En una anodina gasolinera del norte de Israel, los caminos de dos desconocidos se cruzaron en lo que parecía ser una ordinaria tarde de viernes. Este encuentro fortuito no tuvo nada de ordinario, pues demostró cómo un simple acto de bondad puede propagarse en el tiempo y cambiar vidas de un modo que nunca hubiéramos imaginado.
El versículo de Proverbios enseña,
Esta sabiduría bíblica nos recuerda que los actos de bondad no sólo benefician a los demás, sino que a menudo vuelven para bendecir al dador de formas inesperadas.
Esta verdad intemporal está bellamente ilustrada en la historia de cómo Isaac encontró a su esposa Rebeca. Cuando Eliezer, el siervo de Abraham, viajó en busca de una esposa para Isaac, se detuvo en un pozo y rezó pidiendo una señal:
La mujer adecuada no sólo le ofrecería agua, sino que también se ofrecería voluntaria para sacar agua para sus camellos. Cuando Rebeca apareció e hizo exactamente eso, su extraordinaria bondad puso en marcha una secuencia de acontecimientos que transformarían su vida. Mediante este acto de jesed (bondad), Rebeca no sólo ayudó a un forastero sediento, sino que, sin saberlo, abrió la puerta de su propio destino. Su compasión la condujo directamente a su matrimonio con Isaac y la convirtió en una de las cuatro matriarcas del pueblo judío. Lo que empezó sacando agua para los camellos de un desconocido culminó en que Rebeca se convirtiera en una figura fundacional de la historia de la nación judía. Así pues, su único acto de bondad no sólo le proporcionó la realización personal en el matrimonio, sino también un profundo legado espiritual que resonaría a lo largo de generaciones.
Tres mil años más tarde, en aquella gasolinera israelí se desarrollaría una historia similar de bondad que condujo al matrimonio. Elisha Shlesinger, un hombre de 28 años que se apresuraba a reunirse con su familia para el Shabat, se encontró con una mujer angustiada con niños. Había llenado accidentalmente su coche de gasóleo, dejándolo inmovilizado. Faltaban sólo tres horas para el Shabat y tenía por delante un viaje de tres horas hasta su destino, por lo que la situación parecía desesperada.
Sin dudarlo, Eliseo le entregó las llaves de su coche. «Toma, llévate mi coche», le dijo, «llegarás a tiempo para el Shabat». Este gesto extraordinario -confiar su vehículo a una completa desconocida- demostraba la forma más elevada de bondad, sin esperar recompensa alguna, y, como el acto de Rebeca milenios antes, conduciría a bendiciones inesperadas en su propia vida.
Pero, como enseñan nuestros sabios, «Una mitzvá (mandamiento o buena acción) lleva a otra». La mujer agradecida compartió más tarde esta historia en las redes sociales, mencionando que Eliseo estaba buscando esposa. A través de esta onda virtual de bondad, Eliseo conoció a Noemí, con quien acabaría casándose.
Al igual que la bondad de Rebeca en el pozo reveló su carácter y la llevó a casarse con Isaac, el acto desinteresado de Eliseo en la gasolinera le condujo finalmente a su pareja predestinada. Al igual que la Rebeca bíblica, su bondad instintiva reveló su verdadero carácter y allanó el camino hacia su futura felicidad y plenitud.
Y quizá no fuera casualidad que Eliseo hubiera pasado por cinco gasolineras antes de aparcar en ésta, guiado al parecer por una mano invisible para llegar precisamente en el lugar y el momento adecuados. Lo que parecía un encuentro aleatorio se reveló como una orquestación divina.
La historia nos recuerda que ningún acto de bondad, por pequeño que sea, es en vano. Cada acto compasivo crea ondas en el tejido de la existencia, tocando vidas de formas que quizá nunca anticipemos. En un mundo marcado a menudo por la desconexión y el egoísmo, estos cuentos sirven como poderosos recordatorios de nuestra capacidad para transformar vidas mediante sencillos actos de bondad humana.
Mientras navegamos por nuestra vida cotidiana, recordemos que lo que parece un momento ordinario puede ser el preludio de algo extraordinario. Alguien de lo Alto está observando, ayudando y moviendo las piezas del tablero de la vida.
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