Imagina que por fin estás libre de deudas. Tu hipoteca está pagada, los fondos para la universidad de tus hijos están llenos y tienes una cómoda cuenta de jubilación. La vida es buena. Pero, ¿qué ocurre cuando se acaba la lucha por llegar a fin de mes?
No se trata sólo de un dilema personal; es el reto fundamental al que se enfrentan todas las sociedades libres que han existido. Y es uno que Moisés identificó hace más de 3.000 años con palabras que parecen sorprendentemente relevantes hoy en día.
Moisés tenía un duro mensaje para los israelitas que estaban a punto de entrar en la Tierra Prometida:
Moisés comprendió algo que la sociedad moderna está volviendo a aprender dolorosamente: la verdadera amenaza para la libertad no son los enemigos externos ni las dificultades económicas, sino la complacencia que acompaña al éxito. Su advertencia no era sólo para el antiguo Israel; era un diagnóstico atemporal de cómo la prosperidad corrompe las mismas virtudes que la crean.
Mira a tu alrededor hoy y verás que la advertencia de Moisés se reproduce en tiempo real. Vivimos en la época más próspera de la historia de la humanidad, pero las encuestas muestran niveles récord de ansiedad, depresión y división social. Disfrutamos de libertades con las que generaciones anteriores sólo podían soñar, pero muchos se sienten más aislados y sin propósito que nunca.
No se trata de una coincidencia, sino del ciclo predecible de ascenso y declive de las civilizaciones que Moisés identificó por primera vez. Cuando las sociedades se vuelven cómodas, la responsabilidad individual da paso al derecho. Cuando las necesidades básicas se satisfacen fácilmente, la gente empieza a dar por sentada su prosperidad y a asumir que alguien más mantendrá los sistemas que la crearon. El propósito compartido se disuelve en el interés propio a medida que desaparecen las luchas comunes que antaño unían a las comunidades, sustituidas por búsquedas personales cada vez más estrechas. El pensamiento a largo plazo se sustituye por la gratificación instantánea: ¿por qué invertir en el futuro cuando el presente es tan cómodo? Por último, el aprecio se convierte en expectativa cuando las libertades y oportunidades por las que lucharon y murieron las generaciones anteriores se convierten en «derechos» que suponemos que siempre existirán.
Pero Moisés no se limitó a diagnosticar el problema, sino que prescribió el antídoto. Como observó brillantemente el rabino Jonathan Sacks, la solución de Moisés puede destilarse del Libro del Deuteronomio en tres principios intemporales:
La primera regla es no olvidar nunca de dónde vienes. Esto significa recordar tu historia, tanto personal como colectiva. Las luchas que crearon tu libertad, los sacrificios que construyeron tu prosperidad, los valores que hicieron que valiera la pena defender tu sociedad. La amnesia es el primer paso hacia la decadencia, y las sociedades que pierden el contacto con sus orígenes inevitablemente pierden el rumbo.
La segunda regla es no alejarse nunca de tus principios fundamentales. El éxito tiene una forma de hacernos sentir que las reglas ya no se aplican a nosotros. Pero los principios que crearon la prosperidad -trabajo duro, integridad, justicia, cuidado de los vulnerables- no son sugerencias que puedan desecharse una vez que «lo has conseguido». Son los cimientos que hay que mantener para que continúe la prosperidad.
La tercera regla reconoce que una sociedad es tan fuerte como su fe. Esto no significa necesariamente sólo fe religiosa, aunque Moisés sin duda se refería a eso. Significa fe en algo más grande que el interés propio inmediato. Fe en las generaciones futuras. Fe en los principios morales. Fe en la idea de que tenemos obligaciones más allá de nuestra propia comodidad. Cuando las sociedades pierden esta dimensión trascendente, pierden la motivación para sacrificar el placer presente por el bien futuro.
El mensaje de Moisés no es una predicción de una fatalidad inevitable, sino una advertencia que nos da el poder de elegir de forma diferente. Cada generación se enfrenta a la misma prueba: ¿Utilizaremos nuestra prosperidad para ser mejores personas y construir una sociedad mejor, o dejaremos que la comodidad nos haga complacientes?
La elección se está jugando ahora mismo en la forma en que enfocamos todo, desde el cambio climático a la educación y el compromiso cívico. ¿Estamos tomando decisiones basadas en las consecuencias a largo plazo o en la conveniencia a corto plazo? ¿Estamos enseñando a nuestros hijos a apreciar su herencia o simplemente a esperarla?
Las sociedades que sobreviven no son necesariamente las más fuertes o las más inteligentes; son las que recuerdan por qué merece la pena preservar su libertad y siguen dispuestas a hacer el trabajo necesario para preservarla.
Moisés comprendió que el mayor enemigo de la libertad no es la tiranía, sino la suposición de que la libertad se mantendrá por sí misma. En el momento en que dejamos de elegir activamente ser libres, iniciamos el proceso de perder nuestra libertad.
Cuando nuestra sociedad se enfrente a esta prueba, la cuestión es si recordaremos la lección que enseñó Moisés: que a veces nuestros mayores retos no proceden de nuestras luchas, sino de nuestro éxito, y que reconocerlo es el primer paso para superar el reto.
La elección es nuestra. La pregunta es: ¿Qué elegiremos?