En la porción de la Torá de Beshalach(Éxodo 13:17-17:16) leemos sobre la milagrosa división del Mar. Al salir triunfantes del Mar Rojo, los israelitas entonaron la «Canción de Moisés», una sentida oda de gratitud. Esta canción resume su profunda reverencia y agradecimiento a Dios por haberles salvado de una muerte segura. El rabino Ephraim Mirvis, rabino jefe de las Congregaciones Hebreas Unidas de la Commonwealth, explica que aprendemos de esta canción, concretamente de la línea «éste es mi Dios, y yo le glorificaré»(Éxodo 15:2), cómo expresar gratitud a Dios.
Pero esta línea también plantea la pregunta: ¿Cómo se glorifica verdaderamente a Dios? ¿Cuál es el significado de esta frase?
El rabino Mirvis cita primero el Talmud, que sugiere que glorificamos a Dios embelleciendo los mandamientos que cumplimos. Cada mandamiento no es un mero deber que cumplir. Por el contrario, es una oportunidad para mostrar nuestro aprecio por Dios y Sus mandamientos divinos. Esta perspectiva nos insta a no cumplir los mandamientos perfunctoriamente o para acabar de una vez, sino a cumplirlos de forma bella y glorificada. Hacerlo así aporta honor y gloria a Dios.
Muchos de los comentaristas medievales ofrecen otra capa de interpretación. Sugieren que la palabra hebrea para «Le glorificaré», v’anveihu, procede de la palabra hebrea naveh, que significa «un hogar», conectando el concepto de glorificación de Dios con la idea de construir un hogar para Dios. Esta interpretación procede de la aspiración, expresada desde los albores de la existencia de la nación judía, de crear un espacio sagrado para Dios, una morada divina en la tierra. La mejor forma de glorificar a Dios es construirle un Templo, algo que los israelitas ya aspiraban a hacer cuando salían de Egipto.
Sin embargo, el rabino Mirvis prefiere la interpretación del rabino Samson Raphael Hirsch, que adopta un enfoque más íntimo y personal de la conexión entre la v’anveihu y la construcción de un hogar. Explica que glorificar a Dios no se limita a construir un hogar externo para Dios, es decir, un Templo, sino que glorificar a Dios significa convertirse uno mismo en un hogar para Dios. Glorificar a Dios significa reflejar Su presencia a través del propio ser, tanto a través de los niveles de espiritualidad que alcanzamos como de los actos de bondad amorosa que realizamos.
Esta idea queda bellamente ejemplificada en la vida de Abraham. Cuando interactuó con los hititas para conseguir un lugar de enterramiento para Sara, reconocieron en él a un «príncipe de Dios». En Abraham vieron a una persona que personificaba la presencia de Dios a través de su conducta; un dechado de santidad, espiritualidad y bondad amorosa.
Así, el rabino Mirvis articula un enfoque profundo y polifacético para agradecer a Dios el don de la supervivencia. No se trata sólo de cumplir rituales y mandamientos; se trata de elevarlos, apreciarlos y permitir que infundan belleza y significado a nuestras vidas. Se trata de crear espacios -tanto físicos como espirituales- donde pueda habitar la presencia de Dios. Y lo que es más importante, se trata de encarnar los atributos divinos y ser un testimonio vivo de la presencia de Dios en el mundo a través de nuestras acciones, nuestra bondad y nuestro compromiso inquebrantable de reflejar lo divino en todo lo que hacemos. Al hacerlo, nos convertimos, como Abraham, en verdaderos príncipes y princesas de Dios, llevando Su presencia en nuestros corazones y mentes, e irradiándola al mundo.