La experiencia de recibir la Torá en el monte Sinaí es uno de los momentos más profundos y definitorios de la historia judía. Sin embargo, los sabios hacen un comentario muy extraño sobre este acontecimiento monumental. El versículo de Éxodo 19:17 afirma:
Basándose en este versículo, los sabios sacan una conclusión bastante peculiar. Las palabras hebreas para «al pie de la montaña» se traducen literalmente por «en la base (o parte inferior) de la montaña». De ello, los sabios enseñan que Dios sostuvo la montaña sobre sus cabezas y declaró: «Si aceptáis la Torá, bien. Si no, allí será vuestro lugar de enterramiento». Parece que Dios obligó al pueblo judío a pactar con Él.
Esta imagen de coacción parece contradecir el versículo anterior(Éxodo 19:8), en el que los israelitas proclamaron unánimemente: «Haremos todo lo que Hashem ha dicho». ¿No habían acordado ya aceptar la Torá voluntariamente? ¿Qué significa esta aceptación forzada?
El rabino Meir Simcha de Dvinsk (1843-1926) ofrece una comprensión matizada de esta interpretación. Sugiere que la coacción no era literal, sino figurada. Tras presenciar los milagros del Éxodo, la verdad de la existencia de Dios era tan clara e innegable para los israelitas que rechazar Su Torá no era una opción viable. La claridad de la verdad divina era tan abrumadora que se sintieron como si estuvieran obligados a aceptarla.
El Maharal de Praga ofrece una perspectiva ligeramente distinta. Sostiene que la Torá es esencial para que el mundo siga existiendo. Por tanto, su aceptación tuvo que ser algo más que un acto voluntario; tuvo que ser un mandato divino. Esta necesidad subraya un aspecto crítico de nuestra relación con Dios: no es opcional. Aunque entraron voluntariamente en el pacto «¡Haremos todo lo que Hashem ha dicho!», esto no niega la obligación inherente que conlleva la relación. Nuestra relación con el Todopoderoso no es un bufé del que podemos escoger lo que más nos convenga. Es un compromiso global que estamos obligados a mantener.
Esta doble naturaleza de la aceptación -tanto voluntaria como forzada- refleja la complejidad de nuestra relación con Dios y la Biblia. Por un lado, nuestro vínculo con Dios está arraigado en el amor y en un deseo genuino de seguir Sus mandamientos. Por otra parte, también es un pacto inquebrantable que nos impone obligaciones, independientemente de nuestras inclinaciones personales en cada momento.
La representación de los sabios de Dios sosteniendo la montaña sobre los israelitas sirve como poderoso recordatorio de que nuestro compromiso con Él no es negociable. No podemos poner fin a nuestra relación con Dios, ni podemos redefinirla en función de lo que nos parezca conveniente. Es una relación que abarca tanto el amor como el sentido del deber, la devoción y una obligación fundamental e ineludible.
Al igual que los israelitas estuvieron al pie del monte Sinaí, sintiendo tanto el asombro de la revelación divina como el peso de un compromiso eterno, nosotros también debemos abrazar nuestra relación con Dios y Su Biblia en su totalidad. No podemos elegir ni alejarnos. Esta dualidad constituye la base de una relación que es a la vez profundamente apreciada y eternamente vinculante, y guía nuestro camino con una mezcla de amor y mandato divino.
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