El Dr. Antoine Deliege, Jefe de Protección de la Infancia de UNICEF Túnez, escribe que el sonido más desgarrador que ha oído nunca es el silencio en un orfanato. «Siempre me ha impresionado al entrar en la habitación de los bebés el silencio que reina en las instalaciones. Aunque hay más de 10 niños pequeños en la habitación, cada uno tumbado en su propia cuna, no hay llantos, no hay sonido. La habitación permanece siempre en silencio. Sin embargo, todos los bebés están despiertos, tumbados con los ojos abiertos, sin emitir ningún sonido».
¿Por qué estos bebés están tan anormalmente callados? Trágicamente, ya han aprendido que llorar no sirve de nada, porque nadie les escucha.
Esta dolorosa descripción de los orfanatos me vino a la mente al leer la historia del nacimiento de Sansón.
Lo más significativo de este versículo es lo que no se dice. Incapaces de tener hijos, Manoa y su mujer no hicieron… nada.
No rezaron ni clamaron a Dios por su salvación. Como bebés en un orfanato, los futuros padres de Sansón aceptaron su penosa situación y permanecieron en silencio.
La pasividad de Manoa y su mujer reflejaba la actitud de toda su generación. La nación sufría persecución a manos de los malvados filisteos y, sin embargo, no hicieron nada. No clamaron a Dios pidiendo la salvación ni planearon una revuelta contra sus opresores. ¡Se habían rendido!
Pero éste, por supuesto, no es el camino del pueblo de Israel, ¡y no es el camino de los creyentes! Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel, todos nuestros antepasados y antepasadas lucharon por tener hijos, ¡y todos ellos clamaron a Dios! Creer en Dios es creer en la esperanza.
Aunque Manoa y su mujer habían perdido la esperanza, Dios se negó a perderla en ellos o en su generación. Aunque no rezaron pidiendo la salvación, Dios les salvó de todos modos. Porque, como Dios ha demostrado una y otra vez a lo largo de la Biblia y de miles de años de historia, nunca abandonará a Su pueblo, aunque ellos lo abandonen a Él.
Pronto llegarían días mejores. Manoa y su mujer pronto darían a luz al gran guerrero Sansón, el hombre que recordaría a sus compatriotas que los judíos pueden enfrentarse a sus enemigos con fuerza y orgullo.
No somos huérfanos, solos en el mundo sin nadie a quien llorar. Somos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siempre escuchará nuestros gritos.