La conquista de la Tierra Prometida debía unir a los Hijos de Israel bajo un mismo estandarte, en un mismo territorio, sirviendo a un mismo Dios. Sin embargo, cuando las tribus se preparaban para cruzar el río Jordán hacia su herencia eterna, ocurrió algo inesperado. Dos tribus, Rubén y Gad, pidieron permanecer en el lado oriental del Jordán, en los territorios conquistados de Sehón y Og.
Moisés accedió a su petición, pero no sin poner en práctica una curiosa disposición que ha desconcertado a los estudiosos de la Biblia durante milenios.
Mientras que Rubén y Gad recibieron sus asignaciones tribales completas al este del Jordán, la tribu de Manasés fue dividida deliberadamente en dos. La mitad se asentaría junto a Rubén y Gad en Transjordania, mientras que la otra mitad cruzaría con las tribus restantes a la Tierra de Israel propiamente dicha. Esta división creó la única tribu de la historia judía separada geográficamente por una barrera natural, con parientes que vivían en orillas opuestas del río Jordán.
Pero ¿por qué Moisés, el gran unificador de Israel, sancionaría semejante división? ¿Qué propósito estratégico podría justificar la división de una sola tribu en dos territorios distintos, creando una confusión potencial sobre la identidad y la lealtad tribales? La respuesta revela una obra maestra de liderazgo que habla directamente de la lucha de nuestra generación con la unidad y la división.
La narración bíblica proporciona los hechos básicos:
Sin embargo, el razonamiento más profundo surge de la sabiduría de nuestros Sabios, en particular de la perspicacia del rabino Moshé Jaim Efraím de Sudylkow. Comprendió que Moisés se enfrentaba a una crisis de unidad nacional que requería una acción sin precedentes.
Cuando Rubén y Gad se dirigieron a Moisés con su petición de establecerse al este del Jordán, presentaron argumentos convincentes. Sus grandes rebaños prosperaban en las praderas de Galaad y Basán. El territorio ya estaba conquistado, lo que eliminaba la necesidad de guerras adicionales. Desde un punto de vista práctico, su propuesta tenía sentido. Pero Moisés reconoció un peligro que iba mucho más allá de la conveniencia inmediata.
La separación geográfica engendra separación emocional y espiritual. El río Jordán, aunque no era imposiblemente ancho, representaba algo más que agua y ribera. Simbolizaba una barrera psicológica que, con el tiempo, podría transformarse en algo mucho más devastador. Moisés comprendió que una vez que Rubén y Gad establecieran sus hogares permanentes al otro lado del Jordán, las tendencias humanas naturales empezarían a actuar en contra de la unidad nacional. Diferentes retos, diferentes vecinos, diferentes realidades cotidianas crearían gradualmente diferentes perspectivas, diferentes prioridades y, potencialmente, diferentes lealtades.
Moisés temía que estas dos tribus acabaran desarrollando una identidad nacional separada y empezaran a verse a sí mismas como algo distinto a socios de pleno derecho en el pacto. No se trataba de una mera preocupación política; era una emergencia espiritual que amenazaba los cimientos mismos de la nación judía.
La solución de Moisés demostró el tipo de pensamiento estratégico que marcó sus mejores momentos de liderazgo. En lugar de prohibir por completo el asentamiento oriental, o permitir una separación tribal completa, creó un puente. Al dividir la tribu de Manasés y colocar la mitad a cada lado del Jordán, Moisés se aseguró de que los lazos familiares atravesaran el río. Las familias mantendrían relaciones a través de la división geográfica.
Esto no fue accidental, sino ingeniería social intencionada en su máxima expresión. Moisés comprendió que la sangre compartida crea un destino compartido. La media tribu de Manasés de la orilla oriental nunca olvidaría a sus parientes occidentales, y la mitad occidental nunca dejaría de preocuparse por sus parientes orientales. La lealtad familiar lograría lo que el decreto político no podía: la conservación de la unidad nacional a pesar de la separación geográfica.
La condición que impuso Moisés, de que estas tribus debían luchar primero junto a sus hermanos por la conquista de los territorios occidentales, reforzó el principio de que el privilegio conlleva responsabilidad, y de que ninguna parte de la nación puede pretender independizarse del conjunto.
La sabiduría de este acuerdo va mucho más allá de la antigua estrategia militar. Moisés creó un recordatorio permanente de que el pueblo judío, independientemente de donde viva, sigue siendo una nación con obligaciones compartidas y responsabilidades mutuas, impidiendo que las tribus orientales desarrollen el tipo de mentalidad separatista que destruye la unidad nacional.
Esta lección resuena con especial fuerza cuando nos acercamos al 9 de Av, el día en que lloramos la destrucción de nuestro Templo y el exilio de nuestro pueblo. Los Sabios nos dicen que el Templo fue destruido no por enemigos externos, sino por el odio infundado entre judíos. Cuando los hermanos dejan de verse a sí mismos como hermanos, cuando la herencia compartida se vuelve menos importante que los intereses inmediatos, cuando las diferencias geográficas o ideológicas crean abismos insalvables, el resultado es siempre la catástrofe.
Moisés reconoció que la unidad requiere algo más que buenas intenciones. Exige soluciones estructurales que dificulten la separación y hagan natural la conexión. Al crear el puente de Manasés, estableció un principio que trasciende el tiempo y las circunstancias: las personas que desean permanecer unidas deben mantener los lazos que las unen, incluso cuando otras fuerzas las separen.
La media tribu de Manasés es el testamento de Moisés sobre el poder de la unidad intencionada. En un mundo que busca constantemente dividirnos por geografía, ideología, práctica religiosa o afiliación política, debemos recordar que nuestra fuerza no reside en nuestra separación, sino en nuestra voluntad de construir y mantener puentes que crucen todas las divisiones. Al igual que Moisés se negó a permitir que la separación geográfica se convirtiera en distanciamiento espiritual, los creyentes modernos no deben permitir que las diferencias teológicas eclipsen los fundamentos compartidos. Las historias que conforman la identidad judía también inspiran la fe cristiana. Las enseñanzas morales que guían la vida judía resuenan profundamente con los valores cristianos. La visión profética de justicia y rectitud que impulsa la esperanza judía de redención habla igualmente a los corazones cristianos.
Los ríos Jordán actuales adoptan muchas formas, pero la solución de Moisés sigue siendo constante: construir puentes de relación que trasciendan las barreras de la diferencia. El puente que construyó Moisés no estaba hecho de piedra o madera, sino de sangre compartida y obligación mutua. En nuestro tiempo, los puentes se construyen mediante el estudio compartido, el respeto mutuo y el reconocimiento de que quienes honran el mismo texto sagrado sirven al mismo propósito divino. El río Jordán sigue fluyendo, pero Moisés nos recuerda que ninguna barrera puede separar a las personas decididas a encontrar su terreno común en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.