¿Qué tenía el rey David que llevó al Dios de Israel a elegirlo como rey eterno de Su pueblo?
David no era el hijo mayor, ni el candidato más probable. Cuando el profeta Samuel vino a ungir a un nuevo rey de entre los hijos de Jesé, David ni siquiera fue invitado a la reunión. Estaba fuera cuidando las ovejas. Sólo después de que Samuel preguntara: “¿Estos son todos tus hijos?”, hicieron entrar a David. Y Dios dijo a Samuel “Levántate y úngelo, porque éste es”. (1 Samuel 16:12)
Sólo unos versículos antes, Dios había dicho algo aún más revelador:
Este versículo capta por qué se eligió a David. Dios no buscaba estatus, fuerza o posición: buscaba un corazón. La grandeza de David no residía en su perfección, sino en su sensibilidad espiritual, su valor y su anhelo constante de acercarse a Dios.
De joven, David ya había desarrollado una profunda relación con el Creador. Mientras cuidaba ovejas en los campos de Belén, escribía canciones de alabanza, meditaba sobre las maravillas de la creación y aprendió a confiar plenamente en la protección de Dios. Según la tradición judía, David se levantaba a medianoche para cantar y rezar, su alma en sintonía con las horas tranquilas en que el mundo está quieto y el corazón abierto.
Cuando David se enfrentó a Goliat, no actuaba por orgullo juvenil. Estaba defendiendo el honor del Dios de Israel. Declaró con plena confianza
La fe de David no era una creencia abstracta. Era activa, viva y audaz. No confiaba en sus propias fuerzas, sino en el Dios que le había librado de leones y osos (versículo 37), y que ahora le libraría de las manos de un enemigo de Israel.
Pero el aspecto más profundo de la vida de David no son sus victorias militares ni su estatus real. Es su capacidad de arrepentimiento sincero.
Tras su pecado con Betsabé y la muerte arreglada de su marido, Urías, el profeta Natán se enfrentó a él. David no ofreció excusas. No eludió la responsabilidad. Simplemente dijo: “He pecado contra el Señor”.(2 Samuel 12:13)
De aquel momento surgió una de las oraciones más sentidas de toda la Biblia:
La tradición judía enseña que David dio ejemplo de cómo es el verdadero arrepentimiento. Demostró que, por grande que sea el pecado, cuando una persona vuelve a Dios con humildad, honradez y tristeza, ese retorno es aceptado.
A lo largo de su vida, David permaneció profundamente unido a Dios. Incluso en los momentos más oscuros -traicionado por su propio hijo, perseguido por sus enemigos, agobiado por la culpa- se volvió a Dios en oración. Sus Salmos, muchos de los cuales compuso entre lágrimas, se convirtieron en la voz espiritual de Israel. Alegría, temor, asombro, gratitud, anhelo: sus palabras dan voz a todas las emociones humanas en presencia de la Divinidad.
Una de sus declaraciones más conocidas lo dice mejor:
David nos enseña que estar cerca de Dios no significa que vivamos sin lucha. Significa que llevamos a Dios con nosotros a través de la lucha.
En el pensamiento judío, el rey David es recordado como el modelo de alguien cuyo corazón estaba ligado a Dios, no porque nunca fallara, sino porque siempre volvía. Su vida demuestra que lo que más desea Dios no es la perfección, sino la honradez y la fidelidad.
El Dios que vio en el corazón de David sigue mirando en los corazones hoy en día. Sigue valorando la verdad, la humildad y el amor. Y sigue invitando a la gente -defectuosa pero sincera- a caminar cerca de Él.
Como predijo el profeta Isaías, llegará el día en que el linaje de David resucitará, y el mundo se llenará del conocimiento de Dios como las aguas cubren el mar (Isaías 11:1-9). Hasta entonces, la vida de David sigue siendo una guía, un recordatorio de que, hayamos estado donde hayamos estado, siempre podemos volver.