De puertas rotas a corazones abiertos

agosto 9, 2025
An Ultra-Orthodox man prays at the Western Wall in Jerusalem (Shutterstock.com)
An Ultra-Orthodox man prays at the Western Wall in Jerusalem (Shutterstock.com)

Moisés se encuentra junto al río Jordán, negándosele la entrada a la Tierra Prometida, pero sus palabras arden con un anhelo insaciable. «Permíteme, te lo ruego, cruzar y ver la buena tierra» (Deuteronomio 3:25), suplica a Dios en la porción de la Torá de Vaetjanán (Deuteronomio 3:23-7:11). Esta plegaria desesperada nos llega cada año en el Shabat inmediatamente posterior a Tishá BeAv (el nueve de Av), cuando acabamos de terminar de llorar la destrucción del Templo y nuestro exilio de esa misma tierra. ¿Por qué el deseo insatisfecho de Moisés por la tierra sigue tan de cerca nuestro recuerdo de haberla perdido?

El Shulján Aruj (el código autorizado de la ley judía compilado por el rabino Iosef Karo en el siglo XVI) recoge esta pauta como tradición fija. Los Sabios crearon incluso una frase memorable para captar esta secuencia: tzumu u’tzlu – «ayuna y luego reza», «ayuna» refiriéndose al ayuno de Tisha B’Av y «reza» refiriéndose a la plegaria de Moisés que abre la porción de la Torá de Va’etchanan. Pero, ¿qué significa realmente esta críptica fórmula y por qué el ritmo de nuestro calendario espiritual exige esta progresión específica?

La respuesta está en el comienzo mismo del Vaetjanán, donde Moisés relata su súplica desesperada para entrar en la Tierra Prometida. No se trata de una simple narración histórica. La plegaria de Moisés se convierte en la plantilla para comprender cómo los corazones rotos pueden reconstruir su conexión con la Divinidad, y cómo una nación en el exilio puede aún alcanzar la redención.

Tisha B’Av conmemora la destrucción de los dos Templos y múltiples catástrofes a lo largo de la historia judía. Sin embargo, sus raíces se remontan a una tragedia aún más antigua: el pecado de los espías. Cuando los doce exploradores regresaron de reconocer la Tierra Prometida, diez sembraron el miedo y la desesperación entre el pueblo. «No podemos enfrentarnos a este pueblo, porque es más fuerte que nosotros», declararon (Números 13:31). La nación lloró aquella noche, rechazando el regalo de Dios de la tierra. Los Sabios enseñan que este llanto, que tuvo lugar el nueve de Av, se convirtió en el modelo de todas las penas futuras en esa fecha: una noche de lágrimas que resonaría a través de los milenios.

Con este telón de fondo de rechazo y pérdida, la plegaria de Moisés en Vaetjanán adquiere un significado revolucionario. Aquí se encuentra el mayor líder de la historia judía, al que se le prohibió entrar en la misma tierra hacia la que pasó cuarenta años guiando a su pueblo, y aun así declaró su amor por ella con pasión inquebrantable.

Moisés no estaba haciendo simplemente una petición personal. Estaba enseñando deliberadamente a su pueblo cómo es el amor a la tierra, mostrándoles la profundidad de su propio anhelo desesperado. Los espías habían visto el mismo paisaje y habían retrocedido atemorizados, envenenando el corazón de la nación contra el don de Dios. Ahora, Moisés muestra la respuesta opuesta: un deseo crudo y desvergonzado por la tierra, que arde incluso ante el rechazo divino. Quiere que su pueblo sea testigo de cómo su mayor líder anhela cada colina y cada valle, cómo suplica que se le conceda tan sólo un atisbo de la buena tierra más allá del Jordán. Donde los espías vieron obstáculos, él ve oportunidades. Donde ellos aconsejaban la retirada, él demuestra un deseo apasionado. Su oración se convierte tanto en una clase magistral sobre el amor a la tierra como en el antídoto contra su venenoso informe, enseñándonos que el exilio no tiene por qué extinguir la esperanza y que la separación de la tierra debe intensificar nuestro anhelo, no disminuirlo.

Pero la conexión entre Tisha B’Av y la oración es más profunda que la geografía. La destrucción del Templo creó una crisis en la vida espiritual judía que reverbera hasta nuestros días. Los Sabios enseñan que, cuando cayó el Templo, se sellaron las puertas de la oración. Jeremías capta esta angustia en Lamentaciones: «Aunque clamo y pido ayuda, Él cierra el paso a mi oración» (3:8). Isaías, cuya profecía leemos en el Sabbat anterior a Tisha B’Av, lanza un mensaje igualmente devastador cuando reprende al pueblo por sus pecados que condujeron a la destrucción: «Y cuando extendáis vuestras manos, ocultaré de vosotros Mis ojos; aunque hagáis muchas oraciones, no os oiré» (1:15).

Ésta es la realidad espiritual de Tisha B’Av: un día en que los cimientos mismos de nuestra relación con Dios están en ruinas. La oración se siente hueca porque la presencia Divina se ha retirado. Se interrumpen los ritmos normales de conexión espiritual. Incluso nuestra liturgia refleja esta realidad. El rabino Iosef B. Soloveitchik señaló que omitimos deliberadamente ciertas plegarias en Tishá BeAv porque el propio día representa la ruptura de la plegaria.

Aquí reside la genialidad del tzumu u’tzlu: ayuna y luego reza. La secuencia no es arbitraria, sino terapéutica. Tisha B’Av nos obliga a afrontar todo el peso de la destrucción espiritual. Nos sentamos en el suelo como plañideras, leemos Lamentaciones en sinagogas a oscuras, sentimos la ausencia de la presencia de Dios en nuestros huesos. Sólo después de haber llorado adecuadamente, sólo después de haber reconocido lo que hemos perdido, podemos empezar el trabajo de reconstruir nuestra conexión con la Divinidad.

La oración de Moisés en Vaetjanán se convierte en el modelo de esta reconstrucción. Observa cómo comienza: «Señor mío Dios, has comenzado a mostrar a Tu siervo Tu grandeza y Tu mano fuerte». Antes de hacer ninguna petición, Moisés ofrece alabanzas. Esto establece un principio fundamental en la ley judía de la oración: primero la alabanza, luego la petición. No puedes irrumpir sin más en la presencia de Dios con peticiones. Primero debes reconocer Su grandeza, establecer la relación adecuada y sólo entonces presentar tus necesidades.

El puente entre Tisha B’Av y Va’etchanan representa, pues, el movimiento esencial que va de la destrucción a la reconstrucción, del luto a la esperanza, de la oración rota a la relación renovada. Moisés nos muestra que, aunque se nos impidan nuestros deseos más profundos, no tenemos por qué abandonarlos. Incluso cuando Dios dice no a nuestras peticiones, podemos mantener nuestra conexión con Él. Incluso cuando el exilio parece permanente, el anhelo de regresar sigue siendo sagrado.

La sabiduría del calendario emerge con asombrosa claridad. No podemos saltarnos el luto y pasar directamente a la oración. No podemos ignorar la realidad de la destrucción y fingir que todo va bien. Pero tampoco podemos quedarnos para siempre en las cenizas de Tisha B’Av. El ritmo exige movimiento: del tzumu al tz’lu, del ayuno a la oración, de reconocer lo que hemos perdido a trabajar por lo que aún podemos ganar. En el anhelo insatisfecho de Moisés por la Tierra Prometida, encontramos el modelo para mantener la esperanza frente a la decepción, y en su plegaria que comienza con la alabanza, descubrimos el camino de regreso a la presencia de Dios incluso después de que las puertas hayan sido selladas.

Shira Schechter

Shira Schechter is the content editor for TheIsraelBible.com and Israel365 Publications. She earned master’s degrees in both Jewish Education and Bible from Yeshiva University. She taught the Hebrew Bible at a high school in New Jersey for eight years before making Aliyah with her family in 2013. Shira joined the Israel365 staff shortly after moving to Israel and contributed significantly to the development and publication of The Israel Bible.

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