¿Nos replegaremos a ser Jacob, buscando seguridad mediante el apaciguamiento? ¿O abrazaremos nuestra identidad como Israel, manteniéndonos firmes hasta que el mal sea derrotado?
Como tan bellamente cantó Tom, la larga y oscura noche aún no ha terminado. El mundo sigue desbocado y aún queda trabajo por hacer. Puede que los hijos de Jacob huyan de la batalla, pero los hijos de Israel saben que cuando crees que has acabado, no has hecho más que empezar. Como nuestro antepasado, que luchó hasta el amanecer, debemos seguir luchando hasta que llegue la victoria, hasta que amanezca sobre un mundo redimido.
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