El sitio web de El Al no pudo soportar la avalancha. A las dos horas de abrir la inscripción en línea para los vuelos de regreso a Israel, más de 60.000 israelíes varados en el extranjero se apuntaron. Y eso fue sólo el principio. A pesar de las súplicas abiertas del ministro de Transporte de Israel para que los ciudadanos permanezcan donde están, y a pesar de la amenaza real de que misiles iraníes apunten a las pistas de aterrizaje, más de 100.000 israelíes están haciendo todo lo que está en su mano para regresar a una nación en guerra. Se están organizando vuelos desde Atenas, Roma, Larnaca y Nueva York. Hay barcos zarpando de Chipre. Los israelíes no huyen del peligro. Corren hacia él.
¿Por qué? ¿Por qué las familias de París, los estudiantes de Nueva York y los turistas de las playas griegas insisten en volver a un lugar de cohetes y sirenas antiaéreas? ¿Por qué decenas de miles de personas están presionando al gobierno y colapsando los sitios web de las compañías aéreas, todo ello para embarcar en lo que se denominan «vuelos de rescate», salvo que estos vuelos de rescate van en la dirección equivocada? ¿En qué mundo huye la gente de la seguridad de Europa y América para volver a una zona de guerra?
Para comprender lo que está ocurriendo ahora, tenemos que volver sobre el pecado que mantuvo a Israel en el desierto durante 40 años.
En el Libro de los Números, los israelitas se encuentran al borde de la Tierra de Israel, y se envía a doce espías a explorarla. Diez regresan con miedo en los ojos.
Los Sabios explican que su pecado no fue simplemente cobardía. Calumniaron a la propia Tierra, exagerando los peligros y desmoralizando a la nación.
Las ciudades están fortificadas. Los gigantes son demasiado altos. La tarea es imposible. ¿Cuál es el resultado? El pueblo grita desesperado y suplica volver a Egipto. Dios decreta que esta generación morirá en el desierto. Sólo Josué y Caleb, los dos espías disidentes, merecerán entrar en la Tierra.
Pero los Sabios enseñan que la historia no acaba ahí. Los hijos de la generación infiel no entrarían simplemente en la Tierra: rectificarían el pecado. En hebreo, tikun, rectificación, no significa disculpa. Significa acción. Una corrección. Una transformación del fracaso en fuerza. Y los Sabios explican una poderosa regla del tikun: la reparación debe reflejar el fracaso, y luego ir más allá. La verdadera rectificación debe reflejar la naturaleza del pecado original… y superarlo.
El rabino Eyal Vered señala lo que estamos presenciando hoy como esa rectificación final. Los espías dijeron que éramos demasiado débiles, pero los israelíes de hoy gritan, como Caleb: «La tierra es muy, muy buena… No les temas!» (Números 14:7-9). Los espías temblaron ante el peligro. Hoy, 100.000 israelíes luchan por volver a ella. Los espías propagaron la desmoralización. Hoy, toda una nación se mantiene firme con fe y determinación. Los espías querían quedarse en el desierto. Los israelíes en el extranjero intentan volver a casa, aunque ese hogar esté bajo el fuego.
No es poca cosa. Los espías afirmaban que las ciudades estaban fortificadas, que los peligros eran demasiado grandes. Hoy, los peligros son reales. Misiles iraníes ya han alcanzado ciudades israelíes, incluido el hospital Soroka de Be’er Sheva y edificios de apartamentos en todo el país. Han muerto civiles. Los enemigos de Israel declaran abiertamente su objetivo de destruirla. Y aun así, El Al está desbordado por la demanda. A pesar de todo, los israelíes están desesperados por volver a casa.
La Biblia describe a Caleb como poseedor de un ruach acheret, un «espíritu diferente» (Números 14:24). Esa frase capta exactamente lo que estamos viendo ahora. Hay algo profundamente arraigado en el alma judía: un feroz sentido de conexión con la Tierra de Israel que desafía la lógica o el cálculo. No se trata de comodidad o conveniencia. Ni siquiera se trata de seguridad. Se trata de pertenencia.
Los Sabios enseñan que la Tierra de Israel se adquiere mediante el sufrimiento, y también mediante el amor. Ahavat haaretz, el amor a la Tierra, no es un eslogan. Es un compromiso vivido. Es lo que lleva a los israelíes a construir casas en colinas sin agua corriente. Es lo que lleva a las parejas jóvenes a criar a sus hijos en comunidades que son blanco de cohetes. Y es lo que atrae a judíos de todos los rincones del mundo a volver a casa, incluso cuando ese hogar está amenazado.
Para los observadores externos, parece un retroceso. ¿Barcos de rescate navegando hacia la guerra? ¿Aviones llenos de pasajeros aterrizando en un país bajo el fuego? Pero no es confusión. Es claridad. Es una nación que sabe quién es y dónde debe estar.
Hoy, Caleb ya no está solo. Las palabras que pronunció – «No les temáis… el Señor está con nosotros»- ya no son una protesta solitaria. Son la voz de una generación. Un pueblo con un espíritu diferente. Un pueblo que responde al pecado de los espías no con argumentos, sino con billetes de avión y pasaportes en la mano.
Es fácil hablar de la grandeza de Dios, y Él es grande. Vemos Sus milagros todos los días. Pero hablemos también de la grandeza de Su pueblo. Estamos siendo testigos de cómo una nación extraordinaria elige el valor frente al miedo y la fraternidad frente a la comodidad. Una nación como ésta -una nación que no huye de la lucha, sino que se dirige hacia su misión- no perderá.
Dios nos guía. Pero es el pueblo de Israel el que está mostrando al mundo cómo seguirle.