El Tabernáculo y todos sus componentes requerían grandes cantidades de materiales costosos, por lo que, tras su construcción, Moisés dio cuenta de los materiales que se habían utilizado.
Esto requería que, además de profeta, político, juez y organizador social, Moisés fuera también contable, sentando el precedente de las instituciones religiosas modernas, que también presentan a sus congregaciones un informe financiero anual.
Aunque pueda sonar excesivamente materialista centrarse en las finanzas, la meticulosa contabilidad de la Torá sobre las cantidades de material implica que promulgar prácticas comerciales adecuadas y honestas es un requisito para servir a Dios.
En el pensamiento judío, la riqueza es una expresión de la voluntad divina, y Dios elige quién recibe qué aspecto de su generosidad. Robar o comerciar en falso es apropiarse indebidamente de la propiedad de Dios y usurpar Su voluntad.
Así lo expresó sucintamente el profeta:
Como tal, muchos asuntos que parecen mundanos se tratan con gran detalle en la Biblia. Los tratos comerciales se tratan extensamente. La Torá, dada divinamente, se esforzó mucho para garantizar que los mercaderes utilizaran pesos y medidas exactos. La conexión con Dios exige honradez en los negocios, y Moisés comprendió que para la shechina (la presencia de Dios) habitara entre los judíos, el Tabernáculo debía construirse necesariamente con una contabilidad escrupulosa.

Esta tradición de contabilidad escrupulosa en la casa de Dios, iniciada por Moisés, se perpetuó hasta el Templo. Según el Talmud, los que entraban en la cámara del Templo para recoger el dinero necesario para los sacrificios no llevaban ropa con bolsillos u otros receptáculos «porque una persona debe estar por encima de toda sospecha tanto ante la gente como ante Dios» (Shekalim 3:2).
Los sabios enseñaron que al menos dos personas deben ser designadas conjuntamente como fideicomisarios de los fondos públicos. El Midrash señala en Éxodo Rabá (51:1): «aunque Moisés era el único tesorero, llamó a otros para que auditaran las cuentas con él».
La contabilidad de los materiales utilizados para el Tabernáculo era impresionante, pues la construcción del Tabernáculo representaba una enorme inversión, sin duda la mayor parte de la riqueza de la nación. Se utilizaron 29 talentos de oro. Algunos estiman que cada talento valía 32 kilogramos. Eso equivale a un total de unas 2030 libras (o 32.480 onzas) como mínimo. Al valor de mercado actual de 1.932 dólares la onza, el oro utilizado en la construcción del Tabernáculo estaría valorado en 62.751.360 dólares. Esto es aún más impresionante si se tiene en cuenta que todo este oro llegó como ofrendas voluntarias motivadas por el amor a Dios.