Durante su cautiverio en Gaza, el rehén liberado Bar Kupershtein contó una llamada telefónica que recibió su madre. Un terrorista se puso en contacto con ella, no para negociar, sino para asustarla. Una forma horrible de terror psicológico. Le dijo que estaba fallando a su hijo. Que no estaba haciendo lo suficiente. Que si quería volver a verle tenía que protestar, presionar a los gobiernos, incluso ir a La Haya. Su mensaje era claro: tu hijo está en nuestras manos.
No se quebró. No discutió. No intentó ganárselo.
Ella respondió inmediatamente:
«Mi hijo no está en tus manos, sino en las manos del Creador del mundo. Y tú también estás en manos del Creador del mundo».
Silencio. Entonces el terrorista respondió: «Bien hecho».
Los padres llevan diciéndolo desde el principio. Nuestros hijos son de Dios antes que de nadie. Y las Escrituras también cuentan estas historias.
Isaac: La subida a la montaña
Dios ordenó a Abraham que llevara a Isaac al monte Moriah. Abraham no se lo contó todo a Isaac, pero tampoco se escondió del momento. Cuando Isaac vio que no había cordero para la ofrenda, preguntó:
Subieron juntos. Isaac se tumbó en el altar voluntariamente. Y en el momento final, Dios detuvo a Abraham y le proporcionó un carnero en su lugar.
No era fe ciega. Era confianza en que, incluso cuando no podemos ver el camino, Dios lo mantiene.
Samuel: Un voto cumplido
Ana rezó por un hijo con lágrimas y anhelo. Cuando nació Samuel, no se aferró a él por miedo a perderlo de nuevo. Lo llevó a servir a Dios en Silo, como había prometido, diciendo:
Samuel creció en el santuario, tutelado por el sacerdote Elí, y se convirtió en el profeta que ungió reyes y guió a Israel. La dedicación de Ana no le alejó de la grandeza, sino que marcó su rumbo.
Sansón: Un destino anunciado antes de nacer
Antes de que naciera Sansón, un ángel se apareció a su madre y le dijo
Los padres de Sansón le educaron sabiendo que su misión no se originó en ellos. Su vida incluyó el triunfo y la lucha, la fortaleza y el fracaso, pero al final rezó a Dios por última vez y cumplió su propósito. Su historia empezó y terminó en manos de Dios.
No son historias de padres que se hacen a un lado. Abraham caminó con Isaac. Ana trajo a Samuel con amor. Los padres de Sansón le enseñaron su vocación.
Actuaron. Rezaron. Confiaron.
La fe no sustituye al esfuerzo. Lo completa. Nosotros hacemos nuestra parte, y Dios carga con lo que nosotros no podemos.
Aquella madre del teléfono lo comprendió instintivamente. Lo mismo hicieron Abraham, Ana y los padres de Sansón mucho antes que ella.
No pretendemos controlar el mundo.
Actuamos con responsabilidad y valentía.
Y luego decimos lo que siempre han dicho los judíos:
El mundo no decide el destino de nuestros hijos.
El terror no decide.
El poder no decide.
Dios decide.