En la porción de la Torá sobre Koraj (Números 16:1-18:32), leemos sobre una rebelión dramática y trágica contra Moisés y Aarón. Koraj, junto con Datán, Abiram y otros 250, acusó a Moisés y Aarón de atribuirse demasiadas funciones de liderazgo. La rebelión acabó trágicamente: la tierra se abrió y se tragó a Coré y a sus aliados más cercanos, mientras que un fuego celestial consumía a los 250 seguidores.
Esta historia contrasta fuertemente con los debates entre las escuelas de Hillel y Shammai, otro notable conjunto de argumentos de la historia judía. Como escriben los sabios (Ética de Nuestros Padres 5:17), «Todo argumento que sea por el bien del nombre del cielo, está destinado a perdurar. Pero si no es por el bien del nombre del cielo, no está destinado a perdurar». ¿Cuál es un ejemplo de argumento por el bien del nombre del cielo? El argumento de Hillel y Shamai. ¿Cuál es un ejemplo de un argumento que no es por el bien del nombre del cielo? El argumento de Koraj y todos sus seguidores».
¿Cuál es la diferencia entre estos dos argumentos? ¿Por qué la rebelión de Coré se considera «no por amor al cielo» y no destinada a perdurar, mientras que los argumentos entre la Casa de Hillel y la Casa de Shamai se consideraban «por amor al cielo» y destinados a perdurar?
La rebelión de Coré estaba motivada por rencores personales y luchas de poder. Coré, primo de Moisés, creía que merecía un papel de liderazgo. Moisés, al ser hijo del hijo mayor de Kehat, Amram, ya ostentaba el poder. Coré, hijo del segundo hijo de Kehat, Itzhar, pensaba que él debía ser el Sumo Sacerdote. Datán y Abiram, descendientes de Rubén, el primogénito de Jacob, creían que debían dirigir al pueblo. Los 250 príncipes, descritos como «Príncipes de la Asamblea, famosos en la congregación, hombres de renombre», o bien creían que merecían el liderazgo por sus méritos o eran todos primogénitos y estaban resentidos con los levitas por sustituir a los primogénitos en el papel ministerial tras el pecado del Becerro de Oro. Este grupo, cada uno con su propia agenda, sólo se unía en su oposición a Moisés y Aarón. Su argumento no era constructivo porque carecía de verdadera unidad y de un propósito común.
En cambio, los debates entre las Casas de Hillel y Shamai eran muy diferentes. Los sabios dan cuatro razones de lo que hacía que sus argumentos fueran constructivos a pesar de sus desacuerdos. Hillel y Shamai mantenían relaciones personales. Cenaban en casa del otro e incluso casaban a sus hijos entre sí. Sus debates estaban motivados por un sincero deseo de comprender y aplicar correctamente la Torá, no por el beneficio personal. Se escuchaban mutuamente y estaban abiertos a admitir cuando se equivocaban. Además, consideraban que las posturas de cada uno eran interpretaciones igualmente válidas de la palabra divina, y reconocían que, aunque mantuvieran posturas opuestas, cada una de ellas podía encerrar la verdad.
El contraste entre la rebelión de Coré y los debates de Hillel y Shamai ofrece valiosas lecciones para manejar los desacuerdos hoy en día. Mantener el respeto incluso en medio de los desacuerdos es crucial. Debatir los temas sin atacar a los individuos ayuda a mantener la atención en los resultados constructivos. Asegurarse de que las discusiones están motivadas por un deseo genuino de buscar la verdad y la comprensión, y no el beneficio personal o el poder, crea un entorno en el que los conflictos pueden conducir al crecimiento y la mejora. Por último, la apertura a diferentes perspectivas y la voluntad de admitir cuando uno se equivoca, fomenta una cultura de humildad y crecimiento continuo.
En un mundo cada vez más dividido por los conflictos y los puntos de vista divergentes, la antigua sabiduría de los debates constructivos de Hillel y Shamai ofrece una valiosa guía para unas discusiones sanas y productivas. Fomentando el respeto, las intenciones puras y la apertura mental en nuestras discusiones, podemos convertir los desacuerdos en oportunidades para un entendimiento más profundo, creando un entorno de amor y paz en lugar de conflicto y odio.