Ése fue el trágico precio que tuvieron que pagar Coré y su grupo de camaradas por intentar derrocar a Moisés. Por desgracia, estos rebeldes también hicieron morir a sus mujeres, hijos e incluso animales. Debió de ser un espectáculo espantoso.
Pero espera un momento, ¿no se atribuye el Salmo 42 a los hijos de Coré? ¿Cómo pudo Coré tener descendientes que compusieran salmos, si todos sus hijos fueron engullidos en la fosa junto con él?
La tradición oral nos cuenta un secreto: mientras los hijos de Coré caían en caída libre a las fosas del infierno, tuvieron sentimientos de arrepentimiento por haber intentado derrocar a Moisés. Su arrepentimiento era tan sincero que Dios hizo que milagrosamente sobresaliera un saliente de la sima, en el que los hijos de Coré aterrizaron a salvo. Se salvaron.
La hermosa imaginería del Salmo 42 es una expresión del anhelo de Dios de los hijos de Coré durante aquel espectacular momento de arrepentimiento (versículos 2-3):
Anhelaban volver a la conexión con la Fuente de la Vida, «presentarse» ante Dios. Este deseo profundo es el deseo más natural y esencial del alma.
El Salmo 42 también describe el sufrimiento y la alienación de un pueblo en el exilio: abatido, amargado y abrumado por el tormento y las dificultades. Esto estalla finalmente como una apasionada súplica de salvación (versículos 9-10):
Cuando sufrimos el exilio físico y espiritual, nuestras almas están resecas; estamos agotados y necesitamos desesperadamente despertar e iluminarnos. Es precisamente desde el interior de la esterilidad del desierto espiritual desde donde nuestras almas tienen sed de cercanía y arrepentimiento.
Cuando tenemos pensamientos de arrepentimiento, se nos consuela y anima a superar nuestra tristeza y a no desesperar nunca. Nuestras oraciones serán respondidas con seguridad, y nuestro arrepentimiento sincero será aceptado. Seremos agraciados con una segunda oportunidad (versículo 12):
Que nos inspire el poder del arrepentimiento y el anhelo del alma de los hijos de Coré. Que honremos los momentos en que nos detenemos a reconsiderar nuestra propia vida, mortalidad y relación con Dios, y que nos fortalezcamos con el conocimiento de que siempre podemos cambiar, incluso en un instante.
Los hijos de Coré nos enseñan que nunca es demasiado tarde para arrepentirse.