Entra hoy en cualquier iglesia o sinagoga y pregunta a la gente por qué creó Dios a la humanidad. Oirás variaciones de la misma respuesta: para adorar a Dios, seguir Sus mandamientos y ganarnos un lugar en el cielo. Esto parece bastante razonable. Después de todo, ¿qué podría ser más importante que asegurarse la dicha eterna en presencia del Todopoderoso?
El gran erudito judío del siglo XVIII, el rabino Moshe Chaim Luzzatto, parece validar este punto de vista. Escribe que «el hombre fue creado únicamente para deleitarse en Dios y obtener placer en el resplandor de la presencia Divina». Explica que, aunque este placer último nos espera en olam haba (el mundo venidero), nuestra tarea en este mundo es ganarnos nuestra parte en ese reino eterno.
Sin embargo, algo no cuadra. Si el cielo representa el objetivo último de la existencia humana, ¿por qué la Biblia hebrea nunca lo menciona explícitamente?
Esta flagrante omisión resulta aún más extraña en comparación con otras civilizaciones antiguas que estaban muy centradas en la vida después de la muerte. Los egipcios construyeron pirámides para albergar eternamente a sus faraones, y los griegos hablaban del Elíseo, el lugar de descanso de los héroes y las almas virtuosas después de la muerte. Sin embargo, la Biblia hebrea, que revela la voluntad de Dios para la humanidad, guarda un llamativo silencio sobre nuestro destino eterno.
Se han ofrecido varias explicaciones para este extraño silencio. Algunos sostienen que la Biblia se centra exclusivamente en este mundo y, por tanto, evita hablar del venidero. Otros sugieren que la mayoría de la gente no puede comprender lo que significa realmente el mundo venidero, por lo que la Biblia omite conceptos que van más allá de la comprensión humana. El gran filósofo medieval Maimónides añade que la Biblia nos dice lo que debemos hacer, no qué recompensas nos esperan por su cumplimiento.
Pero estas explicaciones pasan por alto algo crucial. El silencio de la Biblia sobre el cielo no es un descuido ni una elección pedagógica, sino un rechazo deliberado de una concepción fundamentalmente errónea del propósito humano. En lugar de prometer la huida individual a un mundo mejor, la Biblia hebrea apunta sistemáticamente hacia la transformación de este mundo imperfecto.
No son descripciones del cielo, sino profecías sobre el destino final de la Tierra. Dios se centra en la redención global, no en la salvación personal.
Los Sabios comprendieron claramente esta distinción. Enseñaron que «una persona nunca debe declarar que cumple los mandamientos y estudia las Escrituras para merecer una porción en el mundo venidero. Éste no es el planteamiento de los profetas ni de los sabios». ¿Por qué no? Porque convertir la religión en una transacción -incluso una transacción con intereses eternos- malinterpreta fundamentalmente lo que Dios quiere de nosotros.
El propio rabino Luzzatto lo reconoce en la misma obra, donde inicialmente hace hincapié en centrarse en el cielo. Su énfasis inicial en el mundo venidero se dirige a los principiantes religiosos que necesitan rechazar el materialismo y elegir una vida dedicada a las búsquedas espirituales. Pero esto sólo representa el primer paso para servir a Dios. En el capítulo 19 del mismo libro, se dirige a creyentes más maduros e invierte completamente el curso: «Aquel cuya motivación en su servicio divino es purificar su alma ante su Creador y recibir recompensa en el mundo venidero no tiene el mejor de los motivos. Mientras una persona esté motivada por su propio beneficio, su servicio divino es por su propio interés».
¿Qué constituye, entonces, una motivación adecuada? El rabino Luzzatto explica que nuestro verdadero propósito es «servir únicamente para elevar y aumentar el honor del Maestro». La persona justa «anhela la redención porque entonces se exaltará el honor de Dios. Reza siempre por la redención de Israel, pues es imposible que el honor de Dios se eleve si no es mediante la redención de Israel.»
Esta enseñanza cambia por completo toda nuestra comprensión de la Biblia y de lo que Dios quiere de la humanidad. No fuimos creados para escapar de este mundo hacia otro mejor. Fuimos creados para perfeccionar este mundo y revelar en él la gloria de Dios. La Biblia hebrea se centra implacablemente en este mundo, porque este mundo -y no un cielo lejano- es donde se cumplirán en última instancia los propósitos de Dios.
No me malinterpretes: el cielo es real, y sin duda queremos llegar a él (¡aunque yo, por mi parte, no tengo prisa por llegar!). Pero el cielo no es lo importante.
Los profetas bíblicos comprendieron claramente esta misión. Nunca se cansaron de insistir en esta misión terrenal, llamando a Israel a ser «una luz para las naciones» (Isaías 42:6), no para acumular méritos para la otra vida, sino para iluminar la verdad de Dios para toda la humanidad.
Esto explica por qué la Biblia nunca menciona el cielo como nuestro destino final. La religión centrada en el cielo se convierte inevitablemente en religión egocéntrica, incluso cuando se reviste de un lenguaje piadoso. Reduce al Creador del universo a una máquina expendedora cósmica: introduce buenas acciones, recibe la dicha eterna. Una religión así produce individuos que pueden ser personalmente morales, pero que permanecen fundamentalmente desvinculados de los propósitos más amplios de Dios para la creación.
La Biblia exige algo mucho más exigente y magnífico. Nos llama a convertirnos en socios de Dios en la obra continua de la redención. Cada acto de justicia, cada momento de bondad, cada postura contra el mal contribuye a la revelación última de la gloria de Dios en la Tierra. Por eso los Sabios enseñaron que «es mejor una hora de arrepentimiento y buenas acciones en este mundo que toda la vida del mundo venidero» (Avot 4:17).
Los profetas nunca se cansaron de insistir en esta misión terrenal. Llamaron a Israel a ser «una luz para las naciones» (Isaías 42:6), no para acumular méritos para la otra vida, sino para iluminar la verdad de Dios para toda la humanidad. Exigían justicia para los oprimidos, cuidado para la viuda y el huérfano, y rectitud en todos los tratos, no como billetes para el cielo, sino como expresiones del propio carácter de Dios.
Los creyentes modernos que se centran principalmente en asegurar su lugar en el cielo han pasado por alto el mensaje central de la Biblia. Han cambiado la grandeza de la asociación divina por la pequeñez de la salvación personal. Han cambiado la visión de un mundo redimido por la comodidad de la seguridad individual.
El silencio de la Biblia sobre el cielo no es una deficiencia, sino una declaración. Dios no quiere siervos motivados por la recompensa eterna. Quiere colaboradores comprometidos con Su gloria y Sus propósitos.
La Biblia hebrea nunca menciona el cielo porque el cielo nunca fue el punto. La cuestión está aquí, ahora, en este mundo que Dios creó y declaró bueno. La cuestión es asociarse con el Creador para dar a conocer Su gloria de mar a mar, nada menos que la transformación completa de la civilización humana según el plan divino revelado en las Escrituras.
Ésta es la declaración revolucionaria de la Biblia hebrea: Dios no quiere rescatarnos de este mundo: nos manda redimirlo.