Aquella tarde, la mesa de Shabat de mi casa de Efrat estaba electrificada. Quince jóvenes líderes cristianos de toda América se sentaron alrededor de mi comedor para la seudá shlishit -latercera comida de Shabat-en las últimas horas del día sagrado. Acababan de terminar la Beca para Jóvenes Líderes “Guarda la Tierra de Dios” de Israel365, y éstos eran los últimos momentos preciosos de su semana transformadora en Tierra Santa. En cuanto acabara el Shabat y concluyera la comida, se dirigirían directamente al aeropuerto.
Uno a uno, hablaron de momentos que les habían inspirado: estar junto al Muro de las Lamentaciones, pasear por las antiguas calles de Jerusalén, conocer a los heroicos pioneros de Judea y Samaria, ser testigos de la resistencia israelí frente a la amenaza constante. Pero cuando le llegó el turno a Goldy Olivier, de Florida, dijo algo que me hizo detenerme. Habló de sentirse atraída por lo que llamó “la hermosa tensión” de la vida israelí. En todos los lugares a los que había ido, explicó, la gente que conocía palpitaba de energía e intensidad. Israel, concluyó riendo, es lo contrario de la tranquilidad.
Sus palabras me impactaron porque captaban una paradoja de la que soy testigo a diario en mi propia vida y en la de mis vecinos. La misma intensidad que atrae a la gente a Israel -esa electricidad espiritual que crepita en el aire, esa sensación de vivir en el epicentro de la historia- es la misma fuerza que aleja a otros. Conozco a israelíes que hicieron las maletas para irse a Florida, California y otros lugares “más tranquilos”, no porque dejaran de amar esta tierra, sino porque no podían soportar la incesante presión. El terrorismo, las guerras, las batallas internas por el alma de Israel -secular frente a religiosa, izquierda frente a derecha- crean una tensión que algunas almas simplemente no pueden soportar.
Pero esto es lo que desconcierta a los visitantes e incluso a muchos de los propios israelíes: ¿Por qué arde con tanta intensidad esta pequeña nación? ¿Qué hace que la vida en Israel sea tan intensa, tan importante, tan diferente de cualquier otro lugar del mundo?
La respuesta está oculta en un único versículo que la mayoría de la gente lee sin comprender sus explosivas implicaciones. La Biblia afirma:
A primera vista, parece una promesa reconfortante sobre la protección divina. Pero los Sabios comprendieron algo mucho más radical: este versículo describe una tierra bajo constante escrutinio divino, un lugar donde las reglas normales de causa y efecto espirituales se amplifican más allá de toda medida.
Najmánides explica que, aunque Dios supervisa el mundo entero, gobierna otras tierras mediante fuerzas intermediarias y leyes naturales. Otras naciones experimentan la providencia divina filtrada a través de ángeles, a través de procesos naturales, a través del flujo regular de la historia. Israel, sin embargo, recibe atención divina directa: sin filtros, sin intermediarios, concentrada. Los “ojos” de Dios están constantemente sobre ella, creando lo que los Sabios llaman un entorno espiritual microscópico, en el que cada acción, cada pensamiento, cada decisión tiene un significado mayor.
No se trata de mero lenguaje poético. Los Sabios enseñan que los mandamientos cumplidos en Israel tienen mayor peso espiritual que los cumplidos en otros lugares, pero también las transgresiones. Cuando vives en un lugar donde la voluntad divina está más concentrada, tanto las acciones positivas como las negativas reverberan con consecuencias espirituales amplificadas. Cada elección se magnifica, cada decisión se carga de significado eterno.
El rabino Najman de Breslov enseñó que el avance espiritual está intrínsecamente ligado a la santidad de la Tierra de Israel. Explicó que “ser miembro del Pueblo Judío es ascender siempre a niveles cada vez más elevados. Hacerlo es imposible si no es a través de la santidad de la Tierra de Israel”. La propia Tierra transforma a quienes entran en ella: “Con sólo pisar la Tierra se fundirá con ella y se transformará por su carácter sagrado”. Lo que en otro lugar podría requerir años de desarrollo espiritual puede ocurrir en meses dentro de las fronteras de Israel. La propia Tierra se convierte en una fragua de transformación: a veces hermosa, a veces brutal, pero nunca neutral.
Pero, ¿por qué iba Dios a diseñar tal intensidad? Esta presión espiritual no es accidental, sino intencionada. Israel está destinado a servir de “luz a las naciones”, la nación que muestra a toda la humanidad el camino hacia Dios. Esta vocación divina exige habitantes capaces de soportar y canalizar un poder espiritual extraordinario. La implacable intensidad actúa como un filtro: ahuyenta a los que no están preparados para tal responsabilidad, al tiempo que forja a los que permanecen en vasijas capaces de llevar la luz de Dios al mundo. Sólo las almas lo bastante fuertes para soportar esta carga sagrada pueden cumplir la misión última de Israel.
Esto explica por qué Israel genera una atención mundial tan desproporcionada. La obsesión del mundo por los conflictos israelíes -más allá de cualquier cálculo geopolítico racional- surge del reconocimiento intuitivo de que lo que ocurre en Israel afecta a todo el mundo. Los Sabios enseñan que “al igual que un ombligo se sitúa en el centro de una persona, la Tierra de Israel es el ombligo del mundo”, y que “la piedra angular sobre la que se fundó el mundo” se encuentra en el corazón de Jerusalén. La Tierra es el centro espiritual de la humanidad, el lugar donde se determina el futuro de la civilización humana.
Las guerras constantes, el terrorismo, las luchas internas sobre la identidad de Israel… no son accidentes históricos aleatorios, sino consecuencias inevitables de vivir en un lugar donde las fuerzas espirituales operan con la máxima intensidad. Las batallas sobre si Israel será laico o religioso, socialista o tradicional, no son meras disputas políticas, sino luchas cósmicas que se desarrollan en terreno terrenal. Cada elección, cada decisión política, cada cambio cultural reverbera a través de dimensiones que la mayoría de la gente no puede percibir.
Por eso los israelíes no pueden simplemente “relajarse” como sus homólogos de otras naciones. No viven vidas corrientes en un lugar corriente. Participan en un drama divino en el que está en juego nada menos que el rumbo de la historia humana. La intensidad que observó Goldy -esa energía palpitante, esa sensación de urgencia, esa hermosa tensión- refleja la realidad de vivir bajo la mirada directa de Dios.
Goldy tiene toda la razón. Hay una hermosa tensión en esta tierra, una electricidad divina que carga cada momento de significado. Vivir aquí significa aceptar que tu vida nunca será ordinaria, que cada día trae consigo retos y oportunidades que no existen en ningún otro lugar de la tierra. Algunos huyen de esta intensidad, buscando refugio en lugares donde la existencia parece más predecible, más manejable. Pero los que nos quedamos comprendemos algo que trasciende la comodidad: formamos parte de algo infinitamente más grande que nosotros mismos.
Esta intensidad no es una carga, sino un privilegio. Vivir bajo la mirada directa de Dios, participar en el drama divino de la historia humana, contribuir a forjar el futuro espiritual de la humanidad: esto es lo que significa vivir en Tierra Santa. La hermosa tensión que observó Goldy recorre cada calle, cada hogar, cada alma lo bastante valiente como para llamar hogar a este lugar. No siempre es fácil, pero no me gustaría que fuera de otro modo.