Durante el periodo del Segundo Templo, bajo el reinado del líder sirio-griego Antíoco IV, el pueblo judío se enfrentó a una dura prueba de fe. Antíoco IV, con su celoso afán de helenización, impuso prohibiciones a las prácticas religiosas judías y profanó el Templo sagrado de Jerusalén, llegando a erigir una estatua de Zeus Olimpo en el propio Templo. No se trataba de una mera crisis política, sino de un asalto espiritual al alma misma del judaísmo.
Levantándose contra esta tiranía, los macabeos, una pequeña banda de judíos fieles, adoptaron una postura. Su batalla no era sólo contra el poder de un gran imperio; era una lucha por el espíritu del judaísmo, una lucha por preservar nuestra forma de culto, nuestras tradiciones y nuestra identidad. Milagrosamente, contra todo pronóstico, salieron victoriosos. Recuperaron Jerusalén, purificaron el Templo y volvieron a encender la Menorah (candelabro) con una sola vasija de aceite que, desafiando toda lógica, ardió durante ocho días. No fue un mero triunfo militar, sino una afirmación divina de fe y resistencia.
La historia de los Macabeos resuena profundamente en nosotros hoy. El profeta Zacarías nos recuerda: «No con fuerza ni con poder, sino con mi espíritu, dice el Señor»(Zacarías 4:6). Los macabeos, aunque carecían de poderío físico en comparación con sus adversarios sirio-griegos, estaban imbuidos de una profunda fuerza espiritual y dedicación a su fe. Nos enseñan que el espíritu del pueblo judío, impulsado por la fe en Dios y el compromiso con nuestra herencia, puede superar retos aparentemente insuperables.
Hoy, nosotros, el pueblo judío, seguimos enfrentándonos a batallas en múltiples frentes. En Israel, libramos una batalla física contra Hamás y seguimos enfrentándonos a las amenazas físicas de quienes quieren vernos borrados del mapa. Más allá de nuestras fronteras, libramos otro tipo de guerra: una batalla de defensa contra el resurgimiento del antisemitismo en todo el mundo. A medida que se extienden el odio y la desinformación, se convierte en nuestro deber sagrado defender la verdad y defender los valores de bondad y moralidad que son los cimientos de nuestra fe.
Somos pocos, pero somos fuertes en nuestra fe y nuestra convicción. Como los Macabeos, prevaleceremos. Lucharemos por la paz, por la justicia y por la preservación de nuestro pueblo. Nos mantenemos firmes en la creencia de que, con la ayuda de Dios, la luz de la verdad y la justicia iluminará la oscuridad, guiándonos hacia un futuro de paz y comprensión. Como decimos en hebreo, b’shaym Hashem na’aseh v’natzliach (בשם ה’ נעשה ונצליח) «en nombre de Dios haremos y triunfaremos».