Las oportunidades para realizar actos de bondad nos rodean todo el tiempo. Si abrimos los ojos y el corazón, podemos encontrarlos a cada paso. Nunca podemos saber el impacto que tendrá un simple acto de bondad. He aquí un ejemplo que es especialmente relevante para los acontecimientos del 7 de octubre y la guerra en curso en Gaza.
Un hombre israelí laico llamado Jacob se quedó tirado en el arcén de la carretera un viernes por la tarde, tras quedarse sin gasolina. Mientras esperaba allí con su mujer y sus dos hijos, preguntándose cuándo llegaría la ayuda, un hombre religioso llamado Judah se detuvo y le preguntó cómo podía ayudarle. Cuando Jacob le explicó que necesitaba gasolina, Judá se ofreció a conducir hasta la gasolinera más cercana y traerle gasolina. En 20 minutos, el coche tenía gasolina suficiente para llevar a la familia adonde necesitaban ir. Judah se negó a aceptar el pago de la gasolina. Los dos hombres intercambiaron números de teléfono y siguieron su camino, y Judá llegó a casa a tiempo para observar el Sabbat.
Los hombres se mantuvieron en contacto. Un día, Jacob manifestó su interés por vivir el Sabbat. Judá invitó a la familia de Jacob a reunirse con la suya para la festividad de Simjat Torá, que cayó aquel fatídico sábado 7 de octubre de 2023. Judá cambió de planes: en lugar de visitar a su padre en la comunidad meridional de Sderot, el padre de Judá y la familia de Iaakov, que vivían en la comunidad meridional de Be’eri, visitaron a Judá en su ciudad natal de B’nei Brak. Tanto Sderot como Be’eri sufrieron un duro golpe cuando los terroristas arrasaron el sur de Israel, matando a 12.000 personas. Sin embargo, las tres familias, que estaban celebrando el Sabbat y las vacaciones en B’nei Brak, se salvaron de los horrores de aquel día.
Nos encontramos en el periodo de tiempo conocido como Sefirat HaOmer, la cuenta de siete semanas desde el segundo día de Pascua hasta la festividad de Shavuot. Durante este periodo, contamos cada día en previsión de la trascendental ocasión en que recibimos la Torá en el monte Sinaí. Esta cuenta está ordenada por Dios:
Sin embargo, este tiempo de anticipación y celebración también conlleva una nota sombría. Se convirtió en un periodo de luto debido a la trágica muerte de los 24.000 alumnos del gran sabio Rabí Akiva. Según los sabios, estos alumnos perecieron por no mostrar el debido respeto y honor hacia los demás.
Esta tragedia es especialmente conmovedora si tenemos en cuenta que el propio Rabí Akiva enseñó que amar al prójimo como a uno mismo(Levítico 19:18) es el principio más importante de toda la Torá. Sus enseñanzas hacen hincapié en la centralidad de la bondad y el respeto en nuestras interacciones con los demás. Así pues, este periodo de luto nos recuerda crudamente las consecuencias de no defender estos valores.
El rabino Menajem Mendel Schneerson, conocido como el Rebe de Lubavitch, ofreció una profunda visión del mandamiento de amar al prójimo. Se preguntó por qué el corazón humano está situado en el lado izquierdo del cuerpo cuando, en el judaísmo, el lado derecho se asocia con la santidad y la fuerza. Realizamos muchos actos sagrados con la mano derecha: ponernos las filacterias, sujetar algo que estamos bendiciendo y sostener el rollo de la Torá. El Rebe explicó que cuando miras a otra persona, tu corazón está frente a su lado derecho, simbolizando que nuestro corazón no late para nosotros mismos, sino para los demás.
Esta enseñanza encierra la esencia de «ama a tu prójimo como a ti mismo». Nos insta a centrar nuestra vida en las necesidades de los demás, a hacer latir nuestro corazón por el bienestar de nuestros semejantes. Cuando vivimos con este principio, nuestros corazones, metafóricamente, están en el lado correcto: el lado de la bondad, la compasión y la santidad.
Al interiorizar estas lecciones, transformamos nuestras interacciones y relaciones, asegurándonos de que honramos y respetamos a cada persona con la que nos encontramos. Al hacerlo, no sólo defendemos las enseñanzas de nuestros sabios, sino que también creamos un mundo en el que nuestro corazón colectivo late al unísono por el bien de todos.
La historia de Judá y Jacob ilustra perfectamente este principio. Un simple acto de bondad no sólo ayudó a una familia desamparada, sino que forjó un vínculo que, en última instancia, salvó vidas. Como aprendemos de los alumnos de Rabí Akiva, no basta con estudiar la Biblia y seguir los mandamientos; ante todo, debemos ser buenas personas. Nuestros corazones deben latir por los demás, y nuestras acciones deben reflejar el amor y el respeto que son fundamentales para nuestra fe. Mediante la bondad, podemos crear ondas de cambio positivo que se extiendan mucho más allá de nuestras acciones inmediatas, influyendo en las vidas de formas que quizá nunca lleguemos a comprender del todo.
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