En las siete semanas que transcurren entre el 9 de Av, día de luto por la destrucción del Templo, y Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, el pueblo judío lee siete lecturas de consuelo del profeta Isaías. Estas lecturas ofrecen esperanza tras un tiempo de profundo dolor y reflexión. La cuarta de estas lecturas, Isaías 51:12-52:12, habla poderosamente de la redención, el consuelo y la promesa de Dios de restaurar a Su pueblo, ideas que siguen resonando profundamente.
El pasaje comienza con una sorprendente y personal promesa de Dios:
La repetición de la palabra «Yo» pone de relieve no sólo la capacidad de Dios, sino también Su profundo deseo de consolar y redimir a Su pueblo. Destaca que Dios mismo consolará a Su pueblo, y que no dependerá de Sus profetas ni de ningún otro mensajero. Esta doble declaración también subraya la implicación continua y personal de Dios en la historia y el futuro de Israel. La repetición reafirma al pueblo en que, igual que Dios les salvó antes, volverá a hacerlo.
A lo largo de la historia, el pueblo judío se ha enfrentado a periodos de exilio, derrota y miedo. En tiempos de Isaías, habían soportado la subyugación del poderoso imperio asirio y sufrieron el exilio de las Diez Tribus. Poco después, el Templo fue destruido y fueron exiliados por Babilonia. Su fe se había tambaleado. Esta profecía aborda directamente el temor a que Dios no les salvara, animando a la nación a levantar los ojos más allá de sus circunstancias inmediatas y a confiar en la capacidad de Dios para sacarlos de la desesperación.
La pregunta retórica «¿Qué os aflige para que temáis a los hombres que han de morir, a los mortales que son como la hierba?» reta al pueblo judío a que deje de temer a sus opresores humanos y deposite en cambio su confianza en Dios, que creó los cielos y la tierra. Isaías les recuerda que el poder humano es efímero, mientras que el poder de Dios es eterno. El rabino Yaakov Medan establece un paralelismo con la historia del Éxodo, en la que los israelitas temieron inicialmente a los egipcios, pero más tarde, mediante el acto de ofrecer el cordero pascual desafiando a sus captores, demostraron su creciente confianza en la protección de Dios. Del mismo modo, Isaías llama al pueblo a superar el miedo a sus actuales opresores y a depositar plenamente su fe en Dios, el Redentor definitivo.
La profecía contiene también una llamada a la renovación y al despertar espirituales. Isaías insta repetidamente a Jerusalén y Sión a «despertarse» y «levantarse» del polvo. Esta imaginería no sólo se refiere a un retorno físico a su patria, sino también a un renacimiento espiritual, una llamada a reclamar su dignidad y honor como pueblo elegido de Dios. Se anima al pueblo judío a sacudirse el polvo de la derrota y a recuperar su identidad, a ponerse su «vestido de poder» y su «traje de gloria». En esta llamada a levantarse, Isaías imagina una época en la que Israel volverá a erguirse con fuerza y triunfo.
Un aspecto especialmente importante de esta profecía es la forma en que contrasta la redención futura con el apresurado Éxodo de Egipto:
Cuando los israelitas huyeron de Egipto, lo hicieron deprisa (Deuteronomio 16:3), impulsados por la necesidad de escapar rápidamente. Pero la visión de Isaías de la redención futura es diferente: esta vez, el pueblo no huirá deprisa ni presa del pánico. En cambio, su regreso a Sión será tranquilo, digno y pacífico, con Dios mismo guiándoles. La selección termina afirmando que, en el futuro, las naciones reconocerán la mano de Dios en la redención de Israel e incluso les apoyarán en su regreso y reconstrucción, como dice:
Esta idea de que las naciones del mundo reconocerán a Dios en la futura redención se encuentra también en otros lugares de Isaías, como en Isaías 2:2-3. La redención de Israel no sólo traerá la salvación al pueblo judío, sino que también revelará la grandeza de Dios a todas las naciones.
Este poderoso mensaje de redención, consuelo y justicia divina habla directamente de la situación actual a la que se enfrenta hoy Israel. Mientras la nación lucha por su supervivencia en una guerra prolongada contra Hamás y el antisemitismo aumenta en todo el mundo, esta antigua profecía ofrece un mensaje de esperanza. Al igual que en tiempos de Isaías, el pueblo judío se enfrenta hoy al miedo, al odio y a la violencia. Sin embargo, la promesa sigue siendo que Dios está presente, ofreciendo consuelo y redención a Su nación.
La profecía de Isaías nos recuerda que, incluso en momentos de gran sufrimiento e incertidumbre, Dios está con Su pueblo, guiándolo hacia un futuro de paz y restauración. A pesar de los desafíos y amenazas que les rodean, el pueblo judío está llamado a confiar en la promesa eterna de Dios: que llegará la redención, que terminará el sufrimiento y que Su nombre será santificado a los ojos del mundo.
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