Yom Kippur, el Día de la Expiación, es uno de los días más importantes del calendario judío. Es un momento en que los judíos de todo el mundo buscan el perdón, reflexionan sobre sus actos y aspiran al crecimiento personal. En este día, el más sagrado, sentimos una profunda conexión con algo más grande que nosotros mismos, ya sea mediante el ayuno, la oración o un mayor sentido de la espiritualidad. Pero hay algo curioso en las lecturas de la Torá en Yom Kippur que invita a una reflexión más profunda.
En la mañana del Yom Kippur, la lectura de la Torá, tomada del Levítico 16, se centra en el servicio sagrado del Sumo Sacerdote en el antiguo Templo de Jerusalén. Éste era el único día del año en que podía entrar en el Lugar Santísimo, la parte más sagrada e interior del Templo, para ofrecer oraciones por el pueblo. La lectura destaca el asombro y la reverencia de este momento único, recordándonos la santidad del día y su potencial para una profunda conexión espiritual y purificación, como dice:
Sin embargo, por la tarde, la lectura de la Torá da un giro brusco. De repente pasa a Levítico 18, una sección que trata de las relaciones prohibidas: leyes que describen comportamientos impropios e incluso inmorales. A muchos les parece una transición extraña e incómoda. Después de pasar el día buscando el perdón y tratando de superar nuestros defectos, ¿por qué centrarnos en algo tan negativo y bajo? ¿Por qué sacaríamos a relucir temas tan desagradables en el preciso momento en que nos esforzamos por ser lo mejor de nosotros mismos? ¿No deberíamos centrarnos sólo en la santidad y la pureza, sobre todo cuando el día se acerca a su fin?
Sin embargo, hay una importante lección oculta en esta yuxtaposición. La lectura de la tarde nos recuerda que Yom Kippur no es sólo un día de inspiración espiritual y cercanía a Dios. Es un día para prepararnos para el mundo real, el mundo al que volvemos una vez finalizado el Yom Kippur , donde nos esperan tentaciones y desafíos. Esta sección de la Torá pretende ayudarnos a evitar caer en los mismos errores que pueden deshacer nuestro progreso espiritual. Aunque en Yom Kippur nos sintamos elevados y puros, la lectura de la Torá nos recuerda, con suavidad pero con firmeza, que cuando termine, la vida nos pondrá a prueba. Debemos estar preparados para esas pruebas.
Yom Kippur es un día modelo, un atisbo de lo que podemos conseguir cuando damos lo mejor de nosotros mismos. La santidad y la pureza que experimentamos en este día deben servirnos de guía para vivir las semanas y meses siguientes. Por eso, cuando el día termina y nos sentimos más conectados con nuestro yo espiritual, la Torá nos recuerda nuestra fragilidad humana. Es una prueba de realidad. Sí, hemos pasado el día alcanzando algo superior, pero aún así debemos estar preparados para los retos a los que nos enfrentaremos cuando acabe el día.
Ahora que el Yom K ippur ha quedado atrás, comienza el verdadero reto: ¿podemos aprovechar las lecciones de ese día -sus mensajes de perdón, autorreflexión y crecimiento espiritual- y llevarlas con nosotros en los días y semanas venideros? ¿Podemos afrontar las pruebas inevitables de la vida con la conciencia y la fuerza que adquirimos durante el Yom Kippur?
Al adentrarnos en los días venideros, el reto consiste en estar a la altura del potencial que vislumbramos en Yom Kippur. Asegurémonos de que los compromisos que asumimos, el perdón que buscamos y las alturas espirituales que alcanzamos permanecen con nosotros, no sólo durante un día, sino durante todo el año. El verdadero viaje no ha hecho más que empezar.
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