Hay un momento durante los servicios de Rosh Hashaná y Yom Kipur en que todo parece más vívido, más intenso: cuando las palabras de la oración, Unetaneh Tokef, nos atraen. Es una oración que agita nuestras almas, despertando una aguda conciencia tanto de nuestra mortalidad como de la grandeza del juicio de Dios. Es una plegaria en la que el lenguaje aporta tanto consuelo como urgencia, recordándonos que, aunque la vida es efímera, siempre existe la oportunidad de cambiar, de crecer y de acercarnos a Dios.
La oración, que se recita tanto en Rosh Hashaná como en Yom Kippur, pinta vívidamente una imagen del Día del Juicio, contrastando la naturaleza temporal de la vida humana con el reinado eterno de Dios. Suscita un profundo reconocimiento de lo frágiles que somos en realidad. Pero en lugar de dejarnos sumidos en la desesperación, hace hincapié en el poder transformador del arrepentimiento(teshuvah), la oración(tefilá) y la rectitud(tzedaká) para remodelar nuestros destinos.
Este tema de la fragilidad humana y la compasión divina resuena profundamente en la Biblia. Una y otra vez, encontramos la interacción entre las limitaciones de la existencia humana y la gracia ilimitada de Dios, que nos llama a responder con un corazón abierto al cambio.
En Unetaneh Tokef, la fragilidad de la vida humana se enfatiza con imágenes impactantes: «Venimos del polvo y al polvo volveremos». Esto hace eco de las palabras de Génesis 3:19, cuando Dios habla a Adán tras la Caída, declarando,
Es un recordatorio humilde de la naturaleza transitoria de la vida humana. Como Adán, formamos parte de la creación, somos seres finitos limitados por el tiempo.
El rey Salomón expresa este mismo sentimiento en el libro del Eclesiastés. Escribe
No podemos escapar a nuestra mortalidad inherente, a pesar de nuestros logros, riqueza o poder. Sin embargo, esta comprensión no pretende infundir miedo, sino inspirar una conexión más profunda con Aquel que nos dio la vida. Saber que nuestro tiempo es limitado nos anima a buscar lo que realmente importa: nuestra relación con Dios y cómo vivimos de acuerdo con Su voluntad.
Al continuar la oración, compara el juicio de Dios con un pastor que cuenta su rebaño: «Como un pastor apacienta su rebaño, dirigiendo a sus ovejas para que pasen bajo su cayado… Tú pasarás, contarás y registrarás las almas de todos los vivientes». Esta tierna imaginería nos recuerda el Salmo 23, donde David declara: «El Señor es mi pastor; nada me falta. En verdes praderas me hace descansar… Aunque camine por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo».
El papel de Dios como pastor es una metáfora recurrente en la Biblia, que simboliza Su cuidado, guía y protección. El cayado del pastor representa tanto la autoridad como la mansedumbre, un símbolo del ojo vigilante de Dios sobre Su pueblo. Cuando se nos juzga, no es como extraños, sino como ovejas amadas que son conocidas y cuidadas por su Pastor. Esto ofrece un gran consuelo en medio de una oración que habla de juicio. Incluso en nuestros momentos más débiles, la presencia guiadora de Dios permanece.
El clímax de Unetaneh Tokef ofrece un salvavidas: «Pero el arrepentimiento, la oración y la rectitud evitan la severidad del decreto». Esta llamada triunfante nos recuerda que, aunque nuestro destino esté inscrito en Rosh Hashaná y sellado en Yom Kipur, no es necesariamente definitivo. Se nos dan las herramientas para cambiar, arrepentirnos, buscar el perdón y participar en actos de rectitud.
La Biblia hebrea rebosa de ejemplos de arrepentimiento que conducen a la misericordia de Dios. En la historia de Jonás, el pueblo de Nínive recibe una funesta profecía de destrucción. Pero cuando se arrepienten, ayunan y se visten de cilicio:
Esto nos muestra el poder del arrepentimiento sincero.
También la oración tiene un poder inmenso. Cuando el rey Ezequías cayó mortalmente enfermo, el profeta Isaías le dijo que pusiera orden en su casa, pues no se recuperaría. Sin embargo, Ezequías se volvió a Dios en oración, y Dios añadió quince años a su vida. Esto ilustra cómo la oración puede cambiar lo que parece un resultado inevitable. A medida que nos acercamos al Día del Juicio, debemos recordar que nunca somos impotentes; siempre podemos acudir a Dios mediante la oración.
Y, por último, la rectitud -los actos de bondad y caridad- forma parte integrante de nuestra vida espiritual. Proverbios 10:2 enseña: «La justicia libra de la muerte», una clara afirmación de que nuestras buenas acciones tienen poder para salvarnos. De hecho, la tradición judía sostiene que los actos de tzedaká (caridad) pueden anular un decreto severo, lo que subraya la importancia de vivir una vida llena de bondad y justicia.
Rosh Hashaná y Yom Kipur, a menudo llamados los Días del Pavor, nos enfrentan a la realidad de nuestra mortalidad. Sin embargo, el mensaje no es de desesperación. Por el contrario, es una llamada a la acción, un recordatorio de que tenemos el poder de forjar nuestro destino mediante nuestras elecciones. Puede que la vida sea efímera, pero en ese breve lapso de tiempo podemos hacer mucho para reparar el mundo y nuestra relación con Dios.
Unetaneh Tokef nos recuerda tanto nuestra fragilidad como nuestra increíble capacidad de crecimiento y cambio. Nos desafía a abrazar el arrepentimiento, la oración y la rectitud como vías de renovación. Mientras estamos en juicio, también estamos en gracia, pastoreados por un Dios que desea la vida y el bien para todos nosotros.
Así que, al oír el toque del shofar y el grito silencioso del corazón, que encontremos la fuerza para volver a Dios, sabiendo que cada oración, cada acto de bondad y cada momento de arrepentimiento nos acercan a Él, y nos acercan a la vida.
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