Érase una vez un anciano sabio que tenía varios hijos. Estos hijos discutían sin cesar, cada uno convencido de que su punto de vista era el único correcto. Sus constantes disputas llenaban la casa de tensiones y luchas.
Un día, el anciano decidió enseñarles una valiosa lección. Reunió a sus hijos y, con expresión seria, entregó a cada uno una sola ramita. «Romped la ramita», les ordenó. Los hijos, desconcertados pero obedientes, partieron cada uno su ramita con facilidad.
El anciano asintió, luego recogió un haz de ramitas y las ató con una cuerda resistente. Entregó el haz al hijo mayor. «Ahora, rompe esto», dijo. El hijo se esforzó y luchó, pero el manojo permaneció intacto. Uno a uno, todos los hijos intentaron romper el manojo de ramas, pero no lo consiguieron.
El anciano sonrió amablemente y dijo: «Individualmente, sois como estas ramitas: se rompen fácilmente. Pero juntas, sois fuertes e irrompibles».
Esta antigua fábula encaja perfectamente con el mensaje que se encuentra en Deuteronomio 1:12, un versículo que se lee en el Sabbat anterior al 9 de Av. En este versículo, Moisés se lamenta:
Según Najmánides, Moisés estaba reflexionando sobre la inmensa responsabilidad de dirigir y juzgar a una nación en crecimiento. Se trata de una referencia al Éxodo 18, donde el suegro de Moisés, Jetro, le aconsejó que nombrara a otros para que le ayudaran a juzgar al pueblo, en lugar de hacerlo solo. Sin embargo, el comentarista medieval Rashi interpreta este versículo de forma diferente. Rashi sugiere que Moisés estaba expresando su frustración por la naturaleza pendenciera del pueblo, caracterizándolo como «problemático» y «contencioso».
Basándose en la interpretación de Rashi, el rabino Yosef Tzvi Rimon ofrece una conmovedora reflexión sobre este versículo a la luz de la época del año en que se lee. Al acercarnos al 9 de Av, día marcado por el dolor de la destrucción del Templo -una catástrofe atribuida al odio infundado-, se nos recuerda el poder destructivo del conflicto interno. El rabino Rimon nos insta a trascender las disputas mezquinas y las discusiones divisivas que fragmentan nuestras comunidades. En lugar de ello, debemos luchar por la unidad, comprendiendo que nuestra fuerza colectiva es necesaria para lograr grandes cosas, incluida la redención definitiva y la reconstrucción del Templo.
Durante el año pasado, hemos sido testigos de peleas, luchas internas y divisiones que sólo han servido para debilitar nuestro tejido social. Estas divisiones reflejan la naturaleza «problemática» y «contenciosa» de los hijos de Israel que lamentaba Moisés. Para avanzar, debemos prestar atención a la lección del hombre de la fábula y a las enseñanzas de nuestros sabios: nuestra fuerza reside en la unidad. Sólo dejando a un lado nuestras diferencias y trabajando juntos podemos esperar alcanzar nuestros objetivos más importantes.
Al reflexionar sobre las palabras de Moisés y la destrucción conmemorada el 9 de Av, resolvamos abandonar nuestras rencillas y abrazar la unidad. Al hacerlo, no sólo honramos nuestro pasado, sino que también allanamos el camino hacia un futuro más brillante y cohesionado. Convirtámonos en un haz de ramitas irrompibles, fuertes y resistentes, listas para reconstruir y alcanzar las bendiciones que nos aguardan.
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