Imagínatelo: tres millones de personas juntas en perfecta unidad, sus voces individuales fundiéndose en una respuesta única y armoniosa. Sin discusiones, sin disensiones, sin que nadie mire el teléfono o susurre a su vecino. En nuestra época de interminables debates y divisiones, una escena así parece casi imposible de imaginar. Sin embargo, según la tradición judía, este extraordinario momento de acuerdo colectivo ocurrió hace más de 3.300 años y cambió para siempre el curso de la historia humana.
El mes hebreo de Sivan, que comienza hoy, marca uno de los momentos más cruciales de la historia judía. Como nos dice la Torá
La tradición judía identifica “ese mismo día” como Rosh Jodesh Sivan, el primer día del mes, que conduciría a la entrega de la Torá en el monte Sinaí unos días más tarde.
Lo que hace que este momento sea tan extraordinario no es sólo el dramático escenario: toda una nación reunida al pie de una montaña humeante en el desierto. Es lo que le ocurrió al propio pueblo. La Torá describe su llegada con un lenguaje inusual: “Y el pueblo de Israel acampó allí, frente a la Montaña” (Éxodo 19:2). La palabra hebrea utilizada para “acamparon” es vayichan, escrita en singular en lugar del plural esperado. ¿Por qué iba a describir la Torá a millones de personas utilizando un lenguaje singular?
Los sabios entendieron esta peculiaridad gramatical como algo profundo: el pueblo judío había logrado una unidad tan perfecta que funcionaba como una sola persona, con una sola mente y un solo corazón. No se trataba de mera psicología de muchedumbre o pensamiento de grupo. Se trataba de una transformación espiritual necesaria para lo que estaba a punto de producirse: la recepción de la Torá, que la tradición judía considera un contrato matrimonial entre Dios y el pueblo judío.
Al igual que un matrimonio requiere el compromiso total de ambas partes, el pacto del Sinaí exigía la unidad absoluta. No podía haber vacilación, ni división interna, ni aceptación tibia. La Torá no era sólo un conjunto de leyes que se transmitían; era el fundamento de una relación eterna entre la Divinidad y la humanidad.
El viaje hasta este momento de unidad revela algo crucial sobre la propia transformación. El pueblo llegó al Sinaí tras abandonar un lugar llamado Refidim, que los sabios interpretan como que “aflojaron en su implicación en la Torá”. En otras palabras, habían experimentado un punto bajo espiritual antes de alcanzar su cima espiritual. Esta pauta -de la oscuridad a la luz, de la complacencia espiritual al encuentro divino- representa una verdad universal sobre el crecimiento. A menudo, nuestras mayores revelaciones no llegan cuando ya estamos remontando el vuelo, sino cuando primero hemos reconocido dónde nos hemos quedado cortos y nos hemos comprometido a avanzar juntos.
Este tema de la unidad, tan crucial en la revelación del Sinaí, resurge siglos después en la historia judía. El Libro de las Crónicas nos dice que el rey Asá de Judá reunió a personas de múltiples tribus “en Jerusalén en el mes tercero”, donde “entraron en la Alianza para buscar al Señor, el Dios de sus padres, con todo su corazón y toda su alma”(II Crónicas 15:10-12). La tradición judía enseña que esta renovación del pacto también tuvo lugar en Rosh Jodesh Sivan, creando un paralelismo entre la entrega original de la Torá y su reafirmación posterior.
El propio nombre “Siván” sólo aparece una vez en toda la Biblia hebrea: en el Libro de Ester(8:9), cuando el decreto de destrucción de Amán es anulado y sustituido por el permiso para que los judíos se defiendan. Esta conexión dista mucho de ser una coincidencia, y el paralelismo con el Sinaí es aún más profundo de lo que parece a primera vista.
Al igual que los israelitas lograron la unidad en el Sinaí, el punto de inflexión en la historia de Purim se produce cuando Ester llama a la unidad judía frente a la aniquilación.
Sólo después de este momento de ayuno y oración colectivos, cuando los judíos dispersos por todo el imperio se unen en un propósito, empieza a cambiar la marea.
Tanto el Sinaí como la historia de Purim representan momentos en que la aniquilación potencial se transformó en salvación, en que lo que parecía un final se convirtió en un nuevo comienzo. El mismo mes que presenció el nacimiento de la alianza judía también fue testigo de su preservación frente a la amenaza existencial. En ambos casos, la unidad de propósito demostró ser esencial: ya fuera permanecer juntos en el Sinaí para recibir la Torá, o permanecer juntos en ayuno y oración antes de permanecer juntos en defensa contra el decreto de Amán. El mensaje es claro: cuando el pueblo judío logra la verdadera unidad, incluso las circunstancias más imposibles pueden transformarse.
Rosh Jodesh Siván nos recuerda que la transformación a menudo requiere preparación y unidad de propósito. Antes de poder recibir los mayores dones de la vida -ya sea sabiduría, amor o discernimiento espiritual-, a veces debemos atravesar nuestro propio desierto, dejando atrás los lugares en los que hemos “aflojado” en nuestro crecimiento. Debemos reunir nuestros pensamientos dispersos y deseos contradictorios en una intención centrada.
En nuestro mundo fracturado, donde la unidad parece cada vez más difícil de alcanzar, el mensaje de Rosh Jodesh Siván plantea un profundo desafío. El verdadero progreso, ya sea personal o comunitario, requiere que vayamos más allá de nuestras agendas individuales y encontremos un terreno común en los valores y aspiraciones compartidos. Cuando podemos permanecer juntos con “un corazón y una mente”, creamos las condiciones para recibir la sabiduría y la guía que necesitamos desesperadamente.
Este Rosh Jodesh Sivan, esforcémonos por cultivar ese mismo espíritu de unidad, saliendo de nuestros propios lugares de complacencia espiritual hacia momentos de revelación compartida. Al aprender a escuchar juntos, quizá descubramos que la sabiduría que buscamos nos ha estado esperando todo el tiempo, no en el ruido de la división, sino en el poderoso silencio del propósito común.