¿Te has preguntado alguna vez por qué, en la historia del Éxodo de Egipto, Dios decidió realizar milagros tan grandiosos? ¿Qué razón había para convertir los ríos en sangre o dividir el Mar Rojo? Ciertamente, Dios no necesitaba hacer milagros para salvar a los israelitas de Egipto.
El comentarista bíblico medieval conocido como Najmánides explica que cuando la gente empezó a adorar ídolos, sus creencias en Dios empezaron a desviarse. Algunos negaban la existencia misma de Dios. Otros reconocían la existencia de un ser divino, pero dudaban de su participación en los asuntos mundanos. Este escepticismo se extendió a la negación de la providencia divina, comparando a los seres humanos con simples peces en el mar, sujetos a los caprichos del azar y no a la supervisión divina.
Los milagros realizados durante el Éxodo no fueron meras demostraciones llamativas de poder. Eran demostraciones profundas destinadas a echar por tierra esas creencias y dudas. Cada milagro era una clara señal de que el mundo tiene un Creador, un Dios que participa activamente, que escucha y que puede cambiar el curso de la naturaleza. En esencia, estos milagros reafirmaban la existencia de Dios creador del mundo, Su providencia y Su poder.
Ésta, explica Najmánides, es también la razón por la que seguimos recordando el Éxodo mediante el cumplimiento de diversos mandamientos. Puesto que Dios no realiza milagros tan abiertos en cada generación, estos mandamientos sirven como recordatorios perpetuos de estos importantes principios. No son meras conmemoraciones históricas, sino afirmaciones de nuestra fe. Cuando celebramos la Pascua judía, colocamos una mezuzá en el dintel de la puerta o nos ponemos filacterias, no nos limitamos a seguir unos rituales. Estamos reconociendo y reforzando nuestra creencia en la creación de Dios, en Su participación en nuestras vidas y en el hecho de que Él lo gobierna todo.
Estos mandamientos sirven de guardianes contra el olvido y el escepticismo. Al observarlos, declaramos nuestra creencia en el Dios que nos liberó de Egipto, que creó el mundo y sigue velando por nosotros, y que nos recompensa o castiga en función de nuestras acciones. Cada pequeño mandamiento, parezca ligero o pesado, se convierte en una preciosa expresión de nuestra gratitud y reconocimiento del papel de Dios en nuestras vidas. Los rituales, oraciones y servicios no son meras formalidades; son expresiones de nuestro agradecimiento por nuestra existencia y sustento y una afirmación de nuestra relación con Dios.
Los milagros del Éxodo y los mandamientos que los recuerdan son vitales para mantener nuestra fe y nuestra relación con la Divinidad. Nos recuerdan que nuestra existencia, nuestro mundo y cada acontecimiento de nuestra vida no son meras coincidencias, sino parte de un plan divino. Al seguir estos mandamientos, no nos limitamos a recordar un acontecimiento pasado; afirmamos activamente nuestra fe en Dios, reconocemos Su divina providencia y expresamos nuestra gratitud al Creador.