Durante décadas, la Unión Soviética llevó a cabo una campaña sistemática para destruir la vida judía. La práctica del judaísmo se criminalizó de hecho. Se cerraron escuelas hebreas, se clausuraron sinagogas y se eliminaron instituciones culturales judías. Se prohibió a los judíos el acceso a las universidades y a puestos de trabajo prestigiosos, al tiempo que se les impedía emigrar a Israel. Lo más cruel fue que el régimen intentó separar a los judíos de su herencia e identidad, creando una prisión espiritual junto a la física.
En esta oscuridad, la mayoría de los líderes judíos aconsejaron silencio y acomodación. No provoques al régimen, advertían. No te arriesgues a empeorar las cosas. Cuando Natan Sharansky empezó a reclamar abiertamente los derechos de los judíos y la libertad de emigrar a Israel, los dirigentes tanto de Rusia como de Estados Unidos retrocedieron horrorizados. Insistieron en que sus acciones traerían el desastre a los judíos soviéticos. Pero Sharansky se negó a ser silenciado. Detenido en 1977 por cargos falsos de espionaje, pasó nueve años en prisiones soviéticas, incluidos 400 días en celdas de castigo, en lugar de someterse. Cuando sus interrogadores del KGB le ofrecieron la libertad a cambio de una simple confesión, respondió: «A los que me detuvieron, no tengo nada que decirles».
¿Qué impulsa a unos a actuar mientras otros aconsejan infinita cautela?
El Libro de Rut presenta este dilema mediante el contraste entre Booz y un pariente conocido sólo como Ploni Almoni – «fulano». Cuando Rut, una moabita conversa, necesitaba un redentor que se casara con ella y continuara el linaje de su difunto marido, este pariente más cercano se negó. ¿Su excusa? Le preocupaba que casarse con una moabita «estropeara su herencia». El texto recoge su temerosa respuesta:
Este hombre no era un villano. Era, según todos los indicios, un judío piadoso preocupado por cumplir la prohibición de la Torá:
Sin embargo, no comprendió que este versículo sólo se aplicaba a los moabitas varones, no a las mujeres como Rut. Su cautela al interpretar la ley le cegó ante el propósito de Dios y bloqueó el camino de la redención. El texto borra a propósito su nombre, llamándole sólo Ploni Almoni, porque antepuso su reputación al plan de Dios. En cambio, Booz comprendió que la redención exige acción. Se casó con Rut, y a través de su unión surgió el linaje del rey David y la promesa del Mesías.
Este patrón se repite a lo largo de las Escrituras. Cuando Mardoqueo se enteró de la conspiración de Amán para destruir a los judíos, desafió a la reina Ester a que se acercara al rey sin permiso, lo que constituía un delito capital. Ester vaciló, aduciendo los peligros. La respuesta de Mardoqueo fue directa al meollo de la cuestión:
La redención llegaría, pero ¿reclamaría Esther su papel en ella?
El pecado de los espías en el desierto representa el fracaso definitivo de la excesiva cautela. Diez líderes tribales, enviados a explorar la Tierra Prometida, regresaron aterrorizados. «Éramos como saltamontes a nuestros propios ojos», informaron, paralizados por el miedo a pesar de las promesas de Dios. Sólo Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés, declarando«Aloh na’aleh» – «¡Subiremos sin duda!».(Números 13:30). Rashi explica que, aunque Moisés les hubiera dicho que construyeran escaleras al cielo, deberían haber procedido, sabiendo que con la palabra de Dios viene el poder de conseguirlo.
Estos relatos bíblicos nos enseñan que la piedad nunca debe convertirse en una excusa para la pasividad. Cuando los espías eligieron el miedo en vez de la fe, condenaron a toda su generación a morir en el desierto. Cuando Ploni Almoni eligió la reputación en lugar de la redención, perdió su lugar en la narración bíblica. Cuando los dirigentes judíos eligieron el silencio en lugar de la solidaridad con refuseniks como Sharansky, perdieron su momento de asociarse con Dios en la historia.
Esta lección habla directamente a nuestra generación. Hacer aliá (emigrar a Israel) exige dejar atrás la seguridad y la comodidad. Apoyar a Israel significa enfrentarse a consecuencias sociales y, a veces, profesionales. Defender la verdad bíblica exige valentía en un mundo que a menudo la rechaza. Pero Dios no nos llama a calcular probabilidades: nos llama a actuar.
La alternativa a la acción no es la seguridad, sino la irrelevancia. Otros se levantarán para llevar adelante los propósitos de Dios, pero nosotros perderemos nuestro papel en la historia divina. El miedo de los espías no impidió que Israel entrara en la tierra: sólo determinó quién entraría. La cautela de Ploni Almoni no bloqueó la línea del Mesías -sólo aseguró que su nombre fuera olvidado. El silencio de los líderes judíos soviéticos no detuvo el éxodo de los judíos rusos -sólo hizo que otros se ganaran la corona del liderazgo.
Hoy, cuando Estados Unidos entra en un momento crucial bajo el liderazgo del presidente Trump, nos enfrentamos a nuestra propia prueba. ¿Apoyaremos con valentía a Israel y los valores bíblicos, o nos refugiaremos en un cómodo silencio? ¿Aprovecharemos esta oportunidad histórica para hacer avanzar el propósito redentor de Dios, o dejaremos pasar el momento? La Historia juzga duramente a quienes se esconden tras la piedad para evitar la llamada de Dios a la acción. Cuando Él abre una puerta, dudar no es humildad, sino rebeldía. El tiempo del cálculo cauteloso termina cuando el propósito de Dios se hace evidente. Los que no puedan comprender esta verdad, como Ploni Almoni, serán olvidados por la historia, mientras que otros darán un paso adelante para reclamar su papel en el plan redentor de Dios.
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