La Biblia introdujo un calendario con festivales y fiestas que se sucedían a lo largo del año, en los momentos señalados por Dios. Este calendario se sigue utilizando hoy en día y funciona según los ciclos solar y lunar. Es distinto del calendario secular o gregoriano.
En la base del año judío se encuentra la fiesta de Rosh Hashaná, «la Cabeza del Año», un día trascendental que marca la creación de Adán y Eva. El año judío refleja el número de años transcurridos desde esta génesis bíblica.
El calendario judío funciona dentro de un sistema híbrido lunisolar único, que entrelaza los meses lunares con los años solares. Un año judío estándar consta de doce meses: seis de 29 días y seis de 30, con un total de 354 días. Debido a variaciones, el año puede extenderse a 353 ó 355 días. Los entresijos de este sistema son evidentes en el concepto de años bisiestos, crucial para alinear las fiestas bíblicas con sus estaciones agrícolas adecuadas. Por ejemplo, la Pascua debe celebrarse durante la estación primaveral, y se añaden meses bisiestos al calendario para garantizar que esto ocurra.
Esta intrincada danza de meses lunares y años solares, aunque compleja, ejemplifica la precisión y exactitud inherentes al calendario judío, un profundo reflejo del compromiso de armonizar el tiempo con los ritmos divinos.
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