La belleza de la destrucción

diciembre 26, 2024
Lamm family menorah crafted from WWII-era weaponry (photo credit Sara Lamm)

¿Conoces la expresión «la basura de un hombre es el tesoro de otro»? Mientras crecía, la oía a menudo mientras rebuscaba entre las baratijas olvidadas en las ventas de garaje de fin de semana. De niña, me maravillaba cuando convertía los objetos desechados en algo nuevo. Ahora, como madre, veo esa misma magia en mis hijos. Recogen un trozo de material -algo que la mayoría de los adultos desecharían- y lo convierten en un juguete, una manualidad o un juego.

Hay una profunda lección en este sencillo acto infantil: la capacidad de ver belleza donde otros sólo ven desperdicios. Y a medida que me he ido haciendo mayor, me he dado cuenta de que esta idea no sólo se aplica a los trastos que se encuentran en las ventas de garaje: resuena profundamente en nuestras tradiciones judías y en nuestra historia.

La historia del Becerro de Oro es uno de los ejemplos de destrucción más sorprendentes de la historia judía. Tras experimentar los milagros de Egipto y recibir la Torá en el Sinaí, los israelitas cayeron en la idolatría construyendo un ídolo de oro. Moisés, al descender de la montaña, hizo añicos las Tablas de la Ley, furioso por la traición del pueblo. El futuro parecía incierto, pero a este momento de destrucción siguió una oportunidad de renovación.

A raíz del Becerro de Oro, Dios ordenó la construcción del Tabernáculo, el Mishkan. Este espacio sagrado sería una morada para la presencia de Dios, donde los israelitas podrían adorar a Dios y obtener expiación. La energía destructiva que conducía a la idolatría se canalizaba ahora para construir algo sagrado: un santuario que uniera al pueblo con Dios. Al igual que el Becerro de Oro, donde la gente traía su oro para convertirlo en un ídolo, el Tabernáculo también se construyó a partir de la generosidad del pueblo, pero con una intención más decidida.

En esta transformación desempeñaron un papel central los levitas, que respondieron a la llamada de Moisés:«¡Mi LaHashem Elai!» – «¡Quien esté por Dios, que venga a mí!»-. Al castigar a los idólatras, demostraron su lealtad a Dios, pero su papel no acabó ahí. A los levitas se les encomendó el deber de ayudar en el servicio del Tabernáculo, transformándose en administradores de la santidad. Pasaron a ser responsables del mantenimiento del espacio sagrado y de ayudar al pueblo a canalizar sus ofrendas hacia Dios.

Este tema de renovación y transformación resuena a lo largo de la historia judía. Los macabeos utilizaron el mismo grito de guerra: «¡Quien esté por Dios, que venga a mí!» durante la historia de Janucá, que culminó con la rededicación del Templo. Estas narraciones nos recuerdan que, incluso en el fracaso y la destrucción, hay potencial para la belleza y la reconexión con Dios.

En mi familia, encarnamos este concepto a través de nuestra singular menorá de Hanukkah. Fabricado por mi suegro con armamento de la época de la Segunda Guerra Mundial, este candelabro transforma símbolos de destrucción en un faro de luz. En la parte inferior está inscrito el famoso verso de Isaías 2:4:

Esta práctica se extiende más allá de nuestra familia. Algunos artistas han convertido la metralla de los cohetes lanzados contra Israel en impresionantes joyas, mientras que otros han creado cuadros inspirados en las interceptaciones de la Cúpula de Hierro. Estas obras de arte transforman fragmentos de violencia en símbolos de resistencia y belleza, celebrando la delgada línea que separa la destrucción de la protección.

En su esencia, Hanukhah encarna esta idea de construir la belleza a partir de la destrucción. Conmemora la negativa de los macabeos a dejar que su fe fuera aniquilada y celebra la milagrosa luz encendida a partir de una sola jarra de aceite encontrada entre los escombros del Templo. Lo que podría haber sido una época de desesperación se convirtió en un festival de luz y esperanza.

Al encender las velas de Janucá cada año, recordamos nuestra responsabilidad de ser creadores de luz en un mundo a menudo envuelto en la oscuridad. Ya se trate del juego imaginativo de un niño, de la conmovedora creación de un artista o de una familia que enciende una menorá forjada con los restos de la guerra, el mensaje permanece constante: la belleza puede surgir de la destrucción, y es nuestro deber sagrado traer esa belleza al mundo.

En esencia, nuestra tradición judía nos enseña a ver potencial donde otros sólo ven desperdicio o ruina. Nos reta a transformar los momentos de oscuridad en oportunidades de luz, a convertir nuestras metafóricas espadas en rejas de arado. Al celebrar Hanukkah y durante todo el año, abracemos este poderoso legado de renovación y transformación, encontrando formas de crear belleza y significado incluso ante la adversidad.

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Sara Lamm

Sara Lamm is a content editor for TheIsraelBible.com and Israel365 Publications. Originally from Virginia, she moved to Israel with her husband and children in 2021. Sara has a Masters Degree in Education from Bankstreet college and taught preschool for almost a decade before making Aliyah to Israel. Sara is passionate about connecting Bible study with “real life’ and is currently working on a children’s Bible series.

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