A lo largo del Levítico, Dios ordena a Moisés que enseñe a los Hijos de Israel, o les instruya en diversos mandamientos y normas de comportamiento. Con esta escritura, Dios introduce algunas leyes relativas a nuestra relación con Dios, como el Shabat y la prohibición de adorar ídolos. Sin embargo, la mayoría de los mandamientos de esta sección se refieren a las relaciones dentro de la sociedad, el trato a los pobres, las prácticas laborales honestas y el mandamiento muy básico de amar al prójimo como a uno mismo.
Pero en el primer mandamiento, que sirve para introducir todo el capítulo, Dios nos ordena que seamos santos. Y a ser santos porque Él es santo. En esta breve instrucción, llegamos a comprender la esencia misma de la relación del hombre con Dios. Dios es perfección. Dios es la santidad. Y es a Dios a quien debemos emular. Debemos ser santos porque Él es santo.
¿Y cómo se expresa esa santidad? No como en tantas otras religiones, exclusivamente mediante rituales y ceremonias. Sí, debemos guardar el Shabbat y ofrecer los sacrificios rituales a Dios y no a los ídolos paganos. Pero eso se trata muy brevemente. La idea central del capítulo es la expectativa de santidad en nuestro trato con el prójimo.
Estos dos versículos presentan sólo un ejemplo de la densidad de las leyes mencionadas en esta porción, su moralidad universal y su conexión con Dios. La palabra hebrea original para «no permanecerá contigo toda la noche» es «talin», palabra que significa literalmente pernoctar. En hebreo moderno, esta palabra se utiliza para describir el acto de retrasar el pago de un salario, que es ilegal según la ley israelí. Es este mismo versículo el que ha servido de base para el moderno estatuto israelí.
Se ha interpretado que la prohibición de poner una piedra de tropiezo ante el ciego incluye cualquier acción que pueda tentar a alguien a cometer un pecado contra alguien que carezca de los conocimientos o los recursos internos para resistir la tentación. Del mismo modo que un ciego es incapaz de ver el obstáculo físico que tiene ante sí y, por tanto, tropezará, tampoco se debe dejar sola en una tienda a una persona con una debilidad conocida por la cleptomanía, por ejemplo, pues será incapaz de comprender el obstáculo moral que le impide robar y se servirá de los bienes de la tienda. Esto se convierte en responsabilidad de la sociedad, no sólo del ladrón potencial.
Estos versículos, como tantos otros, terminan con las palabras «Yo soy el Señor». Los imperativos morales enumerados en esta porción están todos íntimamente relacionados con nuestra relación con Dios. La porción comienza con la afirmación de que debemos ser santos porque Dios es santo. La continuación del capítulo representa la plenitud de este concepto de emular los caminos de Dios: Dios es compasivo, y nosotros también debemos emular esta característica de Dios. Pues es a través de nuestras relaciones con nuestros semejantes, mediante actos de compasión y caridad, como podemos llegar a ser santos y, como pueblo, hacernos dignos de la descripción que Dios mismo asigna al pueblo de Israel: