El rabino Dr. Tzvi Hersch Weinreb era un flamante profesor de secundaria que se enfrentaba a la peor pesadilla de cualquier educador: filas de alumnos aburridos y poco receptivos. Lo había intentado todo: premios y recompensas especiales, privilegios adicionales, incluso sobornos. Nada funcionaba. Su mayor reto no era la materia que enseñaba, sino encontrar la forma de llegar a mentes que parecían permanentemente desconectadas.
El gran avance se produjo cuando un sabio mentor compartió una idea inesperada: “No puedes motivar a los alumnos dándoles a ellos. Debes encontrar formas de animarles a dar a los demás”.
Escéptico pero desesperado, el rabino Weinreb se dirigió a su alumno más difícil, un chico brillante que había abandonado completamente los estudios. En lugar de ofrecerle otra recompensa, le hizo una petición inusual: “Necesito que ayudes a dos compañeros con sus tareas”.
La reacción del alumno era previsible: “¿Quién, yo? ¿Por qué tengo que ayudar a esos dos zopencos?”.
Pero entonces llegaron las palabras mágicas que lo cambiaron todo: “Has sido bendecido con talento, y la gente con talento tiene algo valioso que compartir”.
De repente, todo el comportamiento del estudiante cambió. “¿De verdad crees que tengo talento?”. Por primera vez, no se vio a sí mismo como un problema que había que gestionar, sino como alguien con algo significativo que aportar. Se lanzó a dar clases particulares a sus compañeros y, al prepararse para enseñarles, empezó a estudiar más que nunca.
El rabino Weinreb señala que este poderoso principio educativo no es moderno en absoluto. Está incrustado en un fascinante diálogo de la porción de la Torá de Beha’alotecha (Números 8:1-12:16), donde Moisés se enfrenta a su propio reto de persuasión.
Cuando los israelitas se preparan para atravesar el desierto, Moisés se acerca a su suegro Chovav, también conocido como Jetro, para pedirle que se una a ellos. Su primer intento sigue la sabiduría convencional de la motivación:
La respuesta de Chovav es rápida y definitiva: “No iré”.
Pero Moisés no se rinde. En su segundo intento, cambia completamente su enfoque:
En esencia, Moisés estaba diciendo: tienes una experiencia que necesitamos desesperadamente.
Observa el cambio fundamental. Moisés deja de situar a Chovav como un receptor pasivo de generosidad y, en su lugar, lo enmarca como un contribuyente esencial cuyos talentos únicos son indispensables. Ya no le pide a Chovav que reciba, sino que dé.
Lo que Moisés comprendió, y lo que el rabino Weinreb descubrió en su clase, es que la necesidad humana más profunda no es recibir, sino importar. Cuando las personas sienten que se valoran sus contribuciones y se reconocen sus talentos, no sólo participan, sino que sobresalen.
Esta percepción debería transformar la forma en que interactuamos con todos los que nos rodean. El empleado que siente que se valora su perspectiva única irá más allá. El hijo que comprende su papel en el éxito de la familia se esforzará por cumplir las expectativas. El amigo que sabe que su apoyo marca una diferencia real estará ahí cuando haga falta.
No se trata de manipulación ni de falsos elogios. Se trata de reconocer genuinamente lo que cada persona aporta y ayudarle a ver su propio valor. Cuando alguien cree en su importancia y valía, la motivación pasa a ser interna y no externa, y es entonces cuando se produce la verdadera transformación.
Los antiguos sabios nos dicen que el segundo enfoque de Moisés funcionó. No convenció a Chovav con promesas de lo que recibiría, sino comprendiendo lo que tenía que dar. En las aulas, salas de juntas y salones de todo el mundo, el mismo principio sigue liberando el potencial humano miles de años después.