En las comunidades judías de todo el mundo, esta semana se produce un cambio sutil pero poderoso al comenzar el mes hebreo de Adar. Caminando por las estrechas calles de Jerusalén, es posible que notes una ligereza en los pasos de la gente, sonrisas más frecuentes y una tangible sensación de expectación. Esto no es casual. Los sabios judíos instruyeron: «Cuando comienza Adar, aumenta nuestra alegría», una enseñanza que ha sostenido al pueblo judío a lo largo de milenios de desafíos.
Pero, ¿qué hace que Adar se asocie tan singularmente con la felicidad?
El calendario judío contiene varias fiestas alegres. Durante Sucot (la Fiesta de los Tabernáculos), por ejemplo, la Biblia ordena explícitamente la celebración:
Otras fiestas también hacen hincapié en la alegría y el agradecimiento.
Sin embargo, Adar es diferente. A diferencia de las celebraciones específicas de las fiestas, Adar transforma todo un mes en una temporada de creciente alegría. Esta distinción no es arbitraria, sino que tiene su origen en la extraordinaria historia de Purim, que tiene lugar a mediados de Adar.
El rabino Eliezer Melamed, una destacada autoridad ortodoxa, explica que la cualidad única de la alegría de Adar reside en su poder de transformación. Así como el mes de Av (cuando fueron destruidos los dos Santos Templos) se inclina naturalmente hacia la calamidad, Adar posee una capacidad inherente para convertir lo negativo en positivo.
«La alegría ordinaria celebra el bien que existe en el mundo -enseña el rabino Melamed-, pero dicha alegría queda incompleta porque el mal y el sufrimiento aún persisten. Sin embargo, cuando incluso el mal se transforma en bien, la alegría se vuelve abundante y completa.»
Este principio se manifiesta perfectamente en la narración de Purim. Lo que empezó como un complot genocida contra el pueblo judío se transformó dramáticamente en salvación y victoria. La horca de Amán se convirtió en el instrumento de su propia muerte, mientras que Mordejai pasó del cilicio a las vestiduras reales.
Adar nos enseña que la auténtica alegría no es simplemente la ausencia de problemas, sino el reconocimiento profundo de que incluso nuestros momentos más oscuros contienen semillas de transformación. En este sentido, lo que parece una desgracia puede revelarse en última instancia como una bendición.
En nuestro mundo polarizado, el mensaje de Adar trasciende las fronteras. Tanto si nos enfrentamos a luchas personales como a divisiones sociales, se nos recuerda que ninguna situación está más allá de la redención. El mismo Dios que convirtió el luto en danza para el pueblo de la reina Ester sigue actuando en la historia de la humanidad.
Cuando los judíos de todo el mundo abrazan la simcha (alegría) este Adar, demuestran una verdad contracultural: la alegría no depende de circunstancias perfectas, sino de la fe en la transformación final. Al elegir aumentar nuestra alegría incluso antes de que cambien las circunstancias, participamos en la obra divina de la redención.
La próxima vez que te enfrentes a retos aparentemente insuperables, recuerda la sabiduría de Adar: la historia no ha terminado. Lo que empieza en amenaza puede concluir en triunfo. Cuando cultivamos la disciplina espiritual de la alegría, creamos espacio para cambios inesperados, convirtiendo lo que estaba destinado al daño en caminos de bendición.
La promesa de cambio que encierra Adar resulta especialmente conmovedora este año. Mientras Israel prosigue su difícil guerra con Hamás tras 16 meses de conflicto, mientras el antisemitismo aumenta en todo el mundo hasta niveles alarmantes, y mientras más de 50 rehenes permanecen cautivos en los túneles de Gaza, el pueblo judío se enfrenta una vez más a amenazas existenciales que recuerdan a la antigua Persia. Sin embargo, Adar susurra una verdad intemporal: lo que parece la oscuridad más profunda puede preceder a la luz más profunda. Quizá este Adar sea la estación de ese cambio tan esperado: cuando los cautivos vuelvan a casa, cuando los enemigos sean derrotados, cuando el odio se transforme en comprensión y cuando amanezca por fin la redención completa que tanto Israel como el mundo esperan. Como presenciaron nuestros antepasados en Susa, la salvación puede llegar con una rapidez inesperada, «en un día»(Ester 9:1).
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