«¿Quién vendió a José?» Parece una pregunta sencilla con una respuesta obvia. Después de todo, ¿no declara el propio José a sus hermanos: «Yo soy vuestro hermano José, a quien vendisteis a Egipto» (Génesis 45:4)?
Sin embargo, al igual que muchas narraciones bíblicas, una lectura más atenta revela capas de complejidad que desafían nuestras suposiciones básicas y nos enseñan profundas lecciones sobre la providencia divina.
Imagínate la escena: El joven José, enviado por su padre para ver cómo están sus hermanos, camina solo por los campos. Sus hermanos, que albergan un profundo resentimiento por sus sueños y el favoritismo de su padre, le ven desde lejos. Su trama asesina inicial, atemperada por la intervención de Rubén, lleva a arrojar a José a un pozo. Pero lo que ocurre a continuación ha desconcertado a los eruditos bíblicos durante generaciones.
El texto presenta una desconcertante secuencia de acontecimientos en los que intervienen tres grupos diferentes de mercaderes: ismaelitas, madianitas y medanitas. Aunque los hermanos planean inicialmente vender a José a una caravana de ismaelitas que se aproxima, la narración da un giro inesperado cuando menciona a los mercaderes madianitas que pasan por allí. El versículo crucial que describe cómo sacaron a José de la fosa y lo vendieron es deliberadamente vago: no podemos saber quién lo sacó y lo vendió. Para aumentar la confusión, la Biblia parece contradecirse: Génesis 37:36 nos dice que los medanitas vendieron a José a Potifar, mientras que Génesis 39:1 atribuye esta venta final a los ismaelitas.
Los comentaristas medievales ofrecen perspectivas fascinantes sobre este enigma. Rashi (rabino Shlomo Yitzchaki, 1040-1105) sugiere que José fue vendido varias veces, cambiando de manos entre distintos grupos de mercaderes. Según su interpretación, los hermanos sacaron a José y lo vendieron a los ismaelitas, que luego lo vendieron a los madianitas, quienes finalmente lo vendieron a Egipto. Su nieto, el Rashbam (rabino Samuel ben Meir, hacia 1085-1158), presenta una interpretación radicalmente distinta: ¡en realidad, los hermanos nunca vendieron a José! Según su lectura, mientras los hermanos cenaban, unos mercaderes madianitas descubrieron a José en la fosa y lo vendieron a los ismaelitas sin que los hermanos lo supieran.
Esta lectura alternativa añade una dimensión fascinante a la historia: siguiendo la opinión del Rashbam, el rabino Hezekiah ben Manoah, conocido como el Chizkuni (siglo XIII), concluye que cuando los hermanos descubren que José ha desaparecido, creen realmente que un animal salvaje lo había devorado. Cuando mostraron a Jacob su manto ensangrentado y éste llegó a esta misma conclusión, no estaban urdiendo una elaborada mentira; pensaban de verdad que su hermano había tenido un final violento. Esta interpretación transforma nuestra comprensión del comportamiento posterior de los hermanos: su conmoción al encontrar a José en Egipto se hace aún más profunda, y sus sentimientos de culpa no proceden de la venta de su hermano, sino del acto cruel de abandonarlo a lo que suponían que era su muerte sangrienta. Sin embargo, como el propio José reconocería más tarde, sus acciones pusieron en marcha los acontecimientos, haciéndoles moralmente, si no técnicamente, responsables de su destino.
Entonces, ¿quién vendió a José? ¿Los hermanos? ¿Los madianitas? Al desentrañar esta compleja narración, nos encontramos con una profunda verdad recogida en las palabras del Eclesiastés: «Muchos son los planes en el corazón de una persona, pero es el propósito del Señor el que prevalece» (19:21). Quizá la ambigüedad del propio texto conlleve un mensaje más profundo: los detalles concretos de quién vendió a José pasan a un segundo plano respecto al plan divino que se desarrolla a través de estos acontecimientos. Tanto si fueron los hermanos quienes lo vendieron, como si fueron unos mercaderes oportunistas quienes lo descubrieron en la fosa, lo que más importa es que José acabó exactamente donde tenía que estar. Su viaje a Egipto, ocurriera como ocurriera, puso en marcha acontecimientos que darían forma al destino del pueblo judío.
La historia de la venta de José nos recuerda que, tanto si actuamos con intención como si nos vemos atrapados en circunstancias que escapan a nuestro control, formamos parte de un designio mayor. La cuestión de quién sacó físicamente a José del pozo palidece en comparación con el extraordinario viaje que siguió, un viaje que transformó a un siervo vendido en una nación salvada. Quizá ése sea el mensaje más poderoso que esconde este antiguo rompecabezas: aunque luchemos con los detalles de cómo llegamos a ciertos momentos de nuestras vidas, podemos confiar en que hay un propósito en el viaje.
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