Encuentro con la Alianza entre Dios y Noé

Por: Sondra Oster Baras
octubre 7, 2021

Sondra Oster Baras, de Amigos Cristianos de las Comunidades Israelíes, explica el significado de un pacto bíblico, que es una vía de doble sentido que Dios establece con la humanidad.

En la última porción de la Torá centrada en Noé, seguimos explorando los temas introducidos en la lectura de la semana anterior. Este análisis profundiza en la primitiva relación de la humanidad con Dios, el concepto de los pactos divinos y las consecuencias de la ambición humana divorciada de la guía divina.

La historia comienza con la orden inicial de Dios a Adán y Eva de «fructificad y multiplicaos», una directiva que sirve a la vez de mandamiento y de promesa. Esta responsabilidad fundamental de procrear y administrar el mundo constituye la base del primer pacto de la humanidad con Dios. Sin embargo, como vimos en la porción anterior, la maldad de la humanidad llevó a Dios a arrepentirse de Su creación, salvo en el caso de Noé, que «halló el favor de Hashem».

La rectitud de Noé le distingue, y Dios le elige para reiniciar la humanidad tras el diluvio. El pacto establecido con Noé refleja el original dado a Adán y Eva: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra». Esta repetición subraya la continuidad de las expectativas de Dios respecto a la humanidad, a pesar del reinicio provocado por el diluvio.

Se establece un interesante paralelismo entre la plantación del Jardín del Edén por parte de Dios y la plantación de un viñedo por parte de Noé tras la inundación. Del mismo modo que el consumo de la fruta prohibida por Adán y Eva condujo a su perdición, el exceso de indulgencia de Noé con el vino de su viñedo lleva a una situación comprometida con sus hijos. Este episodio sirve de crudo recordatorio de que incluso los justos son susceptibles de pecar, y de que el «reinicio» de la humanidad no garantiza la perfección.

La narración se desplaza entonces a la Torre de Babel, una historia que ilustra los peligros de la unidad humana carente de propósito divino. El deseo del pueblo de «hacerse un nombre» se interpreta como un intento de competir con Dios o sustituirle. Esta ambición equivocada lleva a Dios a confundir sus lenguas y a dispersarlos por la tierra, creando de hecho naciones distintas.

Esta dispersión no se ve sólo como un castigo, sino como un paso preparatorio para la siguiente fase de Dios en su relación con la humanidad. Al crear naciones separadas, Dios sienta las bases para seleccionar una nación -Israel- que sirva de vehículo para comunicar la justicia al mundo.

La lección que se extrae de estas historias es clara: el progreso y la unidad de la humanidad sólo son positivos cuando están alineados con la voluntad divina. Cuando la ambición humana pretende sustituir a Dios o competir con él, conduce a la división y la dispersión. La creación de naciones, incluida la futura nación de Israel, se presenta como la solución de Dios para guiar a la humanidad de vuelta a su propósito divino.

Las porciones de la Torá sobre Noé y la Torre de Babel ofrecen una profunda visión de la relación primitiva entre Dios y la humanidad. Demuestran el patrón recurrente de los fallos humanos, la intervención divina y el establecimiento de nuevos sistemas de interacción humano-divina. Estas historias preparan el escenario para la próxima narración de Abraham y el nacimiento de la nación israelita, continuando el tema de los continuos esfuerzos de Dios por guiar a la humanidad hacia la rectitud.

Sondra Oster Baras

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