Los judíos y los cristianos no están de acuerdo en muchas cosas. Pero hay una gran creencia que compartimos profundamente: que llegará el día en que Dios devolverá la vida a los muertos. En momentos de tragedia, esta fe nos da consuelo y fuerza. Nos asegura que quienes hemos perdido no se han ido para siempre, que un día volveremos a estar juntos.
Los judíos reafirmamos esta creencia cada día en la oración. Tres veces al día, en la
Sin embargo, para ser un principio tan central de la fe, la Biblia hebrea dice sorprendentemente poco sobre la resurrección de los muertos. La fuente más explícita aparece en Daniel 12:
Más tarde, se le dice a Daniel:
Estos pasajes apuntan a la resurrección, pero su significado y alcance siguen sin estar claros.
Sin duda, la Biblia incluye casos individuales de resurrección. El profeta Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (I Reyes 17), y Eliseo trae de vuelta al hijo de la mujer sunamita (II Reyes 4). Estos episodios muestran que la resurrección es posible, pero no describen un acontecimiento futuro y universal. Tampoco explican el propósito o la naturaleza de ese día futuro.
También encontramos unas cuantas visiones proféticas arrolladoras que parecen hablar de la resurrección: la más famosa, el valle de los huesos secos de Ezequiel. E Isaías proclama
Estas palabras parecen prometer un renacimiento literal. Sin embargo, Maimónides entendía estas visiones no como un acontecimiento que ocurrió o ocurrirá realmente, sino como metáforas del renacimiento nacional: el resurgimiento de Israel tras siglos de exilio y sufrimiento.
Es sorprendente lo poco que la Biblia habla de la resurrección de los muertos. Para ser una creencia que ocupa un lugar central en la fe judía, las referencias bíblicas son escasas e indirectas. En cambio, los profetas hablan largo y tendido sobre la era mesiánica y la redención de Israel: el retorno a la tierra, la renovación de la nación, la derrota de sus enemigos y la revelación de la justicia divina. El tema de la redención domina la visión profética.
¿Por qué se menciona tan brevemente la resurrección, mientras que la redención llena las páginas de las Escrituras?
Para responder a esto, volvamos a Maimónides. Junto a sus monumentales escritos jurídicos, Maimónides definió el marco de la creencia judía mediante sus Trece Principios de Fe. Entre ellos se encuentran la creencia en la venida del Mesías y la creencia en la resurrección de los muertos, dos pilares de la teología judía.
Pero Maimónides describe estas dos creencias de forma muy diferente. Cuando escribe sobre el Mesías, declara: «Creo con fe perfecta en la venida del Mesías, y aunque se retrase, espero cada día que venga». Sobre la resurrección, escribe: «Creo con fe perfecta que habrá una resurrección de los muertos en un momento agradable al Creador, bendito sea Su nombre, y que será eterna.»
La diferencia entre ellos es sorprendente. Creer en el Mesías exige actuar. «Cada día espero que venga» significa algo más que esperar: significa disposición, compromiso y una vida dirigida a acercar la redención. Esto no significa simplemente sentarse y decir «Ojalá el Mesías estuviera aquí». Significa que debemos trabajar activamente para que venga. La creencia en la resurrección, por el contrario, es una declaración de fe sin ningún papel humano asociado. Creemos, pero no participamos. La resurrección llegará en el tiempo de Dios, y sólo Él puede llevarla a cabo.
Esta dimensión activa de la redención queda bellamente plasmada en las palabras de Isaías: «La voz de tus centinelas alzó una voz; juntos cantarán, porque ojo a ojo verán cuando Dios vuelva a Sión» (Isaías 52:8). Un centinela permanece despierto toda la noche, con los ojos fijos en el horizonte, atento al primer destello del alba. Su tarea no consiste simplemente en observar, sino en responder, en actuar en el momento en que algo se agita. Estamos llamados a ser esos centinelas: despiertos a las señales del plan de Dios, dispuestos a construir, defender y hacer avanzar Sus propósitos.
Esto es lo que significa «esperar» al Mesías cada día: vivir como participantes en el proceso redentor, no como espectadores. En nuestras oraciones diarias decimos: «Por Tu liberación esperamos todo el día». Esa esperanza no es un anhelo pasivo. Es valentía, fe y la determinación de llenar el mundo con la presencia de Dios.
Esto explica por qué la Biblia dedica tanto espacio a la redención. Las profecías de la restauración, las visiones de la justicia y el retorno divino, no están ahí para satisfacer la curiosidad sobre el futuro. Están ahí para incitarnos a actuar, para inspirarnos a convertirnos en socios de Dios en la culminación del relato de la historia.
La resurrección, en cambio, está fuera de nuestro alcance. Es obra exclusiva de Dios. Aunque creamos con plena fe que Él revivirá un día a los muertos, no tenemos nada que ver en su advenimiento. Sólo Él puede insuflar vida al polvo. Por eso, en la Amidá alabamos a Dios como Aquel que resucita a los muertos, sin añadir una súplica de participación humana. Decimos: «Bendito eres Tú, Señor, que resucitas a los muertos». Las palabras son declarativas, no participativas. Dios traerá ese día cuando Él quiera.
La Biblia hebrea habla poco de la resurrección porque fue escrita para guiar nuestra misión en este mundo. No se centra en lo que Dios hará por nosotros, sino en lo que nos ordena hacer por Él. Nuestra tarea es santificar la vida, construir una sociedad enraizada en la santidad y la justicia, llevar la presencia de Dios a todas las esferas del mundo físico. Los profetas hablan sin cesar de la redención porque exige nuestra acción.
La resurrección llegará, pero no requiere preparación. La redención depende de nosotros. La urgencia de los profetas no es una descripción de lo que sucederá; es una llamada a hacer que suceda. La resurrección de los muertos será el acto final de Dios en la historia. Pero la redención del mundo: esa parte de la historia aún se está escribiendo, y nos corresponde a nosotros escribirla.