Hace poco, llevé a mis hijos mayor y menor a la playa para que pasaran un rato agradable con mamá. Israel tiene unas playas preciosas, y mi hijo de catorce años estaba ansioso por zambullirse, abrazando las olas con entusiasmo. En cambio, mi hijo de cuatro años estaba indeciso, temeroso de la inmensidad del agua y de la posibilidad de ahogarse. Pasaba la mayor parte del tiempo en la orilla, contento con recoger conchas. El suave chapoteo de las olas le parecía intimidatorio y, a pesar de nuestros ánimos, se resistía a meter los dedos de los pies en el agua.
A medida que avanzaba el día, seguimos animándole suavemente y, hacia el final de la jornada, por fin accedió a meter los pies en el agua. Poco a poco, se aventuró un poco más profundo hasta que estuvo de pie en las olas poco profundas, riendo de alegría. En el coche de vuelta a casa, nos sorprendió a todos diciendo que, aunque su parte favorita de la playa era recoger conchas, su segunda favorita era jugar en el agua.
Este sencillo día en la playa ofrece una profunda lección sobre nuestros viajes espirituales y sobre cómo afrontamos los retos y las oportunidades que nos presenta la vida.
En la porción de la Torá de Eikev, Moisés exhorta al pueblo judío:
A primera vista, puede parecer que este versículo establece un listón imposiblemente alto: ¿cómo puede resumirse una lista tan amplia de exigencias en «sólo esto», lo que implica una pequeña petición?
El versículo nos enseña que nuestro crecimiento espiritual comienza con pequeños pasos, con «sólo esto». Igual que mi hijo pequeño empezó recogiendo conchas -una actividad que le mantenía cerca de la seguridad de la orilla-, también nuestro viaje con Dios suele empezar con pasos pequeños y manejables que nos ayudan a sentirnos conectados y seguros. Con el tiempo, a medida que crecemos en nuestra relación con el Todopoderoso, podemos adentrarnos más en las aguas de la fe, abrazando niveles más profundos de compromiso y comprensión. Con ánimo y orientación, adquirimos el valor para profundizar, para comprometernos con los aspectos más desafiantes de nuestra vida espiritual.
Del mismo modo que mi hijo de cuatro años acabó encontrando la alegría en el agua, aunque sólo fuera su «segunda parte favorita» del día, así también nosotros encontramos una alegría y una satisfacción crecientes a medida que superamos gradualmente nuestros miedos y reservas en nuestro servicio al Señor. Cada paso, ya sea un pequeño acto de bondad, un momento de oración o un estudio más profundo de la palabra de Dios, nos acerca al objetivo final de «amarle y servir al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.»
Cada pequeño paso que damos en nuestro camino espiritual es significativo. Ningún acto de fe es demasiado pequeño para importar. Cada mandamiento, cada momento de conexión con Dios, se construye sobre el anterior, conduciéndonos a mayores alturas espirituales.
Nuestro viaje con Dios no consiste en una transformación instantánea, sino en un crecimiento gradual. Del mismo modo que mi hijo pequeño se tomó su tiempo para encontrar la comodidad en el agua, nosotros también debemos concedernos a nosotros mismos y a los demás el tiempo necesario para crecer a nuestro propio ritmo. Cada paso adelante, por pequeño que sea, es precioso a los ojos del Señor.
Así pues, abracemos nuestro viaje con paciencia y perseverancia. Tanto si estamos recogiendo conchas en la orilla como si empezamos a adentrarnos en aguas más profundas, cada experiencia es una parte valiosa de nuestro crecimiento. Que todos encontremos el valor para adentrarnos más en las aguas de la fe, sabiendo que con cada paso estamos cumpliendo las palabras de Dios y acercándonos a Él con todo nuestro corazón y nuestra alma.
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