La Haftorah de esta semana, una sección de los profetas que se corresponde con nuestra lectura de la Torá, trae un mensaje de profundo consuelo y esperanza a un pueblo que ha experimentado grandes dificultades y penas. En Isaías 54:4, el profeta habla con ternura a Israel, diciendo:
A primera vista, las palabras parecen sencillas: «No temas», «no te avergüences», «no serás deshonrado». Sin embargo, al explorar estos términos, descubrimos capas de significado emocional que hablan directamente de nuestra experiencia humana, ofreciendo consuelo a cualquier persona o comunidad que se haya sentido alguna vez avergonzada, abochornada o sola.
El profeta Isaías promete un tiempo en el que ya no sufriremos vergüenza ni pudor. Pero, ¿qué significan exactamente estas palabras? Al principio, parecen sinónimos, dos formas de decir lo mismo. Sin embargo, una mirada más atenta revela una visión más profunda de nuestro paisaje emocional.
La vergüenza, o בושה (bosha) en hebreo, es un sentimiento que procede del interior. Es la emoción que experimentamos cuando miramos nuestras propias acciones y nos juzgamos duramente. Es cuando nos preguntamos: «¿Cómo he podido hacer algo así? ¿Qué me pasa? La vergüenza es esa voz interior que nos dice que no somos lo bastante buenos, que de algún modo somos defectuosos o estamos rotos. Es un sentimiento autocastigador, centrado en nuestros propios fallos y errores percibidos.
La vergüenza, o כלימה (kelimah), es diferente. La vergüenza implica a los demás. Es el sentimiento que tenemos cuando pensamos que los demás nos juzgan negativamente. A diferencia de la vergüenza, que es profundamente personal y privada, el bochorno tiene una dimensión pública. Se produce cuando creemos -con razón o sin ella- que nuestras acciones o defectos están expuestos para que los vean los demás. En la vergüenza, sentimos el peso del juicio externo, la incomodidad de ser percibidos bajo una luz poco favorable.
Las palabras de Isaías hablan de ambos sentimientos. Reconoce que todos hemos cometido errores, que todos nos hemos sentido inadecuados o indignos alguna vez. Pero también reconoce que ha habido momentos en los que nos hemos sentido expuestos y vulnerables, temiendo el juicio de los demás. En su visión profética, Isaías nos dice que llegará un tiempo en que ni la vergüenza ni el pudor nos frenarán.
Entonces, ¿cómo superamos estas emociones? ¿Qué puede liberarnos de la pesada carga de la vergüenza y el bochorno? Brené Brown, renombrada investigadora sobre la vulnerabilidad y la valentía, ofrece una poderosa respuesta en su famosa charla «Escuchar la vergüenza». Sugiere que el antídoto contra estos sentimientos es la empatía. Cuando experimentamos paciencia, comprensión y compasión por parte de los demás, empezamos a perdonarnos a nosotros mismos. Nos resulta más fácil dejar atrás el pasado y sanar. La empatía nos permite ver que no estamos solos, que somos dignos de amor y pertenencia, a pesar de nuestros defectos.
Isaías proporciona esta empatía a gran escala. Habla con la voz de un padre amoroso, animando a su pueblo a perdonarse a sí mismo y a liberarse de la carga de sus errores pasados. Nos asegura que olvidaremos «la vergüenza de nuestra juventud», los errores y pasos en falso que dimos cuando éramos más jóvenes. Estos errores, sugiere, se desvanecerán con el tiempo. Su recuerdo se suavizará, y el agudo aguijón de la vergüenza disminuirá.
Sin embargo, Isaías también reconoce que algunas heridas son más frescas y difíciles de olvidar. La «vergüenza de vuestra viudedad» se refiere a la sensación de abandono y rechazo, al sentimiento de haber sido dejados solos y desprotegidos. Aquí, el profeta habla a quienes sienten que han estado vagando aislados, como una viuda abandonada a su suerte. Pero Isaías nos asegura que incluso este profundo dolor será sanado. «Ya no os acordaréis», promete. El recuerdo de estas experiencias dolorosas ya no nos atormentará, pues llegará un tiempo de consuelo y restauración.
Esta promesa no es sólo una vaga esperanza; es una visión de la redención, un momento en el que todo nuestro dolor -tanto la vergüenza que llevamos dentro como la que sentimos desde fuera- será lavado. Este tema tiene un bello eco en el poema «Lecha Dodi», parte central de las oraciones judías del Shabat, donde recitamos: «No te avergüences, no te avergüences… ya no recordarás».
Lo tevoshi velo tikalmi. Ma tishtochachi uma tehemi. Bach yechesu aniyei ami, venivneta ir al tila.
No te avergüences ni te humilles. ¿Por qué estáis abatidos y por qué gemís? En ti encontrarán refugio los pobres de mi pueblo, y la ciudad será reconstruida sobre sus ruinas.
El rabino Shlomo Alkabetz, autor de esta oración, utiliza las palabras de Isaías para expresar nuestro anhelo colectivo de salvación, de un tiempo en el que podamos dejar nuestras cargas y abrazar una realidad nueva y redimida.
Cada semana, al saludar al Sabbat, saboreamos un poco de esta redención futura. En la paz y la alegría del Sabbat, se nos recuerda que no nos definen nuestros errores ni los juicios de los demás. Esperamos y rezamos para que, con la empatía y la comprensión que nos ofrecen las palabras de Isaías, avancemos, libres de vergüenza y pudor, hacia un futuro lleno de luz, amor y la redención definitiva que nos espera a todos.
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