En la porción de la Torá de Mishpatim(Éxodo 21:1-24-18), nos encontramos con un momento profundo en el viaje del pueblo israelita. Tras la sobrecogedora revelación en el Sinaí, cuando se entregaron los Diez Mandamientos, se presenta una lista de leyes detalladas. Esto prepara el escenario para un acontecimiento significativo: la ceremonia de la alianza(Éxodo 24:3-11). Es un momento en el que el pueblo judío se compromete firmemente a seguir las leyes de Dios, marcando un punto crucial en su camino espiritual.
La ceremonia en sí es rica en simbolismo y significado. Incluye ofrendas, la escritura y lectura del Libro de la Alianza y la aspersión de sangre. Me gustaría centrarme en dos características que destacan por su profundo significado: el altar hecho de doce piedras y la participación de los muchachos, o jóvenes, en la presentación de las ofrendas.
Moisés escribió entonces todos los mandamientos del Señor. Por la mañana temprano, levantó un altar al pie de la montaña, con doce columnas para las doce tribus de Israel. Designó a algunos jóvenes entre los israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos y sacrificaron toros como ofrendas de bienestar al Señor.(Éxodo 24:4-5)
El rabino Samson Raphael Hirsch se pregunta por qué era necesario construir un altar de doce piedras, que representaran a las doce tribus de Israel. Si las tribus ya estaban físicamente presentes en la ceremonia, ¿por qué la necesidad de una representación simbólica? Además, ¿quiénes eran esos «jóvenes» designados para traer ofrendas?
El rabino Hirsch ofrece una perspicaz interpretación de estas dos características. Sugiere que las piedras no pretendían representar a las tribus presentes en aquel momento. En cambio, simbolizaban el futuro de Israel; los miembros de la nación judía a lo largo de todas las generaciones. No eran sólo los que estaban en el Sinaí los que formaban parte del pacto, sino también todos sus futuros descendientes. El pacto no era un acuerdo momentáneo; era eterno, destinado a perdurar a través de los tiempos.
El papel de la juventud en esta ceremonia es igualmente significativo. Aunque tradicionalmente los comentaristas bíblicos han entendido que la palabra juventud se refería a los primogénitos destinados a servir en el Templo, Hirsch ofrece una perspectiva diferente. Considera a estos jóvenes como «los portadores inmediatos del futuro». Esta idea destaca la importancia de los jóvenes y el papel que desempeñan en llevar adelante las tradiciones. Involucrarlos en la ceremonia de la alianza fue una poderosa declaración: el futuro de la alianza, la continuación del viaje que comenzó en el Sinaí, descansa en sus manos.
Esta interpretación conlleva un profundo mensaje sobre la naturaleza de la alianza y la forma en que debe transmitirse a través de las generaciones. Sirve como recordatorio de que las leyes y enseñanzas dadas en el Sinaí no eran sólo para los que estaban allí en ese momento. Eran para todas las generaciones venideras. Cada generación es un eslabón de una cadena que se remonta al Sinaí y avanza hacia el futuro.
Además, la participación activa de los jóvenes en la ceremonia del pacto subraya la importancia de implicar a las generaciones más jóvenes. Es una llamada a garantizar que las tradiciones, los valores y las leyes que definen a una comunidad no sólo se enseñan, sino que cobran vida de forma que resuenen entre los jóvenes. No son meros receptores pasivos de un legado; son portadores activos del futuro, dando forma y llevando adelante el pacto. Si no implicamos a los jóvenes cuando son jóvenes, corremos un mayor riesgo de perderlos cuando se hagan mayores.
En cada generación, se vuelve a contar la historia del Sinaí, se renueva el pacto y se invita a los jóvenes a ocupar su lugar en la historia continua de su pueblo. Las doce piedras del altar y los jóvenes que traen ofrendas nos recuerdan que la alianza no es sólo un pacto con el pasado. Es una promesa para el futuro, un vínculo vivo que cada nueva generación abraza y hace suyo, continuando el viaje eterno que empezó hace tantas generaciones al pie del monte Sinaí.
En la época contemporánea, uno de los retos más acuciantes a los que se enfrentan tanto el judaísmo como el cristianismo es el compromiso y la retención de la juventud. Mantener la vitalidad y relevancia de las tradiciones religiosas entre los jóvenes es una tarea compleja en una era marcada por los rápidos avances tecnológicos y los cambiantes paisajes culturales. Sin embargo, las enseñanzas de la Torá, especialmente las destacadas en la ceremonia del pacto de Mishpatim, ofrecen una sabiduría intemporal sobre esta cuestión. El papel activo de los jóvenes en este acontecimiento fundamental subraya la importancia crucial de implicarlos no sólo como observadores, sino como participantes vitales en la vida religiosa.
Asegurándonos de que nuestras prácticas y enseñanzas resuenan entre los jóvenes, escuchando sus puntos de vista y capacitándoles para ser participantes activos en su viaje espiritual, podemos salvaguardar la continuidad y la riqueza de nuestra fe.
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