En la porción de la Torá de esta semana, continuamos la historia de José en Egipto. La porción comienza con el ascenso de José al poder, gracias a su acertada interpretación del sueño del Faraón. Se le confía toda la responsabilidad de alimentar a la nación y, de hecho, a las naciones vecinas, durante la hambruna que se avecina. En este puesto se encuentra con sus hermanos, los mismos que tan cruelmente le habían vendido como esclavo muchos años antes.
En los versículos 7-8 del capítulo 42 del Génesis, se nos dice repetidamente que José reconoce a sus hermanos, pero ellos no le reconocen a él. Esto es fácil de entender, ya que ahora es mayor, viste como la realeza, habla egipcio y ha alcanzado una posición que sus hermanos nunca habrían esperado que ocupara. También tiene un nombre egipcio (41:45). Pero José reconoce a sus hermanos y recuerda sus sueños (42:9). Esto es claramente una referencia a una de las causas de sus celos y odio hacia él, como declararon aquel fatídico día tantos años antes: «Ahí viene ese soñador» (37:19). José recuerda a sus hermanos y cómo le habían tratado a él, su propia carne y sangre. En la historia que sigue, José intenta poner a prueba a sus hermanos, su lealtad mutua y su disposición a sacrificarse unos por otros, en lugar de matarse.
José no se siente decepcionado, pues es evidente que los hermanos han aprendido la lección y se han arrepentido. Cuando José los encarcela a todos y les exige que envíen a un representante para traer a Benjamín, se niegan. Permanecen detenidos durante tres días. Cuando José les sugiere que entreguen a un hermano a su custodia mientras los demás regresan a Canaán para traerle a Benjamín, reconocen inmediatamente su pecado contra José: «En verdad somos culpables respecto a nuestro hermano, en cuanto que vimos la angustia de su alma, cuando nos suplicó y no le escuchamos. Por eso nos ha sobrevenido esta angustia» (42:21-22). Al final, José apresa a Simeón y lo encarcela, y el resto no tiene más remedio que marcharse sin él.
Jacob se niega a dejar marchar a Benjamín. Sin embargo, cuando la hambruna se ha agravado y se enfrentan a la inanición, Rubén da un paso adelante y asume la responsabilidad: «Matad a mis dos hijos si no os lo devuelvo. Ponedlo en mis manos y os lo devolveré» (versículo 37).
Finalmente, cuando José inculpa a Benjamín metiendo vasijas reales en sus bolsas, Judá defiende a Benjamín e insiste en ser encarcelado en su lugar. José pone en marcha un elaborado plan para poner a prueba a sus hermanos. Debe saber si estarán dispuestos a traicionar a su hermano menor, Benjamín, hijo de Raquel, su propia madre, o si se han arrepentido de sus actos. Sólo cuando hayan superado la prueba se revelará a ellos.
Curiosamente, la porción termina con el versículo 17 del capítulo 44, justo antes de que Judá comience su conmovedor y dramático monólogo a José.
La porción nos deja en gran suspense: ¿se apiadará José de sus hermanos o manipulará su posición para vengarse de lo que le habían hecho años antes? Al cortar la porción en este punto, al dejarnos con esta pregunta, reconocemos que José podría haber tomado fácilmente cualquiera de los dos caminos. No sólo se pone a prueba a los hermanos, sino también a José. El destino del pueblo judío depende de este encuentro entre los hermanos: ¿terminará con lágrimas y abrazos, o en una división y animosidad irreparables?
Nosotros, que hemos leído los versículos siguientes, ya sabemos la respuesta. Pero a veces es necesario cortar la porción en ese punto crucial, para que podamos ponernos a prueba, hacernos la pregunta. Cuando lleguemos al abismo, ¿seremos capaces de salvar la distancia? ¿Seremos capaces de producir las palabras y los sentimientos necesarios para lograr la unidad y el amor entre nuestro pueblo?