Hoy es el 17 del mes hebreo de Tamuz, el cuarto mes del calendario hebreo. Es un día de reflexión y anticipación. Nuestros sabios cuentan que cinco tragedias acontecieron a nuestros antepasados en este mismo día: la rotura de las tablas, el cese del sacrificio diario, la quema del rollo de la Torá, la colocación de un ídolo en el Templo y, lo que es más importante, la ruptura de las murallas de Jerusalén, que condujo al incendio del Templo tres semanas después. Por ello, históricamente ha sido un día de tragedia y se observa como un día de ayuno, un tiempo para la reflexión y la introspección.
Pero también es un día de anticipación, ya que el profeta Zacarías predice un futuro en el que todos los ayunos que conmemoran las etapas de la destrucción de Jerusalén se transformarán en días de alegría y celebración:
Esperamos y rezamos para que ese momento llegue pronto, pero hasta la llegada del Mesías y la reconstrucción del Templo, seguimos ayunando.
Rabbanit Debbie Zimmerman señala perspicazmente que en cada uno de los cinco trágicos sucesos enumerados anteriormente estaban implicados objetos físicos: tablillas, muros, animales, rollos de la Torá e ídolos en el Templo. Sin embargo, estos objetos no eran meros artefactos; eran poderosos símbolos que representaban ideas profundas. Su destrucción significaba un profundo defecto en la forma en que los hijos de Israel se relacionaban con los ideales que representaban.
La rotura de las tablas por Moisés no fue simplemente la destrucción de la piedra. Las tablas eran un recordatorio físico de nuestro pacto con Dios. Cuando los israelitas adoraron al Becerro de Oro, violaron el compromiso simbolizado por las tablas. El acto de Moisés de romper las tablas puso de relieve la grave ruptura de nuestra relación con Dios, una señal física de un fracaso espiritual.
Del mismo modo, el sacrificio diario representaba nuestra devoción y servicio continuos a Dios. Su cese supuso una importante interrupción de esta relación. Pero esto no era más que una manifestación física del hecho de que los ideales representados por este servicio divino se habían perdido mucho antes de que se interrumpiera el sacrificio diario.
Más que una simple barrera física destinada a proteger la ciudad, las murallas de Jerusalén simbolizaban la unidad y la seguridad de la capital política y espiritual del pueblo judío. Cuando los romanos derribaron las murallas en el año 70 d.C., las luchas y conflictos internos ya habían debilitado la ciudad. Jerusalén, antaño ciudad de rectitud y unidad, había descendido al faccionalismo y la discordia. La brecha física no fue más que la culminación de un colapso interno más profundo.
La colocación de un ídolo en el santuario era una profunda profanación del Templo de Dios. Representaba el triunfo definitivo de la falsedad y la incomprensión sobre la verdad y la santidad. Este acto simbolizaba la degradación de nuestra identidad espiritual y nacional que asolaba a nuestra nación. El ídolo, símbolo del paganismo y la falsedad, contrastaba fuertemente con los ideales monoteístas que una vez encarnó el Templo.
Por último, la quema de la Torá por Apostamus no fue sólo un ataque a un pergamino físico, sino un asalto a la esencia misma de la vida y el aprendizaje judíos. La Torá se describe como un «árbol de la vida» para quienes se aferran a ella, guiándonos a través de las complejidades de la vida. Cuando Apostamus quemó la Torá, simbolizó un ataque a nuestro patrimonio intelectual y espiritual. La quema del rollo de la Torá fue un acto físico que simbolizaba el rechazo de los hijos de Israel a lo que representaba.
A lo largo de nuestra historia, la destrucción de símbolos a menudo siguió al deterioro de los ideales que representaban. Nuestro ayuno del 17 de Tamuz no consiste sólo en lamentar la pérdida de objetos físicos, sino en reconocer y reparar las brechas espirituales y morales más profundas que significan.
Los días de ayuno son tiempos de introspección. Nos desafían a ir más allá de la conservación superficial de los símbolos y a comprometernos profundamente con las ideas y los valores que representan. Nuestros sabios nos enseñan que cada generación en la que no se reconstruye el Templo es como si hubiera sido destruido en esa generación. La ausencia continuada del Templo significa que aún no tenemos el mérito de que se reconstruya y que estamos perpetuando las razones de su destrucción. Si nos centramos en las razones subyacentes de su destrucción, así como en todas las tragedias ocurridas ese día, podemos esforzarnos por sanar y arreglar los problemas internos de nuestra comunidad y de nosotros mismos. Sólo entonces podremos esperar restaurar verdaderamente los ideales y valores que representan estos símbolos, allanando el camino para un futuro lleno de alegría y celebración.
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