La otra noche, sin darme cuenta, me encontré metiendo la mano en el bolsillo durante la cena y sacando el teléfono. En un abrir y cerrar de ojos, estaba hojeando mis correos electrónicos mientras mi familia cenaba y, sin más, me había desconectado. Estaba allí, físicamente, pero mi mente estaba en mi trabajo. Una mirada frustrada de mi mujer me devolvió a la realidad, y rápidamente volví a guardar el teléfono en el bolsillo.
No hace tanto tiempo que la gente dejaba su trabajo en la oficina. Daban las buenas noches a sus compañeros, se subían a un autobús o a un tren y dejaban atrás su trabajo hasta la siguiente jornada laboral. Hoy, por desgracia, el trabajo nos sigue dondequiera que vayamos. Consultamos nuestros correos electrónicos por la noche y los fines de semana, sintiendo siempre la presión de responder. No quedan límites. El mundo digital ha borrado las líneas entre el trabajo y el descanso, entre lo público y lo privado, entre lo sagrado y lo mundano.
¿Cuál es el resultado? Relaciones rotas. Aumento de la ansiedad. Reducción de la capacidad de atención. Una persistente sensación de que, a pesar de toda nuestra conectividad, algo vital se ha perdido. No podemos concentrarnos en nada significativo porque siempre llega la siguiente notificación. Nos ahogamos en información mientras nos morimos de hambre de sabiduría. Las tecnologías que prometieron liberarnos se han convertido en nuestros amos.
¿Dónde podemos refugiarnos de esta tormenta implacable? ¿Cómo recuperamos el espacio sagrado necesario para que nuestras almas respiren?
Los judíos jasídicos cuentan una parábola: En Europa oriental, un vendedor ambulante recorría a duras penas los bosques nevados vendiendo sus escasas mercancías de pueblo en pueblo. Una noche, el cielo se oscureció inesperadamente al estallar una tormenta invernal. La nieve arremolinada oscureció los caminos y los vientos aullantes le desorientaron por completo. Al caer la noche, el vendedor ambulante avanzó dando tumbos sin esperanza. Se le entumecieron los dedos de manos y pies. Sus mejillas ardían rojas por la escarcha. Cada paso era más difícil que el anterior.
De repente, a lo lejos, divisó una luz resplandeciente. Con sus últimas reservas de fuerza, luchó a través de los ventisqueros hacia la luz. Ésta le condujo a una posada de viajeros donde encontró calor junto al fuego, comida caliente para su estómago vacío y una cama para su cuerpo exhausto.
Por la mañana, fresco y reorientado, el posadero le dio indicaciones claras. El vendedor ambulante volvió al bosque, no como un alma perdida al borde de la muerte, sino como un viajero que sabía exactamente adónde se dirigía.
Esta parábola contiene la respuesta a nuestra pregunta. Nosotros somos ese vendedor ambulante. El viaje de la vida a través del mundo material es ese bosque asolado por la tormenta. Las exigencias del trabajo, la tecnología y el consumo sin fin son los vientos amargos y la nieve desorientadora que nos hacen perder el rumbo. Cuando olvidamos nuestro propósito y nos rendimos a la tormenta, nuestras almas se entumecen y empiezan a morir.
La posada con su fuego cálido, su comida nutritiva y su sueño reparador: eso es el Shabbat. Es la luz que nos guía cuando hemos perdido el camino. Es el refugio que nos permite recordar quiénes somos y por qué estamos aquí.
Tras relatar los seis días de la creación, la Biblia afirma:
Dios mismo dejó de trabajar el séptimo día, pues la verdadera culminación incluye detenerse. No puedes terminar algo si nunca lo dejas. No puedes santificar nada sin poner límites. Por eso Dios bendijo el séptimo día y lo hizo sagrado. Creó un límite en el tiempo, y ese límite se convirtió en sagrado.
La palabra hebrea para naturaleza es teva (טבע). Estas mismas letras hebreas también pueden deletrear la palabra ahogarse. No es ninguna coincidencia. Cuando vivimos sin límites -cuando permitimos que el mundo natural, con todas sus exigencias y distracciones, dicte nuestras vidas-, literalmente nos ahogamos espiritualmente. Como enseñó el rabino Itzjak Meir Alter: “El mundo natural de los deseos y los instintos animales ahoga al individuo”. Sin el límite semanal del Shabat, perdemos por completo nuestra orientación espiritual. Olvidamos para qué trabajamos. Perdemos de vista nuestro propósito. La interminable corriente de actividad nos arrastra.
Cuando Isaías declaró «Si refrenas tu pie a causa del sábado, de ocuparte de tus asuntos en Mi día santo… entonces te deleitarás en Yahveh «(Isaías 58:13-14), expresó precisamente este punto: la verdadera libertad exige moderación. La verdadera alegría exige límites. Dejando de trabajar -y guardando nuestros teléfonos- creamos espacio para las verdaderas relaciones.
Este es el mensaje revolucionario que nuestro mundo necesita desesperadamente. Para. Descansa. Recuerda. Reconecta.
Por eso escribí La Revolución del Shabat: Una Guía Práctica para la Renovación Semanal. Este libro ofrece una hoja de ruta para escapar del desierto digital y redescubrir la posada donde nuestras almas pueden encontrar calor y dirección. Basándose en miles de años de sabiduría, proporciona una guía práctica para crear un tiempo sagrado en un mundo sin límites.
En palabras de Erick Stakelbeck, presentador del programa Stakelbeck Tonight de la TBN: “En el mundo actual de 24 horas al día, 7 días a la semana, crónicamente ocupado y adicto al teléfono, dejar a un lado el ajetreo, el bullicio y las distracciones una vez a la semana para centrarse en Dios y en la familia es un acto verdaderamente revolucionario.”
La luz de la posada sigue brillando hoy para nosotros. Sólo necesitamos el valor de seguirla a través de la tormenta, y el sentido común de guardar nuestros teléfonos en los bolsillos cuando lleguemos allí.
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