¿Cuándo se vuelve peligroso decir «he sido creado a imagen de Dios»?
Parece absurdo. Al fin y al cabo, esta idea bíblica -que los seres humanos son portadores de la imagen divina- es uno de los conceptos fundacionales de la civilización occidental. Ha inspirado movimientos de derechos humanos, declaraciones de dignidad y la abolición de la esclavitud. ¿Cómo podría una verdad así ser también peligrosa?
El rabino Jonathan Sacks, en su penetrante análisis del libro del Génesis, revela una idea sorprendente. El problema no es la idea en sí, sino que la entendemos al revés.
Tras la creación del mundo, la violencia consumió la tierra. Génesis 6:13 informa de la valoración de Dios: «La tierra está llena de anarquía». Cada rincón de la civilización se había podrido desde dentro. Los seres humanos, esas criaturas formadas a imagen divina con tanta promesa y potencial, habían abrazado la violencia como forma de vida. Así que Dios hizo lo que parecía impensable: Lo destruyó todo. Inundó la Tierra. Empezó de nuevo.
Sobrevivieron ocho personas. Cuando Noé bajó por fin del arca, pensaste que Dios intentaría algo completamente distinto. Nuevas especies, tal vez. Un diseño diferente. Pero no: empezó de nuevo con los mismos seres humanos, el mismo proyecto que acababa de fracasar estrepitosamente. Dios reconoce explícitamente que «la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud» (Génesis 8:21). No endulza esto después del Diluvio. Llevamos dentro una atracción gravitatoria hacia el egoísmo, la violencia y la destrucción. Crearnos a Su imagen no eliminó esa atracción.
Lo cual plantea la pregunta. Si Dios no alteró la naturaleza humana tras el diluvio, ni dio a los descendientes de Noé alguna nueva capacidad de bondad de la que carecía la línea de Adán, ¿cómo podía esperar Dios resultados diferentes la segunda vez? La imagen divina no impidió que la humanidad descendiera a la violencia total la primera vez; ¿por qué iba a funcionar la segunda? ¿Qué cambió Dios después del Diluvio para impedir que la humanidad volviera a destruirse a sí misma?
El rabino Sacks observó algo notable entre el relato de la creación y los versículos que aparecen después del diluvio. En el relato de la creación del Génesis 1, una palabra hebrea aparece siete veces-tov, que significa «bueno». Dios mira Su creación y la declara buena repetidamente. La luz es buena. La separación de las aguas es buena. La vegetación es buena. El sol y la luna son buenos. Los animales son buenos. Toda la creación, incluida la humanidad, hecha a imagen divina, es muy buena. La repetición subraya un punto: la creación refleja el diseño divino, y ese diseño es fundamentalmente bueno.
Pero después del Diluvio, cuando Dios establece Su pacto con Noé, aparece siete veces una palabra distinta: brit, que significa pacto. No es una evaluación de la calidad inherente, sino una descripción de la relación. El cambio de tov a brit indica que Dios ha aprendido algo sobre Su creación, y que la humanidad también tiene que aprenderlo. El mundo no se va a sostener porque las personas sean intrínsecamente buenas. Se va a sostener porque la gente respete los pactos, reconozca las obligaciones que trascienden el interés propio, establezca relaciones vinculantes con los demás.
Este cambio refleja una dura realidad que el mundo anterior al Diluvio demostró sin lugar a dudas: la naturaleza humana, incluso cuando está estampada con la imagen divina, se inclina hacia la corrupción cuando está desconectada de las relaciones con los demás. Dios cambió Su enfoque porque la primera versión había fracasado catastróficamente. Y la clave de ese cambio, dice el rabino Sacks, aparece en la forma en que la Biblia habla de la imagen divina antes y después del Diluvio.
La primera versión, en Génesis 1, proclama nuestra propia imagen divina. Habla del dominio humano sobre la creación, del poder y del potencial.
Cuando leemos estas palabras, pensamos naturalmente: Estoy hecho a imagen de Dios. Tengo un estatus especial. Soy importante.
Entonces llega el Diluvio -el botón de reinicio bíblico- y Génesis 9 lo replantea todo. Esta vez, la imagen divina aparece en un versículo sobre el asesinato:
Según el rabino Sacks, no se trata de una repetición, sino de una transformación. Génesis 9 no nos dice que seamos a imagen de Dios. Nos dice que la otra persona es a imagen de Dios. Este cambio, de la primera a la tercera persona, lo cambia todo.
Tras ser testigo de la capacidad de la humanidad para la violencia -un mundo tan corrupto que había que lavarlo-, Dios cambió de estrategia. Cada uno de nosotros es único, pero somos criaturas sociales que se necesitan mutuamente. Cuando un individuo empieza a considerarse divino en relación con otro ser humano, surge la violencia. La imagen divina, entendida sólo como mi estatus especial, se convierte en un arma. Me eleva a mí mientras te disminuye a ti. Pero cuando reconozco la imagen divina en ti -especialmente en ti, que eres diferente de mí-, todo cambia.
Ese cambio -de reconocer la divinidad en mí mismo a reconocer la divinidad en la persona que tengo enfrente- representa el corazón de la nueva alianza de Dios con la humanidad. El mundo anterior al Diluvio se derrumbó porque la gente se consideraba divina. Cuando crees que tienes un estatus divino y un poder divino, la persona que tienes delante se convierte en un objeto, una herramienta, un obstáculo. Dejas de verlos como portadores de algo sagrado. La violencia se vuelve fácil. El asesinato se convierte en rutina. La Biblia no dice que la tierra fuera ocasionalmente violenta o frecuentemente turbulenta. Dice que la tierra estaba llena de anarquía. Saturación total. Colapso moral total.
La solución de Dios tras el Diluvio no fue hacer a los humanos menos poderosos o eliminar la imagen divina de la humanidad. Su solución fue redirigir nuestra atención. Deja de centrarte en la chispa divina que hay en ti. Empieza a ver la chispa divina en los demás. Especialmente -y aquí es donde la enseñanza es más profunda- en las personas que no se parecen a ti, ni piensan como tú, ni creen lo que tú crees.
El rabino Sacks señala una bendición de la oración judía que capta este principio. Después de comer o beber ciertos alimentos, recitamos una bendición que alaba a Dios como«borei nefashot rabot v’chesronan» -que crea muchas almas y sus deficiencias. La frase parece extraña al principio. ¿Por qué dar gracias a Dios por hacernos deficientes, incompletos y carentes? Porque nuestras deficiencias nos obligan a necesitarnos. Si lo tuvieras todo, no necesitarías a nadie. Estarías completamente solo, autosuficiente hasta el punto del aislamiento. Pero a ti te faltan cosas. A mí me faltan cosas. Lo que a ti te falta, yo podría proporcionártelo. Lo que a mí me falta, tú podrías suplirlo. Nuestra incompletud nos une. Nuestras diferencias crean la necesidad de relación, de dependencia mutua y de alianza.
Por eso el extranjero, el forastero, el extraño que nos incomoda no es una amenaza que haya que eliminar, sino un portador de la imagen que hay que honrar. La persona cuya política te enfurece, cuya teología te parece errónea, cuyo modo de vida te parece extraño… esa persona es portadora de la imagen de Dios con tanta certeza como tú. El mundo anterior al Diluvio no podía comprender esto. La gente veía la diferencia como un peligro. Veían al forastero como un enemigo. Veían a los que no eran como ellos como menos que humanos. Y el mundo se llenó de violencia hasta que Dios la borró.
Estamos viendo cómo se repite la historia. La violencia que consume nuestro mundo hoy -el derramamiento de sangre en nuestras calles, las guerras entre naciones, la crueldad casual que se ha convertido en ruido de fondo- procede de la misma fuente que destruyó el primer mundo. Vemos a personas diferentes de nosotros y las clasificamos. Las medimos. Decidimos que valen menos. ¿Diferente color de piel? Menos. ¿Diferentes creencias? Amenazantes. ¿Distinta nacionalidad? Prescindible. Hemos vuelto a Génesis 6, donde la vida humana se abarató porque la gente dejó de ver la imagen divina en nadie más que en sí mismos y en su propia tribu.
El pacto post-Diluvio exige algo más difícil que ser bueno. Exige ver a Dios en personas que no son como nosotros. Exige reconocer que el otro humano -especialmente el otro humano que nos desafía, que perturba nuestro sentido del orden, que representa todo lo desconocido- está hecho a imagen divina y, por tanto, posee un valor infinito. Adán sabía que estaba hecho a imagen de Dios. Noé tuvo que aprender que todos los demás también lo eran. Vivimos en el mundo de Noé, no en el de Adán. Vivimos bajo el pacto, no sólo bajo la declaración de bondad. Y ese pacto sólo sobrevive cuando vemos el rostro de Dios en el rostro del extranjero.
¿Qué cambió tras el Diluvio? Dios desplazó la mirada de la humanidad de dentro a fuera, de uno mismo a los demás, de mi imagen divina a la tuya. Estableció que el mundo no se salvaría porque la gente reconociera su propia divinidad, sino porque la gente reconociera la de los demás. Ése es el pacto. Eso es lo que significa brit en lugar de tov. El mundo no es bueno por lo que somos. El mundo sobrevive por lo que nos debemos los unos a los otros: el deber sagrado de ver la imagen de Dios en cada ser humano que conocemos, especialmente en los que nos hacen sentir más incómodos. Eso es lo único que se interpone entre nosotros y la violencia.