Imagínate de pie en Rosh Hanikra, una región costera del norte de Israel donde el mar se encuentra con las montañas. Mientras contemplas el mar Mediterráneo, las olas rítmicas chocan contra las rocas, cada ola más fuerte e intensa que la anterior. Este espectáculo sobrecogedor, en el que la fuerza de la naturaleza se une a la tranquilidad, evoca sentimientos de humildad y asombro. No puedes evitar pensar: ¿Qué fuerza hay detrás de este magnífico espectáculo?
En el Salmo 93, versículo 4, se pinta vívidamente este mismo escenario y se da una respuesta a la pregunta:
Los sabios han relacionado a menudo la imagen del agua con la palabra de Dios. El agua nos sustenta físicamente, y la palabra de Dios, la Torá, nos sustenta espiritualmente. Cuando Isaías llama a los sedientos para que vengan a por agua(Isaías 55:1), no se refiere sólo a la hidratación física, sino a una sed espiritual que sólo pueden saciar las enseñanzas divinas de la Biblia. Y al igual que las olas rugientes dejan una huella innegable en el corazón, lo mismo ocurre con la propia Torá.
Maimónides, un venerado erudito judío medieval, presenta dos caminos que tienden un puente entre la humanidad y lo Divino. El primer camino es la contemplación del vasto universo de Dios, Su creación. Al observar las complejidades y maravillas del mundo que nos rodea, desde el vasto cosmos hasta las diminutas criaturas que vagan por la Tierra, no podemos evitar llenarnos de amor y admiración por el Creador. La comprensión de que, en medio de este inmenso universo, nosotros, como humanos, ocupamos un lugar especial, nos llena de una abrumadora sensación de humildad.
El segundo camino es el estudio de la palabra de Dios. Al estudiar y comprender Sus mandamientos y enseñanzas, uno se acerca más a la sabiduría de Dios. Este camino de contemplación no sólo complementa al primero, sino que lo mejora, ofreciendo una conexión más profunda con el Todopoderoso. Juntos, estos caminos presentan una comprensión más completa de Dios; una combinación de maravillarse ante Su creación y profundizar en Sus enseñanzas.
El Salmo 93 recoge ambas ideas. Mientras que el versículo 4 se maravilla ante la grandeza de la naturaleza -las poderosas aguas y las olas rompientes-, el versículo 5 dirige nuestra atención hacia los testimonios de Dios y Su morada eterna. Una interpretación de este salmo sugiere que lo cantaban los marineros que trajeron los poderosos cedros del Líbano para construir la Casa de Dios en Jerusalén(II Crónicas 2:15). Cada ola rompiente que encontraban en su viaje era un testimonio de la majestad de Dios. Y su propia misión, contribuir al establecimiento del Templo de Dios, encarnaba su profunda conexión y amor por el Creador.
Nuestro camino hacia la comprensión y el amor a Dios tiene dos vertientes. Mientras permanecemos humildes ante las maravillas del mundo que nos rodea, también se nos invita a mirar más profundamente y a sumergirnos en las enseñanzas de las palabras de Dios. Así pues, la próxima vez que estés junto al mar, oigas el estruendo de las olas o profundices en un versículo de la Biblia, recuerda: ¿No son todos ellos susurros de la misma voz divina, que nos hace señas para que nos acerquemos?